Zapatos perdidos | Por Bárbara Haya
- By: Bárbara Haya
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Hay personas que caminan por el mundo con paso firme, esquivando gente con sus tacones por la calle Gran Vía. Por el contrario, otros andan dubitativos por caminos de tierra en pueblos remotos con las zapatillas desgastadas. Hay también zapatos elegantes a los que les gusta sentarse en lujosos sofás o zapatillas de colores y lentejuelas que brillan en cualquier fiesta de noche.
No necesitamos más que fijarnos en los zapatos que llevamos, para darnos cuenta de lo diferentes que somos unos de otros, unos más pulcros otros más desastrosos, zapatos caros o zapatillas del bazar, sandalias incómodas o deportivas blancas. Los zapatos pueden decir mucho de una persona, pero lo que me dicen a mí cuando los miro con la cabeza gacha cualquier mañana en el metro, es que todos somos zapatos perdidos.
Hace unos días mi hermana pequeña me habló de sus compañeros del grupo de teatro que tenía en su adolescencia. Hablaba con tanto amor de todos ellos y de lo diferentes que eran los unos de los otros, que cuando me dijo «si es que todos éramos zapatos perdidos, no teníamos nada que ver los unos con los otros, pero nos convertimos en una familia», me di cuenta de que el mundo está compuesto por pares sueltos y lo mejor que podemos hacer es aceptar al otro y a nosotros mismos.
Un zapato perdido es una persona que a simple vista muestra que le falta algo, sea como sea es diferente a los demás y por ello no encaja. Durante mi vida he ido descubriendo diferentes zapatos perdidos, más aún, amigos o conocidos me han señalado a ese tipo de personas, describiendolas como raras, por sus hobbies, por su forma de vestir o de moverse, por los temas de los que hablaban, las decisiones que tomaban o cómo esquivaban la mirada.
Al principio estaba de acuerdo, pensaba que había personas raras y personas que no lo eran. Pero los años han sido maestros y en este tiempo me he dado cuenta de que observando a cada persona, bajo la armadura que nos hemos montado para no parecerlo, somos todos zapatos perdidos.
Hicimos en la adolescencia un esfuerzo enorme para encajar, para ser uno más. Pero no podemos ocultar que en algunos momentos nos sentimos raros, diferentes, sentimos que no cuadramos. Nos sentimos perdidos y realmente eso es lo que tenemos todos en común, en un grado mayor o menor todos somos diferentes y hacemos cosas que a los demás les parecen extrañas.
Somos zapatos sueltos vagando por un mundo que nos exige ser iguales, pero lo más bonito que encontró mi hermana en su clase de teatro, fue la diversidad. Encontró un grupo de personas que se mostró tal y como era, con sus rarezas y diferencias, aprendiendo que vivir así, aceptándose a sí mismos y a los demás, sin buscar el zapato que falta para completar el par, se forman las pequeñas familias improvisadas de zapatos perdidos que todos necesitamos.
Porque en este mundo, necesitamos pisar fuerte, pero también necesitamos comprender y querer a los otros zapatos perdidos, como hicieron en ese pequeño grupo de adolescentes actores que estaban tan perdidos como todos nosotros. Y a pesar de sus diferencias se quisieron tal y como eran.
Bárbara Haya es una profesora y escritora, nacida en Madrid en 1991 y autora de la novela “Pretérito imperfecto: el tiempo no vuelve”. Descubre más sobre ella en su web y en su cuenta de Instagram:
https://barbarahayaqueipo.wixsite.com/preteritoimperfecto
https://www.instagram.com/barbarahaya/
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