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VIAJE A NÁPOLES | Por Francisco José Chaparro Díaz

VIAJE A NÁPOLES | Por Francisco José Chaparro Díaz

Gracias a la libertad de expresión, sin censura alguna, de la que siempre he dispuesto, respecto a la posibilidad de elegir la temática sobre la que escribo, lo he hecho de temas diversos, sean sobre cuestiones de actualidad, sobre la vida de personalidades relevantes, acerca de cuestiones jurídicas vinculadas a mi profesión como abogado, e incluso, he escrito acerca de emociones personales. Pero nunca, lo había hecho anteriormente sobre viajes.

La literatura sobre viajes es tan antigua como los propios registros históricos sobre comunicación escrita, y hoy día, nos abruma la información que sobre cualquier destino podemos encontrar en guías de viajes, blogs y páginas turísticas on line.

Es por ello, por la cantidad de información, a veces contradictoria, que alguien interesado en viajar a un destino, puede encontrar, por lo que he decidido contar, al que le pueda interesar, cual ha sido mi personal experiencia en tal o cual destino.

Quiero empezar por Nápoles, la gran ciudad italiana del sur del país, la cual tuve oportunidad de visitar recientemente y sobre la que había oído, y leído, multitud de informaciones acerca de su peculiar y contradictorio encanto, e incluso, sobre su seguridad.

He de decir, que en general cuando se viaja a Nápoles, se hace con la intención de visitar su entorno más cercano plagado de encanto e historia, acercándonos a Pompeya, Herculano y la Costa Amalfitana con sus islas. Todo ello, junto con la propia ciudad napolitana, configuró mi pack de viaje, del que quiero hablaros a vosotros, mis lectores.

De entrada hay que decir, que el que espere encontrar una ciudad ordenada, limpia y tranquila, mejor que se plantee viajar a las ciudades del norte del país. Nápoles es en apariencia, desorden, suciedad y decadencia, pero ese es su encanto, la manera en que estos elementos que de entrada parecen peyorativos, se dan la mano de una manera armónica en esta ciudad, para encajar con sus suntuosos palacios, sus riquísimas y engalanadas iglesias, y todo ello, en el incomparable marco de la mediterránea bahía Napolitana.

Hay que desterrar la idea acerca de la inseguridad de la ciudad para el turista, pues si bien es cierto que en tiempos no muy lejanos la influencia de organizaciones criminales, mantenían un alto índice de criminalidad e inseguridad, hoy día, por el motivo que sea eso ha cambiado. Actualmente son hordas de turistas los que invaden las calles del casco histórico, al estilo de Barcelona, Dubrovnik o Venecia y no sé si porque el turismo de masa se ha vuelto una de las principales fuentes de ingresos de la ciudad, lo cierto, es que esta se ha adaptado a este nuevo modelo tan extendido, que amenaza en muchos casos el patrimonio artístico y expulsa a vecinos a los cascos históricos de las ciudades. El caso es que, en Nápoles al menos, ha tenido el efecto beneficioso de aparentar ser una ciudad segura, donde un turista, que no haga alardes ni ostentaciones innecesarias y sobre todo, que no se meta en complicaciones, no debe tener ningún problema.

La ciudad dispone de un patrimonio cultural inmenso como ya he referido, palacios, iglesias, su majestuoso Duomo, sus castillos, plazas y especial mención merece, el museo arqueológico, cuya visita, a ser posible con un guía en tu idioma, el viajero no debe dejar de realizar.

La visita a su centro histórico, que conserva el trazado sobre la que se fundó la ciudad, plagada de tiendas, restaurantes, cafés y heladerías se funden en un atractivo entorno encantador y que se disfrutaría más si no hubiera tal masificación turística.

¡Que decir del barrio español! Un trazado de calles en cuadrícula que antaño estaba extra muros de la ciudad y que hoy representa mejor que cualquier otro la esencia de la ciudad, con sus balcones llenos de ropa tendida, sus comercios de barrio, gente sencilla hablando a voces y motos, ¡muchas motos y ciclomotores! a toda velocidad, sin cascos, sin respeto por las señalizaciones y configurando la idiosincrasia de esta parte de la ciudad, que se remata en una de sus plazas con el culto al otrora mejor jugador de fútbol del mundo, Diego Armando Maradona; para ellos un héroe, un ídolo y hasta un dios con religión propia.

No quiero dejar de mencionar, que de todas las ciudades de Italia que he podido visitar, y han sido muchas, es sin duda en la que en general, mejor se come. Buenos restaurantes hay en cualquier destino, pero la posibilidad de comer calidad, cantidad, a buen precio, con buen servicio e indiferentemente del aspecto o supuesto nivel que aparente el local, sólo lo he conocido en Nápoles.

El nivel de los hoteles, como es lógico y en cualquier ciudad, va en consonancia con su ubicación, precio, categoría y su pertenencia o no a tal o cual cadena, en ello no hay especial distinción, pero en relación con ello y su vinculación con los medios de transporte, imprescindibles como el alojamiento para cualquier turista, es de destacar el buen funcionamiento de los mismos, sea el tren, los autobuses y el metro. Mención aparte merecen los taxis, donde la habilidad del viajero a la hora de negociar con el taxista, determinará salir mejor o peor escaldado por la carrera a abonar, recordándonos que la esencia de esta ciudad se mantiene viva en sus gentes, taxistas incluidos.

Como decía, una escapada a esta ciudad debe complementarse con la visita al parque arqueológico de Pompeya y Herculano. Impresionante es una palabra que no alcanza a describir lo que supone pasear por sus milenarias calles, congeladas en el tiempo por la erupción del monte Vesubio. Te guste más o menos la historia, no creo que haya nadie capaz de abstraerse a la majestuosidad de sus ruinas y sobre todo, a lo que transmiten, pues una visita, que recomiendo también se haga guiada, con alguien que te explique que es cada cosas, su intrahistoria, su valor y tantas otras cosas, toca la sensibilidad del viajero y más, cuando se tiene la oportunidad de observar los restos de los seres humanos y animales que fallecieron el día en que esta ciudad acabó sepultada bajos las cenizas volcánicas.

Por último, una visita a la Costa Amalfitana, con sus pueblos como los conocidos Sorrento, Positano o la propia Amalfi, no debe faltar en esta escapada. Si es posible también una escapada a alguna de sus islas (Capri, la más famosa). Recorrer los escarpados acantilados, con sus sinuosas curvas, por la costa junto al mar, es una experiencia inolvidable, por la belleza del contraste entre el azul mediterraneo y sus hermosos pueblos. 

La masificación de turistas que a veces colapsan el tráfico y las propias localidades, no siempre permiten disfrutar de estos encantadores pueblos, sus atractivos locales donde poder disfrutar del auténtico limoncello, pero no por ello, desaconsejo esta obligada visita.

En definitiva, un maravilloso cóctel de historia, parajes naturales, arte, patrimonio y gastronomía, envuelto en una peculiar manera de ser, de comportarse y mostrarse al mundo, que hace de esta ciudad un destino peculiar y único, que nadie con amor por los viajes debería dejar de visitar.


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