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Sueños y realidades | Por Lourdes Justo Adán

Sueños y realidades | Por Lourdes Justo Adán

En muchas ocasiones me entrego a ese tipo de música que recorre velozmente el túnel hacia los rincones más profundos de la memoria. Hoy dejé que me envolviera una canción que ha envejecido con gracia, compuesta por un conocido y talentoso cantautor español. De pronto, mis recuerdos explotaron como un volcán en erupción, saltando como piroclastos de una vivencia a otra, hasta que, finalmente, fluyeron con la impetuosidad de la lava candente

Hace referencia al icónico Mayo del 68 en París y otras protestas juveniles de los años 60. Estudiantes y trabajadores se enfrentaron al sistema represivo existente con el fin de lograr un cambio de mentalidad, en un contexto marcado por una música y una estética particular que reflejaban esa rebeldía.

El asesinato del Che en 1967 marcó un punto de inflexión en el declive de esa utopía. Perder a esta figura carismática fue un golpe emocional para muchos. No se lograron los cambios radicales soñados, ya no sonaban canciones que inspirasen a las masas, y las voces desafiantes dieron paso al silencio.

El turbulento Mayo Francés se convirtió en un tema recurrente en la literatura, lo que evidencia el profundo impacto de aquella efervescencia. De hecho, conecta con la narrativa de uno de mis escritores favoritos. He leído varias publicaciones suyas ambientadas en esta época. Capturan la euforia, el desencanto y la nostalgia de un idealismo perdido, a través de la mirada de un autor que experimentó in situ las secuelas de ese agitado periodo.

¿Valió la pena?, ¿qué ha pasado desde entonces?, ¿existe ese fervor en la sociedad actual?

En mi opinión, la respuesta no puede reducirse a un simple sí o no. Los resultados no fueron instantáneos, pero se logró cuestionar la autoridad de los mandatarios, se ganó más libertad y surgió un progresismo que más tarde impulsaría reformas sociales, políticas y culturales.

En España, la repercusión de esta tormenta ideológica fue limitada debido a las restricciones impuestas por la dictadura franquista en la que nos hallábamos inmersos. Los anhelos se fueron gestando poco a poco, en la clandestinidad, y Se materializaron durante la Transición, un proceso gradual que cambió para siempre el rumbo del país tras la muerte de Franco en 1975.

Fue una época de titulares que quedaron impresos en mi hipocampo por su repetida presencia en las noticias. Me refiero a la muerte de Franco y la metamorfosis nacional que se generó después: la Constitución de 1978, la creación de comunidades autónomas, la amnistía para presos políticos y exiliados, el desarrollo de infraestructuras, la adhesión a la Unión Europea, la entrada en la OTAN, el avance en los derechos civiles, libertad de expresión, legalización del divorcio, el auge de la lucha feminista, despenalización del aborto, mejoras en el terreno educativo, el restablecimiento del derecho al voto, la lucha contra la violencia machista, avances ecologistas, antirracistas, protección del colectivo LGTBIQ+, reformas laborales, la inclusión de personas con discapacidad, la integración de extranjeros, el esplendor tecnológico… En resumen, presencié una modernización progresiva que nos convirtió en una nación más democrática, abierta y competitiva a nivel global, aunque con mucho aún por recorrer.

Me pregunto: ¿existen aún levantamientos colectivos como los de antaño? ¿Se ha perdido la capacidad para movilizar a las masas? 

Son varias las cuestiones que me planteo en este sentido… Quiero pensar que los movimientos han evolucionado, no desaparecido. Ya no veo tantos alzamientos agitadores como los de antes, que congregaban a miles de ciudadanos, pero, eso sí, las reclamaciones siguen existiendo de vez en cuando. Cambiaron de época, de lugar, de forma, pero en su esencia persiste el clamor por la justicia social.

Estamos, tal vez, ante un nuevo modelo de lucha. El mundo digital es una poderosa herramienta para mover conciencias y generar presión. Ha dado lugar a una forma novedosa de activismo, aunque a veces, todo hay que decirlo, poco exigente, por limitarse a poco más que un clic, sin asumir responsabilidades reales que sostengan cambio alguno. Es básico convertir ese pequeño gesto de ratón en hechos concretos que realmente marquen la diferencia.

Observo que las reivindicaciones hoy en día son más diversificadas en términos de las causas que promueven, pero no siempre se traduce en una mayor participación. Y ya no dependen de una única cabeza visible o líder carismático; en este sentido, el individualismo se ha fortalecido ya que cada miembro actúa autónomamente. Pero no todo está perdido. El activismo sigue vivo. Ya no es necesario reunirse en una gran marcha para hacer ruido; gracias a las herramientas digitales existen formas de aliarse y crear redes de apoyo, sin importar las fronteras geográficas. Me refiero a iniciativas como firmar peticiones online, utilizar hashtags para aumentar la visibilidad de un post, difusión en redes sociales, crowdfunding para recaudar fondos, foros, protestas virtuales, apps que coordinan eventos, encuentros virtuales y multitud de acciones convocadas simultáneamente en diferentes partes del mundo. La clave está en fomentar la solidaridad y el compromiso personal para construir entre todos un futuro inclusivo, y donde cada voz y cada esfuerzo suma.

Transformar nuestra pequeña parcela del mundo no es una tarea sencilla, pero cada quien tiene la responsabilidad de contribuir a ello con toda su energía. Parece inalcanzable, pero no hay que rendirse.  Seamos conscientes de que otros lucharon antes por nosotros, y ahora nos toca luchar por los que vendrán. Solo unidos podemos construir algo mejor. Confieso que yo, en ocasiones, me sentí atrapada entre la voluntad de actuar y la abulia de no hacerlo. Fue complicado hallar el equilibrio. Así aprendí que la primera batalla no comienza en el exterior, sino dentro de mí. Enfrentándome a mis propias disonancias, me fortalezco, y este pequeño avance personal redundará en un bien que se extiende a mi entorno más cercano, ampliándose poco a poco, como las raíces individuales que se entrelazan con otras bajo tierra, creando una base sólida para todo el bosque, cuyo bienestar es determinante para la salud particular de cada árbol.

Los pasos que doy me acercan a la persona que quiero ser y al mundo que deseo. Cada día experimento mi propio Mayo del 68: respiro con entusiasmo y vivo con denuedo, aunque no logre ver todos mis objetivos de inmediato; sin embargo, con los años he comprobado que los cambios son posibles y, además, convenientes. Asimismo, mi experiencia y cómo la gestioné ha sido una lección que ha enseñado a otros a valorar y respetar a las personas, o por lo menos, a ser más cautelosos con ellas. Y ¿quién sabe?… Quizá siga inspirándolo indefinidamente y logre que todos generalicen ese aprendizaje humano básico, aunque yo no lo llegue a ver. Da igual; lo que me importa no es tanto el resultado a corto plazo, sino el avance constante.

Y tú ¿has tenido tu propio Mayo del 68, esa chispa que desencadenó un cambio? ¿Qué legado dejarías? 

Por cierto, la canción a la que me refería se titula Papá, cuéntame otra vez, de Ismael Serrano.

© 2025. Lourdes Justo Adán. Todos los derechos reservados. 

Especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica. 

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar.

Docente.

Escritora. 

Columnista. 

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

Bloguera: https://lourdesjustoadan.blogspot.com/

nubeluz174@gmail.com

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