Palabras que no son lo que parecen | Por Lourdes Justo Adán

Palabras que no son lo que parecen | Por Lourdes Justo Adán

En la naturaleza ocurre un fenómeno que, desde mi punto de vista, podríamos tildarlo de macabro. Es el siguiente: algunos parásitos invaden el cuerpo de otro ser vivo, ejerciendo sobre él una auténtica esclavitud. A grandes rasgos, le introducen sustancias químicas que alteran su sistema nervioso y lo fuerzan a comportarse de manera que garantice la supervivencia del invasor, aun cuando ello implique el sacrificio del propio hospedador.

Ejemplos de este aterrador fenómeno incluyen al gusano de crin, que, para poder emerger y reproducirse, obliga al grillo que lo porta a ahogarse en el agua. Cierta avispa pica a una cucaracha y la guía hasta su madriguera donde servirá de alimento a sus crías; el toxoplasma gondii hace que los roedores pierdan el miedo a los gatos, y al ser devorados por estos, completan su ciclo en el felino, etc.

Estos y otros casos garantizan la supervivencia de unos a expensas de otros que han perdido la voluntad, que no advierten que están siendo dirigidos por un invasor oculto en su interior.  

Escalofriante, ¿verdad?

Pero ¿y si te dijera que en la sociedad hay personas que hacen lo mismo, no tanto para sobrevivir sino para aprovecharse? Son manipuladores que convierten a los demás en marionetas. Se instalan en su mente y modifican su modo de pensar como si fuera su propio territorio.

Y es que saben que el control no siempre se obtiene por la fuerza. Lo que comienza como una influencia sutil se transforma en una nube que intoxica la percepción e impone los fines del parásito. Lo peor es que la víctima ni siquiera se percata, y esa candidez es terreno fértil para ellos.

Recurrirá a relatos falsos, fingirá emociones, retorcerá la información… todo con tal de mantener su dominio sobre la víctima. A ello se suma su capacidad de seducción, persuasión, victimismo e intimidación, una combinación compleja que termina anulando casi cualquier criterio.

La historia evidencia que este fenómeno no es algo nuevo. Basta mirar atrás: la propaganda nazi transformó a ciudadanos comunes en fanáticos capaces de aceptar el exterminio de millones de personas, bajo la apariencia del deber patriótico. Hoy no se limita a regímenes totalitarios. También habita espacios cotidianos: la pareja, algún amigo, un familiar, un colega… Precisamente por su cercanía emocional, resulta más difícil de ver y más fácil de ejercer.

Actualmente, en la era digital, la presión de las redes sociales e influencers es extremadamente sofisticada: crean discursos atractivos y generan espejismos de la realidad que despiertan emociones encaminadas a dirigir conductas; en especial, aquellas que te hacen sentir que no eres suficiente y convierten tu inseguridad en su negocio. El tramposo ya no es uno solo ni está lejos: son millones de mensajes infiltrándose simultáneamente en tu mente, disfrazados de entretenimiento, consejos o inspiración.

Detectar esto exige abrir bien los ojos, cuestionar lo incuestionable. Las señales de alerta suelen aparecer en forma de contradicciones entre lo que dicen y lo que hacen; en presiones que generen culpa; en urgencias que nos empujan a que actuemos sin pensar o en la ocultación y deformación de la información. Aunque muchas veces son discretas, su impacto es profundo si no se identifican a tiempo.

Formúlate preguntas como: ¿quién se beneficia realmente de esta publicación?, ¿qué aspectos se omiten o se camuflan?, ¿qué están intentando despertar en mí? La conciencia crítica es tu primera protección: no aceptes cualquier cosa que te impongan. Conoce cómo operan los medios, detecta influencias ocultas, toma decisiones conscientes y establece límites. Diferencia entre la persuasión y la manipulación. La primera argumenta para que el otro elija libremente. La segunda, en cambio, recurre al engaño para que ese otro crea que eligió.

Tenemos la responsabilidad de reflexionar sobre la intención de los mensajes que recibimos, pero no estaría de más que las autoridades generasen más espacios de educación que nos enseñasen a pensar, para no copiar por inercia, imitar u obedecer sin juicio. El control daña la libertad. No solo afecta a una persona en particular: es una amenaza colectiva que enferma nuestra convivencia.

Como ves, la manipulación humana no es tan diferente de aquel espeluznante fenómeno que se observa en la naturaleza: bichos que invaden y controlan a otros para completar su ciclo vital. El efecto es igual de devastador para las víctimas: capacidad de decisión suprimida y vidas al servicio de intereses ajenos. Reconocer estas dinámicas es el primer paso para recuperar la lucidez y frenar a aquellos que buscan convertirnos en meros instrumentos de su poder.

No todo está perdido; existe una forma de resistencia: la lectura. Puede ser el microscopio que descubra al parásito, o puede ser el parásito. Leer siempre es abrir una puerta, pero hay que aprender a mirar quién entra.

La libertad no se negocia.

Lourdes Justo Adán - Palabras que no son lo que parecen
Lourdes Justo Adán – Palabras que no son lo que parecen

© 2025. Lourdes Justo Adán. Todos los derechos reservados.

Docente especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar.

Escritora.

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

https://lourdesjustoadan.blogspot.com

nubeluz174@gmail.com

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