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«No hay tonto bueno» | Por Anate Rivera

«No hay tonto bueno» | Por Anate Rivera

Muy en la superficie, la sumisión o la dependencia emocional  suelen confundirse con la bondad, tendiéndose a pensar que beneficiar al otro implica automáticamente el perjuicio propio; nada más alejado de un ser bondadoso. La bondad es una mente virtuosa que genera una enorme sensación de bienestar interior; gemela inseparable de la sabiduría, por lo que no comete errores de actuación, es certera y eficaz.  Pese a entender el bueno que la felicidad del otro es el camino más rápido para alcanzar la propia, nunca lo hace a costa de sí, no puede implicar sacrificio, pues este supone sufrimiento, en todo caso renuncia, de más elevada condición. En el momento en que, lo que quiera que hagamos por el otro, nos ocasione algún tipo de malestar se ha de considerar que en algo estamos errando; siempre que se experimenta sufrimiento hay que señalar al ego como culpable, que avanza dando palos de ciego  fruto de la ignorancia, ofreciéndonos una visión distorsionada de cuanto se nos aparece. Él se coloca  en el centro del universo,  nos  gobierna y empuja hacia las acciones más equívocas y nocivas. Quien siente la necesidad de dar o ayudar de forma compulsiva  pone de manifiesto su estado de carestía afectiva, y, a falta de otras habilidades,  recurre al buenismo, una suerte de bondad insana que daña porque en su seno late el ego deficitario, en un intento de recaudar amor. No es ese un verdadero sentido del gratificante altruismo. La bondad saludable empieza por uno mismo, por ofrecerse lo mejor, esto es, la eliminación de los estados mentales perjudiciales, de cuya ausencia brota espontanea la felicidad. Desde esta posición satisfactoria de completitud,  estaremos en condiciones de ayudar al otro; desde el malestar es imposible prestar ayuda, solo se puede entregar aquello que se posee. Para enseñar una materia se ha de adquirir primero el conocimiento de la misma. Si no sé nadar, me hundiré con aquel al que pretendo salvar. No es de buenos permitir que  invadan, acosen o maltraten, ni para la víctima, que no exige el debido respeto, ni para el verdugo, al que se propicia que la falta de control lo domine y ordene que inflija  daños, dejado a merced de mentes perjudiciales. La bondad hacia uno mismo es directamente proporcional a la calidad del auxilio prestado. Haz bien, pero no perjudiques a quien.    


      

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