La casita de ladrillo. La autoestima como refugio | Por Lourdes Justo Adán
¿Recordáis el cuento de Los tres cerditos?
Cuando era niña, solía leerlo sin realizarme cuestionamiento alguno, con la inocencia de quien saborea tranquilamente un helado de vainilla. Sin embargo, con el tiempo comencé a descubrir detalles que cuestionaban mis concepciones personales.
Antes de nada, conozcamos algo sobre él. Al parecer, tiene sus raíces en la tradición oral europea, aunque su origen exacto es difícil de rastrear. Lo que sí sé es que fue registrado por primera vez en el siglo XIX, y que, poco a poco, fueron apareciendo diferentes versiones. Disney lo consagró en 1933 con una adaptación en forma de dibujos animados notablemente suavizados, con el objetivo de hacerlo apto para el público infantil.
Como sabréis, la versión más conocida es la siguiente:
Érase una vez tres cerditos. Cada uno decidió construirse una vivienda. El pequeño construyó una choza; el mediano, una cabaña; y el mayor, una casa de ladrillo. Un día, el lobo, en su afán por comérselos, destruyó de un soplo la casita de paja. Con un soplido más fuerte derribó también la de madera. Finalmente, todos se refugiaron en la casa del tercer cerdito ya que, por más que el hambriento depredador sopló y sopló, no pudo derribarla.
¿Qué pasó después? Si lees el cuento, lo descubrirás.
Como ya comenté alguna vez, las narraciones tradicionales han ofrecido profundas lecciones bajo una apariencia sencilla. Este caso no iba a ser menos. Se aceptan diversas visiones. Una de ellas alude al desarrollo humano, donde las casas son las etapas madurativas. Otra es la representación del peligro o las dificultades que nos ponen a prueba; asimismo, hay quien ve una fábula moral sobre el valor del trabajo frente a la vagancia; existen también perspectivas de orden política, económica, laboral e incluso de seguridad…
En el análisis de cualquier texto, la interpretación no siempre es objetiva, es un proceso influenciado por la experiencia personal, el contexto cultural y el conocimiento acumulado que actúan como filtros a través de los cuales damos significado al mundo que nos rodea.
Amparada en esta premisa, aquí estoy yo, una vez más, presentando mi sincera opinión. Aunque todas las lecturas convencionales son válidas, la mía es diferente…
Consiste en un símil que ilustra la construcción de la autoestima. Me explico:
Imaginemos que cada una de las casitas es nuestra autoestima. La de paja es frágil, con un simple resoplido se derrumba. Cualquier crítica, comentario hostil o mal gesto puede desplomarla. Es la fase inicial; aún no ha adquirido la solidez que se alcanza a través de vivencias de gran impacto.
La casa de madera, aunque más resistente y trabajada que la anterior, todavía presenta inseguridades. Puede resistir el embate enemigo durante cierto tiempo, pero si la acometida persiste, la estructura se desmorona. Es un estadio intermedio, aún dependiente de la aprobación externa para mantenerse en pie.
Por último, la casa de ladrillo simboliza una autoestima sólida. Progresivamente, cada agravio se fue integrando de forma constructiva a una estructura firme, capaz de resistir cualquier vendaval. La argamasa no fue otra que la fortaleza fusionando cada pieza. Es el resultado del esfuerzo, de innumerables batallas, de enfrentar a muchos lobos y resistir… Cuando nuestra autoestima es así, ni un tornado puede tumbar sus muros. Habríamos llegado ya a la culminación de un proceso en el cual se erige como un baluarte inquebrantable, capaz de soportar cualquier ataque.
Considero que el relato invita a reflexionar sobre cómo construimos nuestra autoestima. El feroz adversario representa los retos externos, o puede ser una proyección de nuestras inseguridades que soplan justo en nuestras grietas. Reconocer esto es el primer paso para sellarlas en pos de unos cimientos inquebrantables.
La red de apoyo se asemeja al amparo que aporta un entorno seguro, fundamental para sobrevivir en momentos de vulnerabilidad, como los tres protagonistas que se unieron para protegerse. Esta red lo conforman aquellos que permanecen a nuestro lado, nos abren sus puertas y nos recuerdan que jamás estaremos solos. Así, ganarle al lobo simboliza no solo el triunfo sobre nuestros temores sino también la consolidación de una autoestima fuerte, y el poder de transformar el sufrimiento en oportunidades para el aprendizaje.
La autoestima es la valoración que hacemos de nuestras capacidades, mientras que el amor propio va más allá: es la aceptación y el respeto hacia uno mismo. Implica cuidarse, priorizarse, perdonarse, abrazar nuestras imperfecciones y comprender que no siempre podemos tener todo lo que deseamos. Es ser lo que somos sin máscaras, sin exigirnos ser algo distinto de lo que somos.
Ambos conceptos necesitan un ajuste realista y saludable: no se trata de creernos superiores, sino de apreciarnos sin caer en la arrogancia, sin idealizaciones y sin menospreciar a nadie.
Cuando nos queremos de verdad, elegimos rodearnos solo de quienes saben sacar lo mejor de nosotros. Es desconcertante ver a personas que caminan juntas sin reír, sin hablar, sin siquiera rozarse; exhiben una tremenda falta de conexión. Personalmente, cuestiono el valor de esas interacciones. ¿Por qué malgastar nuestro tiempo así? Para mí, cada momento cuenta, y ya no me conformo con compañías vacías. Procuro rodearme de personas que son un regalo pues encienden mi entusiasmo, me hacen reír, me inspiran y hacen que mi vida sea más gratificante.
Por todo ello, verifica de qué material está elaborada tu autoestima y tu amor propio, ya que siempre habrá quien te confronte. Asegúrate de que no se tornen material de derribo ante las adversidades. Y por supuesto, no te sabotees; no seas un obstáculo para ti mismo. Unidos son como el sistema inmunológico de nuestra salud emocional, diseñado para protegernos de manipulaciones, críticas y otras maldades que surjan en nuestro camino. Cultiva ambos; refuerza tus andamios y estarás preparado para afrontar cualquier embestida. Al hacerlo, no solo construirás tu cobijo más sólido, sino que también te empoderarás, transformando cada revés en una oportunidad para desarrollarte.
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Lourdes Justo Adán
Especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar.
Docente.
Escritora.
Columnista.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Bloguera: https://lourdesjustoadan.blogspot.com/
nubeluz174@gmail.com