El milagroso despertar en Cuerpos de Vidrio | Por Miriam Torres

Uno de los rasgos que nos caracteriza a los seres humanos es que nos aferramos a la vida. La vida se posiciona en primer lugar a pesar del dolor y el sufrimiento, no importa dónde estemos o en qué circunstancias, la vida emerge desde cualquier pequeño resquicio de esperanza. La lucha por la supervivencia es lo que nos define como raza, y eso lo expresa con belleza la voz de Irene IslaGómez en su poemario, Cuerpos de Vidrio.

Las imágenes de unas noticias aparentemente alejadas de nuestra procedencia, no son más que ecos que nos recuerdan una y otra vez que no estamos solos en este mundo. Sin embargo, cada día es más difícil identificar esas voces, esos gritos de auxilio, que nos hacen sentir que somos parte de un mismo lugar, de una misma comunidad que, por desgracia, cada vez es más individualista y elitista.

Nos hemos olvidado de abrazar nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad como seres humanos. Olvidamos que todo lo que le pase al otro le ocurre a uno mismo.Y, aun así, insistimos en dividirnos, en cerrar nuestros ojos y no mirar más allá de nuestra pequeña porción de realidad.

La gente tiene miedo de ocupar su lugar en este mundo, porque constantemente a los más indefensos les castigan con la humillación y el desprecio, como si solo unos pocos fueran merecedores del milagro de la vida.

Pero, a pesar del dolor, del sufrimiento, de la agonía y el odio que embargan las acciones más temibles del hombre, nos acogemos a la vida con fervor. La agarramos con seguridad y amor, y ella nos corresponde por tener una idea, una esperanza y una libertad, que nada ni nadie nos podrá arrebatar.

Cuerpos de vidrio nos plantea que uno mismo puede ser ese cuerpo, nuestras posiciones no son indefinidas y, el vidrio afilado y hostil nos hostiga a cada uno como pequeñas gotas. Lo único que nos salvará es despertar y abrazar el poder más sanador y grande que mueve el mundo, y es el amor.