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El impacto de los paradigmas | Por Lourdes Justo Adán

El impacto de los paradigmas | Por Lourdes Justo Adán

A menudo, las historias que descubrimos son algo más que meros relatos: representan un reflejo de lo que, con cierta ligereza y convicción, denominamos ‘complejidad humana’. Sin embargo, esta no es tal, pues de forma inconsciente, las personas muestran patrones universales de comportamiento que son fácilmente identificables a la luz de una mirada intuitiva.

Me explico… 

Recuerdo que, mientras estudiaba en una universidad extranjera la asignatura llamada Psicología del Aprendizaje, leí un revelador ensayo sobre cómo nace un paradigma. Se basaba en un supuesto experimento que involucraba monos, bananas y una escalera. Era el siguiente:

Cinco monos fueron colocados en una jaula junto a una escalera sobre la que había un manojo de bananas. Cada vez que un mono intentaba subir la escalera para alcanzar las bananas, todos los monos recibían un castigo: eran rociados con agua fría. Después de varios intentos, los monos aprendían a no subir la escalera. 

Entonces, se reemplazó uno de los monos originales por un nuevo mono. Este, que no sabía absolutamente nada, instintivamente intentó subir la escalera para coger las bananas, pero, en ese momento, todos los demás monos comenzaban a golpearle para disuadirlo, y de este modo, evitar ser mojados.

Este proceso se repitió hasta que todos los monos originales fueron reemplazados. Al final, ninguno de los monos nuevos había experimentado el agua fría, pero, aun así, seguían golpeando a cualquier mono que intentaba subir la escalera, sin saber realmente por qué. 

Sorprendente, ¿verdad?

Pues este experimento, con visos de apócrifo, nos sirve para ilustrar perfectamente cómo los comportamientos pueden ser perpetuados sin cuestionar su origen, simplemente porque “siempre fue así”. Es una metáfora de cómo nace y se mantiene un paradigma, es decir, ese conjunto de comportamientos que se establecen en el seno de un grupo, que son repetidos de manera sistemática por sus miembros a pesar de desconocer el motivo subyacente. Simplemente lo aceptan y continúan replicándolo de generación en generación. Se arraiga profundamente, no por tener una base lógica, sino por conformidad o miedo al castigo y a la exclusión.

De manera similar, un rumor puede ser difundido y, aunque la verdad (los plátanos) esté disponible, algunas personas (otros monos) impiden alcanzarla. El agua fría es el ambiente de miedo, el castigo. Transcurrido el tiempo, incluso sin la presencia de la amenaza original, las personas continúan perpetuando la rumorología, eclipsando la verdad. Esta es sacrificada en nombre de la aceptación en el grupo.

Tanto en la metáfora de los monos como en la difamación, observamos que el deseo de mimetizarse con el conjunto moldea a la persona, quien actuará sin cuestionar, perpetuando la difamación.

¿Cómo detener esto? Muy fácilmente: frena la difamación. No participes en ella. Verifica la noticia; sé crítico y no propagues rumores. 

¿Y si eres tú quien sufre la difamación? Sé fuerte y mantén la calma, no reacciones impulsivamente. Analiza la situación y responde racionalmente, pero, sobre todo, no permitas que te afecte. Aunque pueda tardar, normalmente, la verdad tiende a hacerse evidente. 

Y si eres tú quien se dedica a difamar, siento decirte que estás actuando como los macacos Rhesus de los que hablé, golpeando y repitiendo un patrón dañino. Respeta a los demás. Rompe ese ciclo para dejar atrás comportamientos primarios y fomentar que la sociedad avance.

Transformar un paradigma de difamación no es un acto individual, pero comienza con la voluntad personal. Cada uno puede elegir cómo actuar al ser testigo de habladurías. Puede incluso convertirse en un agente de cambio, si evita participar en la propagación de información falsa, que dañe o que no le concierne.

¿Te has preguntado cómo las habladurías pueden definir la trayectoria de vida de una persona? Que te conteste la protagonista de mi libro El collar de Borlita, (2022). Ella, a través de sus cavilaciones, deja entrever la naturaleza insidiosa de la difamación. Sugiere dos cosas. Primera, que esta no es un simple ataque particular, sino más bien un enmarañado fenómeno social; segunda, que ella es consciente de que sus premoniciones se harán realidad, es decir, advierte que la difamación se extenderá, pues siempre opera de la misma manera. Además, el libro reflexiona sobre la responsabilidad que cada uno asume al participar de la forma que sea en un acto tan reprochable. No proporcionar datos sobre la víctima a esa red de connivencia que posibilita que el comportamiento dañino se mantenga equivale a protegerla de ataques adicionales.  Ser espectador es también una forma de complicidad. No permitas que tus deseos de aceptación o tu afán de sacar tajada contribuyan al sufrimiento ajeno; enfocarse en mejorar como ser humano sin perjudicar a los demás demuestra más pundonor.

Por experiencia sé que la verdadera satisfacción se forja con lucha y esfuerzo, a pesar de que el sendero se llene de piedras. Hay quien opta por catapultarse mediante la adulación, el servilismo y otras estrategias poco éticas. A mí, las catapultas solo me han servido para devolver sus piedras a quien me las lanzó. Además, cada examen, puntuación, aprobado, titulación, cursillo y sacrificios realizados se convirtieron en escalones firmes hacia mi superación. Jamás he pisado a otras personas, pero, eso sí, he tenido que poner límites, y posiblemente, muy en contra de su voluntad. La envidia, la traición, componendas varias o el intento por derribarme solo han alimentado mi determinación. Al final, salir a flote con la frente en alto es un auténtico triunfo. Alcanzar con honor y valentía aquello que deseamos sí que es una victoria digna de celebrar.

Bueno, queridos lectores/as, me encuentro al cálido cobijo de la medianoche, cuando la creatividad se libera de sus ataduras y fluye como una cascada. Pero como vivo cautiva del reloj, la aprovecharé para soñar con escalones firmes y un mundo sin difamación, donde el respeto brille con la luz de una sonrisa sincera.

Clic. Apago la luz, pero enciendo la esperanza.

Lourdes Justo Adán

Especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica. 

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar.

Docente.

Escritora. 

Columnista. 

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

Bloguera: https://lourdesjustoadan.blogspot.com/

nubeluz174@gmail.com

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