El corazón es lo que cuenta | Por Lourdes Justo Adán
Las fiestas navideñas ya están aquí. Entre todas sus tradiciones, la de hacer regalos es una de las más emblemáticas. Se arraiga profundamente en el pasado, desde las ofrendas de los Reyes Magos al Niño Jesús, hasta los que, en la actualidad, se intercambian entre familiares y amigos.
Seamos sinceros: no todos son perfectos, y, sin embargo, esos desaciertos son irrelevantes comparados con las catástrofes sin precedentes que algunos han traído consigo. En este artículo exploraré algunos así, y otros que resultaron ser providenciales. Acompáñame en este recorrido que tal vez te sorprenda…
El primer obsequio funesto que marcó el destino de la humanidad fue, según la mitología griega, la célebre Caja de Pandora, la cual desató un caos inconmensurable. ¿No conoces esta historia? No te preocupes, te la cuento… Pandora fue la primera mujer creada por los dioses. Zeus le entregó un cofre –una jarra, si atendemos a la versión original– con la advertencia de que no lo abriera jamás. Ella, presa de la curiosidad, lo abrió, liberando al instante todos los males que ahora afligen al mundo: enfermedad, sufrimiento, guerra, y muerte. Asustada, lo cerró rápidamente, dejando encerrada la esperanza, esa fuerza que nos impulsa a seguir adelante a pesar de las adversidades. Por eso la esperanza es lo último que se pierde, incluso en los momentos más turbulentos.
Otro regalo fatídico fue la manzana de la discordia, ¿te suena? Excepto la diosa de la Eris, todos los dioses fueron invitados a una boda. Ofendida, irrumpió en el banquete y lanzó una manzana dorada con la inscripción: «Para la más bella». Inmediatamente reclamaron el título tres diosas: Hera, Atenea y Afrodita. Incapaces de decidir quién merecía la manzana, pidieron a Zeus que arbitrara, pero este delegó en un príncipe troyano llamado Paris. Las diosas intentaron sobornarlo. Fue así cómo Paris eligió a Afrodita, pues le había prometido el amor de Helena, la mujer más hermosa del mundo. Por desgracia, esta ya estaba casada con Menelao, rey de Esparta. Paris la raptó y se la llevó a Troya, lo que fue considerado una grave ofensa al honor de Menelao. Para vengarse y recuperar a Helena, los reinos griegos, liderados por Agamenón, atacaron Troya, desatando la épica contienda… Las pasiones humanas, cuando son desmedidas, desencadenan graves conflictos.
Al hilo de esto, el mito del Caballo de Troya relata la historia de otro tributo fatal. Tras diez años de asedio sin éxito, los griegos idearon un plan para tomar la ciudad: construyeron un enorme caballo de madera en cuyo interior escondieron a sus soldados. Fingieron retirarse, dejándolo como un agasajo para los troyanos. Estos introdujeron la colosal estructura en el recinto amurallado con los hombres dentro. Durante la noche, abandonaron su escondite y abrieron las puertas de la fortaleza, permitiendo la entrada del ejército griego, provocando la caída de Troya. ¿Qué te parece? Es, sin duda, una lección de astucia.
Pero no todos fueron un fracaso; el hilo de Ariadna fue una salvación. Ella era la hija del rey de Creta. Cuando el terrible Minotauro fue encerrado en un laberinto, un héroe ateniense llamado Teseo se ofreció como voluntario para matarlo. Ariadna, enamorada de él, le dio un ovillo de hilo dorado para que lo desenrollara mientras avanzaba por el laberinto. De esta manera, venció a la bestia y pudo encontrar la salida, superando lo que parecía imposible.
Otro ofrecimiento interesante fue la armadura mitológica del héroe Eneas, que, a petición de su madre Venus, fue forjada por el dios Vulcano. Proporcionaba protección en las batallas; así pudo liderar a su pueblo y fundar lo que se convertiría en una de las civilizaciones más influyentes de la historia: Roma. Este objeto no solo representaba un don de gran poder, sino que evidencia que, a menudo, la vida está marcada por una fuerza más allá de nuestro control que parece guiarnos por un sendero u otro, aunque en ese momento no lo entendamos completamente.
¿Has oído hablar de una cabra que cuidó y alimentó a Zeus cuando era un bebé? Cronos devoraba a sus hijos para evitar que se cumpliera la profecía que decía que uno de ellos lo derrocaría. La madre de Zeus lo escondió en una cueva donde la cabra Amaltea lo cuidó. Zeus creció en secreto, lejos de su padre Cronos, y, en agradecimiento, le quebró un cuerno y lo bendijo, convirtiéndolo en la cornucopia, fuente inagotable de provisiones y símbolo de prosperidad que sería regalado a diversas deidades.
Aunque no son forjados por dioses, hoy en día los obsequios continúan siendo manifestaciones de buenos deseos, con la ilusión de alegrar la vida de quienes los reciben. ¿Quién rechazaría un pijama feo pero calentito, que hiciese las veces de armadura de Eneas, pero en franela, para poder enfrentar las frías batallas invernales?, ¿o recibir una cornucopia en forma de vale ilimitado para adquirir cualquier cosa que desees?
¿Qué me dices de esos calcetines que, envueltos en celofán, parecían un tributo a la amistad, pero resultaron ser un tormento por su picazón insoportable, como si las espadas de los soldados ocultos en el caballo de Troya se clavaran en tu piel? O peor aún, la temida caja de Pandora en forma de robot multifunción. Lo que iba a ser tu aliado culinario, echa humo, huele a quemado, y ruge como un sismo con epicentro en tu cocina. O detalles que evocan la manzana de la discordia: ¿qué insinúas con ese cupón de gimnasio?, ¿este perfume es una indirecta?, ¿qué tratas de decir con este libro de autoayuda?
No todo está perdido; existen obsequios que, como el hilo de Ariadna, nos orientan a través de los laberintos de la vida. Una sonrisa cómplice, la buena compañía, un abrazo o un consejo sincero pueden ser el ovillo dorado que nos ayude a salir de nuestro laberinto particular. Aunque a simple vista parezcan minúsculos, tienen un gran impacto. Y es que, aunque resulte humilde, lo verdaderamente valioso no radica en el tamaño ni en el precio, sino en el afecto que encierra. Ese puente invisible entre corazones hace mucho bien. La intención, más que el objeto en sí, deja una huella imborrable.
Para terminar, quiero recordar un hecho histórico documentado: la Tregua de Navidad de 1914, en áreas de Bélgica y Francia. En medio del frío y la desolación de la Primera Guerra Mundial, sucedió algo sorprendente. Desde las trincheras de las potencias centrales (principalmente Alemania y el Imperio Austro-húngaro) entonaron en alemán el villancico Noche de Paz, y los soldados aliados (británicos, franceses y belgas) les acompañaron en inglés. Por esa noche, los combates se interrumpieron. Bandos enemigos se convirtieron simplemente en personas celebrando la Navidad. En vez de balas, intercambiaron detalles cargados de humanidad y empatía como tabaco, chocolate, conservas, botones o galletas. Lo que importaba era el propósito: crear un instante de paz en medio de la hostilidad.
Ya veis, en una época tan cargada de expectativas materiales, no está mal recordar que los presentes más valiosos no tienen precio. Cuentan los gestos de cariño, el tiempo compartido, las charlas, la calidez de un abrazo, la atención y las experiencias vividas. Más allá de etiquetas y precios, esas dádivas intangibles perduran en la memoria, creando recuerdos imborrables que trascienden lo puramente material.
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© 2024. Lourdes Justo Adán. Todos los derechos reservados.
Especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar.
Docente.
Escritora.
Columnista.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Bloguera: https://lourdesjustoadan.blogspot.com/
nubeluz174@gmail.com