Un encuentro con el mar y la montaña | Por Martín Isidro Vázquez León
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Se aproximaba la llegada del verano y hacía muy buen tiempo, por lo que la joven pareja decidió pasar el largo fin de semana lejos del entorno urbanístico que no habían abandonado en todo el año. Desde que se conocieron las pasadas vacaciones en una pequeña localidad costera, estaban saliendo juntos en la ciudad donde residían, una gigantesca urbe que ofrecía toda clase de atractivos en cualquier época del año. Durante todos los fines de semana habían frecuentado sus bares y discotecas de moda. Después de haber disfrutado de las complacientes fiestas primaverales que se celebran todos los años les apetecía viajar, y esta vez lo harían en el nuevo coche que se había comprado Juan, un modelo de plena actualidad con el que ya quería estrenar un primer trayecto largo, puesto que hasta la fecha solo lo había utilizado para ir a su lugar de trabajo. Juan soñaba con pisar la montaña, deseaba visitar una de las zonas naturales más hermosas que había conocido y esta pasión se le acrecentaba porque solo había contemplado estos parajes en una ocasión, cuando siendo pequeño fue de excursión con su colegio. Esta sierra se encontraba bastante alejada de la ciudad, en una provincia colindante, pero Luisa prefería ir al mar a recordar el lugar donde se conocieron, aquel pueblecito costero donde tanto disfrutaron en el pasado verano y a partir del cual unieron sus vidas. Tras discutir ambos su objetivo de viaje no llegaron a un acuerdo, pero fue una hermana de Luisa la que les aconsejó que fueran a una ciudad muy conocida en donde se daban ambos atractivos, la montaña y el mar. Esta ciudad se encontraba muy distante, pero merecía la pena visitarla porque ambos quedarían satisfechos con los contrastes que poseía, podrían comprar algunos recuerdos, comer en cualquiera de sus muchos restaurantes y vivir unos espléndidos días de regocijo y bienestar. Juan y Luisa decidieron al final viajar a esta urbe y aprovechar este puente de cuatro días que enlazaba el fin de semana.
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La carretera estaba saturada de coches, pero Juan y Luisa iban muy felices y deseosos de conocer esta paradisíaca ciudad. Querían absorber estos días de viaje con la mayor intensidad posible y grabar en su memoria unas jornadas semejantes a las que gozaron el pasado verano, aquella fecha que siempre recordarían. Se instalaron en un hotel cercano al mar que coincidía con estar situado al pie de una de las montañas que rodean esta ciudad. Desde la ventana del edificio se contemplaba el mar en toda su extensión visible, ya que a lo lejos se perdía en el horizonte. Nada más llegar, Juan y Luisa almorzaron y tras reposar en el salón, se fueron o recorrer las montañas. Luisa pensó en llevar una bolsa con algo de comida y bebida para la merienda, pero Juan le dijo que no sería necesario puesto que por todas las montañas había bares y restaurantes. Comenzaron a trepar, realizando subidas y bajadas de todo tipo, algunas de las cuales podrían ser calificadas de arriesgadas y peligrosas, dada su excesiva pendiente. Después de varias horas de ejercicio físico, de saltar y recorrer con dificultad las desigualdades del suelo montañoso, llegaron a uno de los últimos hoteles de la zona. Estaba oscureciendo. La jornada había sido intensa, habían disfrutado de la naturaleza tal como eran sus deseos, pero se encontraban muy cansados y decidieron cenar en este hotel y pasar la noche allí. Al día siguiente, Juan despertó a Luisa y le dijo que tenían que volver al otro hotel. Luisa respondió que se sentía aún cansada y que recorrer de nuevo las montañas sería muy duro para los dos. Pero no se presentaba ningún problema porque podrían coger un taxi que había parado allí hacia pocos minutos. Tras desayunar en la cafetería y pagar la cuenta tomaron el coche con dirección a su lugar de origen. El conductor dialogó muy cordial y atentamente con la feliz pareja y les informó de los muchos atractivos de la zona. Al llegar al hotel, su habitación desprendía un agradable rumor marino, un estimulante ruido de oleaje y esta saludable sensación les llevó a hacer el amor. La alegría de vivir ardía en los corazones de estos jóvenes que acordaron irse a una playa desierta que estaba más apartada de la ciudad y disfrutar de un maravilloso día, semejante al que habían vivido en las montañas. Cogieron su coche y a la media hora ya se encontraban en esta playa que les recomendó el taxista. Pero no coincidía con estar desierta porque observaron numerosos grupos de nudistas que disfrutaban del sol y del estímulo erótico que se transmitían. Ante esta sorpresa, los dos sonrieron y al momento estaban en el agua desnudos, fusionando sus cuerpos, dichosos de la vida y del atrayente espectáculo humano que contemplaban. Tras esta jornada de bienestar sexual cogieron su coche y volvieron a la ciudad. Ya habían gozado de dos hermosos días y para terminar conocieron esta capital y visitaron algunos de sus muchos lugares de interés turístico. No se olvidaron de comprar curiosos y detallistas regalos a la hermana de Luisa, que fue quien les aconsejó el viaje a esta mediterránea ciudad para que disfrutaran de estos días de descanso en el mar y la montaña.
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«Un encuentro con el mar y la montaña» es un precioso relato sobre Juan y Luisa, una pareja que lleva casi un año de relación. Aprovechan un puente para visitar una ciudad mediterránea que combina los atractivos del mar que la baña y de los montes que la rodean, gracias al consejo de la hermana de Luisa, que les recomendó que hicieran ese viaje.