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UN GRITO Y UN APLAUSO POR LOS REFUGIADOS DE UCRANIA. | Por José Francisco Chaparro Díaz

UN GRITO Y UN APLAUSO POR LOS REFUGIADOS DE UCRANIA. | Por José Francisco Chaparro Díaz

¡Lo primero un grito!, un grito de terror por los horrores de la guerra, una guerra en suelo europeo que muchos ya pensaban que resultaría inconcebible, tras los desastres que supusieron las dos grandes en la primera mitad del pasado siglo, las cuales cambiaron el mundo y configuraron el que tenemos hoy. Pero sí, una guerra de nuevo en suelo europeo, en nuestro tiempo, el tiempo de la comunicación digital, de las redes sociales, de las conexiones por satélite y la telefonía instantánea, una época donde se sabe y se comparte en tiempo real cuando cualquier personaje público hace tal o cual cosa y por tanto un tiempo, donde conocer las interioridades de una guerra en tiempo real resunta noticia a cada minuto y es accesible para cualquiera que tenga interés en ello.

Cuando el 4 de febrero de 2.022, Vladímir Putin dio la orden de la invasión a gran escala del territorio Ucraniano, supuestamente en el marco de una guerra ruso-ucraniana que comenzó en 2.014, el mundo entero se escandalizó y comenzó a padecer las consecuencias de la misma de forma indirecta, en forma de inflación de los precios, crisis energéticas, colapsos en los transportes, etc… Lo que sucedió después está recogido en las hemerotecas y lo que esté por venir la Historia nos lo contará en el futuro; pero lo cierto, es que quien de verdad padeció, de forma directa, las consecuencias de las hostilidades bélicas fue la población ucraniana, que vio como de un día para otro, su modo de vida se vio alterado, sin que la mayoría probablemente entendiera qué estaba ocurriendo.

Lo cierto es que los hombres en estado de luchar, según los criterios marcados por el estado, se vieron obligados a alistarse, a la vez que se producía el mayor éxodo de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR), casi dieciséis millones y medio de ciudadanos Ucranianos han abandonado su país, un país de cuarenta y un millones, que ha visto como casi el 40% de sus habitantes se han visto obligados a huir de sus fronteras.

Siguiendo con estos datos de ACNUR, actualizados a 13 de diciembre de 2.022; a la vecina Polonia han llegado 8.189.186 refugiados, 2.852.395 lo han hecho a la propia Rusia, donde residen personas con la que les unen vínculos familiares, 1.889.243 a Hungría, 1.658.624 a Rumanía, 1.003.469 a Eslovaquia, 721.469 a Moldavia y 16.705 a Bielorusia. El resto hasta completar esos casi dieciséis millones y medio se han repartido por el resto de países de la Unión Europea y otros.

Y aquí es donde quiero lanzar un aplauso, ¡un aplauso!, por la mucha y buena gente, buenas personas que han dado acogida a tanto refugiado en todos y cada uno de los rincones de la vieja Europa. Según datos oficiales del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones de España, alrededor de 134.000 ciudadanos ucranianos han llegado a nuestras fronteras, casi la mitad mujeres, muchas de ellas acompañadas de sus hijos; y es aquí donde el aplauso debe atronar los oídos, pues son innumerables las muestras de ayuda y solidaridad con las que el pueblo español se ha volcado con los refugiados de Ucrania.

No voy a hacer referencia al papel que están desempeñando las Instituciones Públicas, en el marco de sus competencias para ello, ni siquiera al de las ONGs, que han encontrado en esta terrible realidad un caldo de cultivo para medir la auténtica dimensión que tienen y ponerse a prueba hasta donde sus límites le permitan. Sí voy a hablar de los particulares, de los ciudadanos de a pie que no han dudado en apoyar a estas personas necesitadas, dando lo que tienen y ofreciendo lo que ellos mismos necesitan para sobrevivir en la realidad social española que tampoco está para alardes.

Quiero acordarme de las personas, cuyas acciones entroncan en estos días con lo que siempre nos han dicho que era el espíritu navideño, como esos taxistas sevillanos, que cogieron su taxi, su medio de vida y no dudaron en ir y volver a Polonia para traerse tantos refugiados como les fuera posible, esos empresarios de la fresa onubense, que utilizaron los transportes con los que habitualmente desplazan a sus temporeros, para igualmente llenarlos de refugiados desde Polonia; ese hostelero de Albacete que dispensó comidas gratuitas a todo refugiado que llegaba a su ciudad, los propietarios de pequeños hoteles que por todo el territorio nacional, han cedido sus establecimientos para dar acogida a estas personas afectadas por el horror de la guerra y en definitiva tantas y tantas personas anónimas, que han hecho posible dar la bienvenida más calurosa que pueda ser posible para estas personas, sobre todo mujeres y niños, que lo han perdido todo, han dejado atrás muchos de sus seres queridos y viven con la desazón de desconocer el devenir de esta guerra que amenaza con dejarlos sin nada.

¡Para ellos mi aplauso!.

Recientemente hemos tenido conocimiento del triple reconocimiento que ha supuesto el Premio Nobel de la Paz, para Yan Rachinsky y Oleksandra Matviichuk, como representantes de la organización ucraniana “Center for Civil Liberties” y a la activista Bielorrusa Natalia Pintsyuk, que recogía el galardón en nombre de su marido encarcelado en Bielorrusia, el también activista Ales Bialiatski.

Ellos han recibido los auténticos aplausos en la entrega de galardones, siendo en realidad aplausos simbólicos, que simbolizan los que desde cada pueblo o ciudad de Europa o del mundo y yo, desde aquí, desde mi tribuna, tributamos a todas y cada una de las personas, las buena gente como decimos en Andalucía, que entregan sus bienes, su tiempo y en muchos casos sus vidas a hacer mejor las de otros.

Francisco José Chaparro Díaz.

18 de diciembre de 2022.


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