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Tributos y ¿solidaridad? | Por Jaime Jimeno

Tributos y ¿solidaridad? | Por Jaime Jimeno

Se acercan las elecciones autonómicas y municipales y, aunque las campañas propiamente dichas deben comenzar unas semanas antes del evento en cuestión, ya podemos asistir a la confrontación de programas e ideas, junto con las estrategias de cada partido para arañar ese puñado de votos que les permita alzarse con la victoria. En este escenario salen a jugar los vencedores de los últimos comicios que, haciendo uso de las atribuciones que cada Comunidad tiene, han iniciado una auténtica batalla campal a cuenta de la política fiscal. Unos eliminan tributos y otros crean nuevos. En cualquier caso, el discurso de todos converge en un mismo punto: es lo mejor para las familias que más lo necesitan ante la situación actual. ¿Nos lo creemos? El mejor estudio sociológico al respecto nos lo darán las urnas de mayo.

Hasta entonces podemos intentar comprender las verdaderas repercusiones de las medidas ideadas por nuestros políticos. Imagino a millones de ciudadanos aliviados porque gracias a que se ha suprimido el “impuesto de patrimonio” en su Comunidad ya pueden resultar premiados en los sorteos de lotería sin que el gobierno les meta mano. La verdad es que dan ganas de empadronarse en alguna de esas comunidades y jugar Primitivas, Quinielas y hasta la cesta para sorteo del jamón de la asociación de vecinos del barrio. En resumidas cuentas, parece ser que la idea gira en torno a que aquellos que más tienen se puedan ahorrar unos euros para que luego los reinviertan en la sociedad gracias a su demostrada solidaridad.

Por otro lado tenemos a los que crean nuevos impuestos o reformulan los existentes. Una de las últimas ideas es el “impuesto de solidaridad de las grandes fortunas”. En este caso las estadísticas nos dicen que a priori afecta un grupo bastante reducido de contribuyentes que gozan de un patrimonio inalcanzable para el 99% del resto de ciudadanos. Sin embargo, algunos políticos y medios parecen empeñados en mostrarnos la precaria situación en la que pueden quedar esas pobres gentes afectadas por el tributo. Me viene a la cabeza un artículo en el que nos presentaban a un señor de mediana edad que siendo dueño de un centenar de propiedades obtenía más de ciento cincuenta mil euros de rentabilidad al año y mostraba su preocupación por que cerca de veinte mil euros podrían salir de sus bolsillos para entrar en las arcas del Estado. En este caso los tiros van por hacer pagar directamente a los que más tienen, que si aplicamos el mismo principio de solidaridad que en el anterior ejemplo, no pensarán en ningún momento en buscar un domicilio más amigable, fiscalmente hablando, que les permita evadir esos impuestos.

Pero si dejamos de hablar de ese pequeño porcentaje de la sociedad al que este tipo de reformas poco puede afectar, nos encontramos al resto de la población y un principio muy básico que no se debería olvidar. El flujo económico entre ciudadanos y Estado va en dos sentidos. El Estado recauda impuestos para luego invertir ese dinero en diferentes áreas: sanidad, educación, pensiones o fundas con unicornios de colores para los terminales de los diputados. Más allá de lo cuestionable que puedan ser unos gastos u otros, lo que está claro es que si el Estado recauda menos, los servicios que ofrecerá se verán mermados. Puede ser que para algunos no represente un problema que las listas de espera en sanidad sean cada vez más largas, o que el alumnado de la enseñanza pública disfrute de sus clases en unos comodísimos barracones, pero para la mayoría de la ciudadanía resulta de vital importancia que esos servicios se puedan seguir desarrollando con calidad. Seguramente si hacemos cuentas, gracias al principio de solidaridad, nos daremos cuenta de que la mayoría de contribuyentes tenemos un saldo negativo con la administración, y si no es el caso, no debe andar muy desequilibrada la cosa. Simplemente piensen en carreteras, colegios, hospitales, pensiones o las verbenas de sus pueblos.

Por mi parte quisiera creer que esa solidaridad se mantendrá en aquellos que más tienen, y  que devolverán a la sociedad aunque sea una pequeña parte de lo que han ganado gracias a ella. Pero es imposible no pensar en un razonamiento  que se aplica desde la más pequeña hasta la mayor empresa del mundo cuando se quiere recurrir a despedir a trabajadores: “aquí estamos para ganar dinero, no somos una ONG”.


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