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Sobre la naturaleza de los vampiros | Por Carlos María Valencia.

Sobre la naturaleza de los vampiros | Por Carlos María Valencia.

Es y será un tema controvertido donde los haya. Establecer la personalidad de un vampiro es complicado y cada vez que una persona intenta moldear la singularidad de estos seres nocturnos puede encontrarse en arenas movedizas. Es indudable que existen una serie de reglas, casi inamovibles que, se identifican con el folclore y el mito de los vampiros. Su vida y muerte está ampliamente divulgada en novelas, películas, series, artículos, libros, etc. Así que, disponemos de una serie de rasgos tan arraigados y variopintos en la sociedad que cualquier cambio sustancial en su apariencia puede ser motivo de un encendido debate, sobre todo, entre los más puristas.

En el fondo, no nos gustaría volver a enumerar todos esos tópicos recurrentes que se asocian a los vampiros, tan solícitos como las perogrulladas para este tema. Porque intentar explicar un punto de vista algo diferente entraña unos riesgos “calculados”. Tampoco queríamos abrir una Caja de Pandora y que saliesen las Furias desatadas en una interminable lluvia de críticas. No era nuestra intención, repetimos. Simplemente, hemos creado una visión diferente, original pero que mantuviera la esencia del mito del vampiro clásico.

La primera y más importante diferencia, con posible foco principal del ataque literario, es convertir nuestro vampiro en un ser vivo ¿…? Hemos desterrado la idea de un No Muerto que puede vivir cientos y miles de años por acercarlo más las leyes básicas de la naturaleza; aunque hemos hecho un guiño excepcional de longevidad en un caso concreto y muy particular. El sentido más biológico y menos de ultratumba sobre la nueva concepción de estos seres venía implementada por la reversibilidad como dolencia que producía un virus. Es decir, intentamos establecer que existe un virus peculiar que transforma a los seres humanos en vampiros. Y en sentido contrario, que pudiera hallarse una vacuna e invertir el proceso.

Otra de las “tradiciones” que hemos modificado han sido su apariencia y su adaptación social. Por un lado, nos apartamos del típico vampiro afeminado, delicado, de exquisitos modales, extremadamente gótico y de semejarse lo más parecido a un miembro de la nobleza. Por otro lado, tampoco queríamos que fueran autenticas máquinas de matar, unos asesinos insensibles fuera de toda moralidad. Era una conjunción difícil ¿Qué tipo de vampiro podría salir?

Posiblemente sería, a priori, el nacimiento de un tipo de vampiro que dispone de un camuflaje perfecto para ocultarse entre la sociedad. Es aquel que no lo parece, el que desarrolla un mimetismo tan perfecto que parece un humano “normal”. Es el disfraz perfecto de un lobo, con piel de cordero, que se mezcla entre las “ovejas”.

¿Cómo lo consigue? Muy fácil. Simplemente, adaptarse como si fuera una persona corriente, dentro claro, de su curiosa naturaleza. Para eso, los vampiros de revisten de un halo de naturalidad y cotidianidad. Su mejor defensa y primera línea de seguridad de un vampiro es que nadie debe conocer su presencia. Por eso, se comportan como seres humanos comunes. Puedes verlos, de noche claro, en el autobús, un restaurante, una discoteca, sentados en el banco de un parque, paseando por la ciudad…

Pero no hay que olvidar su lado más macabro. Los vampiros son como los humanos, capaces de las obras constructivas más grandiosas y las acciones más emotivas, pero también, de ser los asesinos más letales. No dejan de ser personas, pero disfrutan de un poder. Un dato curioso: en este país desaparecen más de mil personas al año sin dejar rastro.

Incluso podríamos decir que le hemos quitado ese revestimiento tan especial de poder, que solo poseen las elites, para rebajarlos, casi a presidiarios fugados ocultos de una sociedad que le teme y les persigue. Esta circunstancia crea una respuesta dogmatizada en la búsqueda de una felicidad, una esperanza aparente que, basada en una persistente supervivencia, les crea un estado de alerta permanente.

Todas las anteriores contrariedades, así como una dilatada longevidad pueden crear un difícil equilibrio emocional en un ser humano… y en un vampiro. No nos engañemos, precisamente un vampiro no debe disfrutar de una buena salud mental. Años de persecuciones y oculta entre las sombras, con aderezos de unas dosis de soberbia egocéntrica sin aparente esperanza, establece una persona con muchos traumas y inseguridades. Es, en definitiva, el caldo de cultivo perfecto para que cometa una soberana imprudencia buscando la muerte, o directamente, el suicidio.

La verdad, es que, en el fondo, no nos sentimos muy orgullosos de haber rebajado a los vampiros como si fueran simples humanos, o incluso a que sean meros inmigrantes, que, de facto, lo son. Pero hemos querido mantener nuestra principal válida argumentación: el mejor seductor asesino es aquel que no lo parece.

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