¿POR QUÉ DESAPARECE EL ARTE Y LO ARTÍSTICO? | Por Kaiser Axeman
¿Cuál es el medio por el cual el ser humano alcanza la cúspide de su libertad de expresión individual? Probablemente, muchos respondan a esta incógnita con que ese medio es el arte. Hoy en día, uno de los valores más cotizados en nuestra contradictoria sociedad es la libertad y eso la convierte al mismo tiempo en un arma de doble filo: por una parte, llenamos nuestro vaso de ese sentimiento de autonomía e independencia, somos distinguidos frente a la masa y sentimos la posesión de una voz propia; la contraparte es que no nos conocemos lo suficiente como para poder explicar qué es la libertad, por qué motivo queremos ser libres y frente a qué asuntos ansiamos disponer de libertad propia. Esto mismo está pasando en el plano que envuelve al arte y lo artístico: desaparece por desconocimiento. No sabemos y no queremos purgar en nuestro interior en busca de sentido y objetividad en forma de respuestas acerca de la ansiada libertad porque no nos atrevemos a descubrir verdades incómodas acerca de nuestra propia naturaleza individual. Fingimos que tal cosa no existe, pero muy en lo profundo sabemos que se oculta. Entonces, ¿no queremos o no nos atrevemos? La misma indecisión y falta de valor es la que rodea a la figura del artista contemporáneo. El arte parte de una pregunta, pero previamente se necesita un determinado marco social para darle sentido. Hay que ubicar lo expresado y moldear esta pregunta a la que posteriormente dará respuesta el ojo crítico del que contempla la obra. No hay realmente un artista que se lance a una búsqueda de respuestas en sí mismo que serán plasmadas en forma de pregunta para la sociedad por medio de su expresión artística. O por lo menos y bajo mi opinión yo no percibo al artista, ni si quiera una pregunta que se nos haya lanzado. O tal vez, enfocado de otro modo, puedo percibir que existe ese artista pero que carece de las agallas necesarias para expresar su expresión artística en la realidad valiéndose de su pincel. “¿Agallas para qué, ¿qué es lo que teme?”, te estarás preguntando. En mi opinión teme la incomprensión. Y al temer la incomprensión teme la soledad que sufrirá su obra. En este sentido no le culpo, ya que, en este mundo fotocópico e inestable, ya no hay prácticamente personas que posean la chispa para encender la llama del juicio artístico y tienen la pólvora mojada a la hora de apuntar el valor de reconocer lo que es realmente arte.
Para lo que sí se parece tener la pólvora preparada es para cuantificar y cifrar una obra y mercantilizar el arte, que es precisamente en lo que se ha convertido, en “bonitos objetos coleccionables que valen mucho dinero”. En números. En cosas carentes de carácter y personalidad. Una mercantilización de la máxima prueba de libertad de expresión humana le quita toda la esencia al arte. Que el artista no es muy amigo de los números no es ningún secreto y ante un marco social indiferente y un contexto que, ¿por qué no decirlo? roza lo antiartístico, plantear una pregunta que no va a valorar, ni pretenda evaluar y ni siquiera se interese en contemplar, es un billete directo al no reconocimiento como artista. Por eso, para evitarlo, el artista se refugia en la masa y crea fotocopias artísticas que vienen sin preguntas y así se aniquila una de las principales cualidades que puede expresar el artista con su obra. Actualmente, no ha emergido el individuo que rompa estas fronteras que ha cimentado el marco colectivo y que haga un acto de rebeldía frente al arte actual, que haga un tipo de violencia civil por medio de su obra, desmarcada de la insustancialidad actual. Entonces, ¿es también arte lo que vemos hoy en día o es solo un intento estético para encubrir un vacío de significado sustancial de una obra? No seré yo el juez que dictamine lo que es y no es el arte y lo artístico, pero lo que sí sé es que he lanzado una pregunta que espero que ese diminuto sector de la sociedad que todavía suspira de esperanza pueda dar respuesta algún día. Y si no es así, siempre nos valdrá la vía de escape de Kierkegaard: abrir los ojos, contemplar cómo funciona la sociedad y las vidas humanas y no parar de reír a base de carcajadas irónicas ante la cruda realidad.