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Ser refugiada | Por Pilar Arkana

Ser refugiada | Por Pilar Arkana

Me llamo Mahyuba y tengo dieciséis años, nací en un campamento de refugiados saharauis en un desierto de los más inhóspitos del planeta, es casi la única vida que había conocido.

De niña pensaba que todo el mundo vivía como nosotros, lo que veía en la pantalla del viejo televisor cuando conseguía funcionar, después de varios golpes frustrantes, pensaba que no era real, que solo pasaba en la pantalla.

Yo vivía feliz, jugaba en el desierto con otras niñas, nunca con niños, eso no estaba bien, desde pequeña ayudaba en la casa cuando era necesario.

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Yo no sabia que mi vida era tan dura, era la única que conocía, para mi era normal no tener agua, ni luz, ni las cosas básicas.

No sabia que el mundo se divide entre ricos y pobres, entre los que lo tienen todo y se permiten el lujo de derrocharlo y los que apenas tenemos nada.

Fui creciendo y escuchaba las historias de nuestro viejo país, el nuestro de verdad, que ahora estaba ocupado y al que era tan difícil volver, pero para mi era como un cuento que se escuchaba en las frías noches del desierto, alrededor de la bandeja donde nunca faltaba el te saharaui.

Durante varios veranos pude ir a España con una familia, allí fue cuando comprendí de verdad todo lo que nos faltaba, todas las carencias y el abandono y la miseria en la que vivíamos.

Quise ir a vivir a España, a estudiar y tener una formación para mi futuro, pero la vida no se puso de mi parte, cuando ya casi todo estaba listo la pandemia suspendió la vida misma y tuve que quedarme en mi jaima, esperando, esperando…

A partir de ahí ya no fui tan feliz, había crecido y era consciente de lo que era, una refugiada, una mas de las que el mundo parecía mirar con indiferencia.

Lo mejor que tenia en mi vida era mi familia, mi abuelo, mis padres y mis hermanas, pero aquí, en los campamentos de refugiados también llego el virus mortal y se llevo con tanta furia como rapidez a mi abuelo y a mi madre.

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No lo podía creer, mi madre, el pilar de nuestra familia, que significaba la alegría, la ternura y los abrazos nos dejo para siempre.

Ahora ya no soy una niña, soy una joven y tengo que cuidar de mi padre y de mis hermanas.

Cada día levantarme y dar de comer a las cabras, cocinar lo que haya, lavar sin apenas agua, sobrevivir.

Mi sueño de salir de aquí y estudiar se rompió en mil pedazos, y quizás nunca se podrá retomar.

Ahora tengo responsabilidades que quizás en otro mundo no me corresponderían, pero en este en el mío si.

Lo que queda es duro, es levantarse y tener por delante un día sin fin, intentando no perder la esperanza, no perder de vista los sueños.

Quizás algún día las cosas cambien, nuestra vida cambie.

Si pudiéramos recuperar nuestro país, el nuestro de verdad, al que nos pertenece, donde la vida seria bonita, con lindas casas.

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