“La educación”. Vibra bonito, y atraerás cosas bonitas | Por Anabel Llamas González
La educación es un tema que me ha preocupado desde que era adolescente. Cuando escapé de mi casa, con un ataque de nervios real. Con un cachorro asustado, dolido, herido, y tremendamente abocado a ser carne de cañón. Había muchas puertas abiertas al infierno, con esas pocas personas malas pero dispersadas por el mundo. Que podían usarme, a mí, y a tantas personas que vivían con monstruos, y su vulnerabilidad estaba expuesta. Con esos peligros reales que pululaban por la sociedad, y a los cuales tenía tanto temor, que por suerte huía, literalmente de ellos. Permanentemente asustada.
Entonces encontré personas que me miraban a los ojos, me escuchaban y me explicaban la vida.
Ampliamente he de citar a Nelson Mandela, cuando dijo que la educación es el arma más poderosa del mundo. Tomemos el arma entonces.
Con pesar, veo que los valores que defiendo, están francamente deteriorados. Quiero pensar que quizá, como ocurre en lo que mencioné en el primer párrafo, los peores vestigios de esta falta de educación, son los que más se hacen notar. Los que vemos y oímos en los medios de comunicación. Hace unos días, un profesor de instituto anunció con mucha tristeza que dejaba su profesión. Él Marc, es alguien con mucha vocación, es decir, un profesor que podría perfectamente haber formado con ilusión a los futuros ingenieros, médicos, profesores, etc… ¿Estamos tirando por la borda el futuro por un exceso de libertad??
La frase que más he repetido en la educación de mis hijos es; “tú libertad termina, donde empieza la de los demás”. Y francamente, me pregunto si realmente es tan difícil de explicar. Es más, creo que debería de ser el título de una asignatura obligada en los colegios. Sería un bálsamo de voluntad, de sonrisas, de energía por parte de todos. Un granito de arena que vamos sumando a diario en casa, en el colegio. Y los adolescentes y adultos que comienzan a trabajar, vayan con la lección aprendida. ¿Suena a utopía? No, es real. ¿Es la panacea? Si, señores, lo es.
Las redes sociales son una ventana al mundo, que deberían estar vetadas a las faltas de respeto. ¿Dónde está el límite? Ahí, en el insulto. Como en cualquier situación en la vida real. No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defiendo tu derecho a decirlo.
He sido una ferviente defensora de la libertad toda mi vida. Nunca he dejado que me pongan el tornillo que me falta. He vivido mi vida con mis monstruos y mis fantasmas, intentando desterrarlos poco a poco de mi mente. He comprendido que la libertad que defendía, es la que nos merecemos todos los ciudadanos. He estado muy sola, y últimamente, he recibido muchos abrazos. Prueba irrefutable de que a veces la vida te regala argumentos contra la soledad. Y me gustaría que mi vida se basara en intentar hacer comprender la palabra educación desde la base. Desde siempre que comenzamos a tener uso de razón. Pero no es mi cometido en su amplia magnitud. Lo haré siempre como madre. Y siempre que me dejen, como amiga. Pero desde las autoridades han de desarrollar muchos más proyectos. Han de destinar muchos más fondos, más ilusión y enseñar más cultura.
Los alumnos han de conocer la historia para no repetirla. Deberíamos esforzarnos en luchar para que palabras como esclavitud, prostitución, abuso, misoginia, machismo, racismo, y un largo etcétera formaran parte del pasado.
Lo mismo que en cuestión de aprendizaje. Opino como reza el título de mi libro, que hemos de pasarnos la vida, literalmente aprendiendo. Tener inquietudes forma parte de nuestra salud mental. Valores, educación, inquietud por la vida. Ello te dará la libertad. La libertad de elegir. La libertad de ser independiente toda tu vida.
Últimamente, quizá por desgracia acrecentado por la reciente pandemia, las enfermedades de la tristeza están a la orden del día. Menos pastillas y más inquietudes repito. Desde casa, es primordial. No podemos convertirles en discapacitados emocionales. Si llevamos a nuestros hijos con nosotros a aprender a caminar por el campo para disfrutar del paisaje y así despejarnos de la rutina emergente. Del consumismo efímero que promocionan de forma inconmensurable los referentes que nunca deben de tener. Si algún día por suerte, disfrutan de riquezas materiales, sabrán gestionarlas de tal manera que jamás emerja en ellos la tristeza. Porque hemos instalado en su memoria, y en su corazón, los referentes que realmente importan. Saber cuál es la base de nuestra alimentación, la ganadería. De donde vienen los desayunos que disfrutamos, el pan que comemos. No puede ser que un adolescente vea un animal en una granja, y pronuncie una aberración por su suciedad. No puede ser que vea a un campesino regando con la azada al hombro y se ría de él. Hay que inculcarle, que él está construyendo su sustento. Y que ellos, podrán construir su futuro, conociendo el pasado de tantos que lo han hecho posible. Podrán mejorarlo, por supuesto, si así lo desean, porque la modernización debe de estar siempre presente. Pero sin infravalorar jamás el primer eslabón. Ese que estudiamos de forma amplia en el colegio. Y, aunque suene un tanto cursi, decirles, que el agricultor toda la vida ha trabajado la tierra con amor. El mismo que a la vez que le inculcamos el valor de esas cosas materiales, también le imprimimos necesariamente para crecer como personas.
Durante la pandemia, con mi hijo pequeño, para matar el tiempo en el que estábamos por un tiempo abocados a estar encerrados, cocinamos, jugamos, aprendimos. La importancia que tiene este aprendizaje es inmensa. No puedes pretender enseñar a un hijo, que, si sale tarde de trabajar, o no, pase por un supermercado en el que le ofrecen, plastificados, un par de huevos, ¡YA FRITOS! Si en veinte minutos en casa, cuece unos macarrones, y en otro fuego prepara un sofrito de cebolla pochada con un puñadito de carne, y ya tiene una comida hecha para cuando regrese. Mucho más sano. Mucho más rápido. Mucho más barato. Mucho más inteligente.
Hay una afirmación de mi admirado Don Pedro Cavadas que subscribo en su totalidad. Él dijo en una ocasión, “no soporto a los vagos, y la mala educación”. Son valores en alza, o deberían serlo. Nos están haciendo vagos con tanta comida precocinada, como ejemplo. No lo permitamos. Enseñemos a cocinar. Enseñemos todas esas cosas que hemos de aprender para sobrevivir. Forman parte de ello, de la supervivencia que debería estar innata en nosotros, en las personas que nos convertimos en padres, en maestros. Aprendizaje imprescindible. Puedes ser ingeniero, profesor, astronauta. Y si yo no lo soy, quizá lo más fácil es que no sepa resolver una complicada ecuación, hacer un plano fiable, o dar una emotiva y fructífera clase de química. Pero si puedo, cocinar, planchar, limpiar y organizar mi vida. Démosles alas a la juventud, a los niños. Las alas de la libertad, de la independencia. De que nadie tenga que depender ni emocional, ni económicamente de nadie. Todos pertenecemos al mismo cielo, y a la tierra mojada de lágrimas de cada uno. Las que han construido nuestra lucha particular. Hombres y mujeres en igualdad, intentando construir una escalera que nos lleve a la excelencia como personas. Sin menospreciar a nadie. Todo el mundo tiene un don. Y la educación es el principal ingrediente que le va permitir encontrarlo. El respeto hacia los demás. El cooperativismo después entre personas con valores. Todo es un suma y sigue para construir un mundo mejor. Aunque a veces, me paso los cafés intentando imprimir a cualquier joven que tenga delante, que la alegría es la base, y me encuentro con contestaciones en las que descubro que la cultura del esfuerzo está muy distorsionada. Muchos quieren que les den todo hecho. Y no se plantean ni por un momento que deban hacerlo ellos. Hasta incluso la felicidad.
Nuestra piel es una gran página en blanco que vamos llenando poco a poco dice mi admirada Irene Vallejo. Llenémosla de cosas buenas. En nosotros está dejar el legado más indestructible a nuestros hijos. Lo que ven en nosotros, lo mejorarán. Mi niñez estuvo ausente de cariño casi por completo. Pero ser madre, me otorgó desde el primer momento ese premio. Ese aprendizaje que me daba amar a un ser por encima de todo. No alimentemos el rencor que pueden dejarnos los acontecimientos vividos. Recalco insistentemente que existen malas personas, pero son las menos. Por el mundo encontraremos personas, razones, y belleza suficiente para desterrar el rencor y quedarnos con lo bueno. Con lo que nos va a permitir que esa altura de miras se haga realidad. Que nuestras inquietudes se vean realizadas en nuestro día a día.
Quiero reflejar en este artículo, la visión amable del mundo. La que fomenta la paz y la construye. Y se empieza por abajo, desde que nacemos. Educando en igualdad. Ayer, Susy Sánchez, ganadora de un Goya por “Cinco lobitos”, recriminaba amablemente cooperación entre hombres y mujeres. Decía eso, que necesitábamos la ayuda de la otra mitad. El que nos abrieran todas las puertas, porque sabían que teníamos mucho que dar. Puso una realidad sobre la mesa muy gráfica, y es que, a las mujeres, se nos habían abierto pocas puertas. Básicamente, la de la cocina, y la del dormitorio. Y es una triste realidad. ¡Y ya está bien!! Todos tenemos una insospechada fortaleza, que emerge cuando se nos pone a prueba. A mí me ocurrió con el nacimiento de Noël. En ese mismo instante. Y no es que superase mis miedos de forma instantánea. Ya que me costó muchos años lograrlo y aun hoy arrastro algún fantasma. Pero el amor de madre me enseñó la fuerza que creía no poseer. Me ayudó a hacer visible mi propio universo.
La educación que recibió mi madre fue trabajo trabajo, y más trabajo. Obligaciones y más obligaciones desde chiquitita. El dinero para casa, porque francamente, hacía falta. Y eso no era tan malo. Lo malo era que el país estaba destruido y había que componerlo de nuevo. Lo malo, además, fue que apenas se libró de su padre, se encontró con el mío. Que era y es infinitamente peor. Intentó deshumanizarla desde el primer momento a través del miedo. Haciéndola creer que era inútil, inútil, y nada más que eso. Con esa férrea convicción de que el hombre era quien debía mandar, ordenar y someter. Y ella su esclava. No sé en qué siglo, ni en que época, por mucho que lea, se inculcó esa fatídica idea. Ni por que la mujer era pura o impura, y el hombre era hombre.
La educación engloba muchos elementos. Incluso la persona más buena, y que pretende hacer lo mejor posible su cometido, puede estar incurriendo en una dicotomía con una relevancia muy importante. Es decir, mujer, que no defiende el machismo en ninguna vertiente, pero luego disculpa totalmente en todas sus vertientes, el comportamiento de un hombre que no colabora en las tareas de la casa.
- Pobrecito, déjale que viene cansado.
- Pero Mari, yo estoy igual de cansada, también trabajo, cuido al niño, cocino. No es justo.
- No te quejes, mujer, lo hacen todos. Les han educado así. Si es más bueno que el pan.
Y esto, día tras día, erre que erre, mina, agota, cansa. Y uno se desenamora, de verdad. En esta cuestión, si ella trabaja igual que él, y además lleva la casa, niños, cocina, educación, etc…. Y un día por fin, se planta, y deja de hacerlo. En una semana es malvada. Será altamente criticada. Y esas personas que la critican no comprenderán tanto despotismo. Esto, señores, es educación.
Por ello siempre me han inspirado una reverencia las mujeres que hablaban en prensa con libertad. Elena Ochoa en su momento hablando de sexo, por ejemplo. Es que pasarnos la vida rompiendo techos de cristal nos convierte en valientes. Y lo que queremos es ser libres desde siempre, para no tener que convertirnos en heroínas. Porque, aunque el verdadero heroísmo esté en la calidad de la lucha, la mayoría de estas luchas nos las podríamos evitar, si existiese por parte de toda una educación en igualdad. Bastantes palos nos dan en la vida a todos ya, hombres y mujeres, para tener que romper techos de cristal en un país que presume de una buena salud democrática. Y mientras tanto seguimos enterrando a mujeres víctimas de un machismo malévolo.
Porque no hay peor dolor como aquel que es provocado de manera intencionada por aquellos quienes en la infancia debieron cuidarte, protegerte, darte soporte, amor y comprensión. Estar presentes, ser cercanos, y ofrecerte su respeto. Y no, no es que fallaran porque no supieran hacerlo mejor. Eran conscientes del daño que hacían, y del dolor que provocaban, pero no pusieron jamás de su parte para cambiar la situación, enmendar los errores. Pedir perdón por ello y hacer un acto de reparación. Porque ello les daba poder. Y el poder infundado, es dañino. Así los discípulos de un patriarcado, que cuando no se le obedece, utiliza la violencia, siguen presentes por desgracia, cuando no hay una educación que cambie el paradigma en una sociedad en la que una parte pequeña aún lo defiende.
Es entonces, cuando empiezas a vivir, y aun sigues arrastrando ese dolor, esa incomprensión, esa tara impresa de inutilidad inculcada, y quieres, me reitero, vivir. Porque lo mereces, porque en el fondo sabes, que la vida es solo tuya. Entonces comienza la lucha. Mi primer amor estuvo sublime, atento, cuidadoso y respetuoso conmigo. Pero el culpable era mi pasado, mis raíces, mi dolor. Esas personas en ocasiones nos convertimos en raros, inadaptados, dolorosamente sensibles. Y aunque con él aprendí como dice mi querido Luis García Montero, que la alegría es superior al odio, las personas también nos definimos por las cosas que no damos. Y con el ansia de libertad que tenía, cogí el primer tren y me fui.
No es lo mismo, atar cabos como si fueses un criminalista, que atar impresiones e intuiciones varias, hechas de sentimientos. Por lo cual, concluyo, que hemos de valorar la paz que hemos conseguido. Porque no hay precio más caro que perderla. Y sumarla siempre, a la tolerancia, que es el fundamento que la sostiene. Y sumarla, a su vez, a los valores que nos facilitan amigos. Conservamos paz, promocionamos la tolerancia, sumamos valores como el respeto, la humildad, la solidaridad, y el resultado será un mundo mejor en el que vivir. Me encanta esa frase que le dice el nieto a la abuela, que muchos habréis leído y reza:
- Abuela, si traigo a mi novio a merendar, ¿Qué harías?
Y la abuela responde, con toda la naturalidad del mundo:
- Café.
Esa tolerancia y sencillez, es lo que todos necesitamos. Cada uno en una proporción distinta.
Abogo por que la gente esté llena de valor, y no de excusas. Que nadie le diga a nadie como tiene que vivir su vida. Se aceptan consejos, abrazos, paseos, conversaciones…. Pero jamás imposiciones. Pueden dar lugar a desastrosos desenlaces. Véase aquí la mítica, “El club de los poetas muertos”.
Que la opulencia no forme parte del amor. Porque en muchas ocasiones, detrás de ella se esconde un amor conmovedor.
Lanzo un órdago a la educación, la que fomenta la igualdad y el respeto. La que ayuda a vivir en paz. La panacea para curar este mundo.
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