«Grandes logros» | Por Jaime Jimeno
La Corte Suprema de Estados Unidos ha decidido que el aborto deje de ser un derecho constitucional. No soy un experto en legislación, aunque creo que una Carta Magna, con más de doscientos años de antigüedad, ya empieza a oler un poco rancio. Por ese motivo, casi me atrevería a decir que es una buena noticia. Sin embargo, que un derecho de este tipo salga del catálogo mientras se mantiene permanente la oferta que permite llevar un Winchester a comprar el pan, no tiene pinta de ser la mejor idea. Me imagino a los jueces yanquis debatiendo el asunto en una acalorada discusión que podría parecerse a la siguiente recreación:
—El aborto acaba con miles de vidas, ¡tenemos que erradicar esta lacra!
—Pero si hace unas semanas vimos las consecuencias que tiene nuestra política de armas, ¿no sería mejor tratar ese asunto?
—Tonterías, los chavales que mataron en el colegio tienen la culpa, si hubieran cogido el revolver de sus padres se hubieran podido defender, en el aborto eso no pasa.
Y tras unas cuantas réplicas y contrarréplicas, al final se opta por lo más sensato: decir a los muchachos que matar a sus compañeros de instituto no está bien y, de paso, abolir el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo.
En cualquier caso, no deberíamos perder la fe en la humanidad. Al fin y al cabo, el hombre ha sido capaz de descubrir el fuego, inventar la rueda o crear deidades a su antojo. Tal es su capacidad, que ha sido capaz de perpetrar las más grandes hazañas jamás narradas: vueltas al planeta en recipientes de madera, excursiones a nuestra admirada Selene o aquel “Baila el Chiki Chiki” que inexplicablemente no ganó el Festival de Eurovisión de 2008.
Podría seguir relatando los grandes logros de la historia, pero me centraré en otra faceta que ha caracterizado al hombre desde tiempos inmemoriales, meter las narices donde nadie lo ha llamado. Podemos encontrar ejemplos de tan desarrollada habilidad allá por donde miremos. Basta con que se lo pregunten a los rinocerontes blancos, perseguidos por sus cuernos, o a la cima del Everest, cubierta de excrementos de homo sapiens que encuentran muy satisfactorio alcanzar el “techo del mundo”.
Sin embargo, donde más destacan las narices del hombre es en asuntos que atañen a su compañera, la mujer. Ahí la cosa ya se pone seria. Desde el primer reparto de tareas, hasta las atribuciones en cuanto a avances médicos, científicos o sociales, pasando por las decisiones acerca de su cuerpo. No hay ser más capacitado que el hombre en el Universo para decidir por ellas. Por esa razón el aborto pierde su cobertura constitucional en el país referente. El hombre así lo ha estimado.
No me hagan mucho caso porque lo mismo estoy divagando, pero a lo mejor el hombre debería ceder el testigo y dejar a la mujer escribir su historia, estoy convencido de que no encontraremos el mundo peor de lo que lo hemos dejado nosotros.
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