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«El mejor chiste del mundo», por Juan Expósito

«El mejor chiste del mundo», por Juan Expósito

            El mejor chiste del mundo lo escuché el otro día. Fue improvisado, al acabar la clase de mi Grupo de los Martes a las 20:00. Lo hizo mi alumna Belén. 21 añitos. Lo dejo para el final.

***

            Sí, voy a hablar un poco de lo la Gala de los Oscar y de la bofetada de Will Smith a Chris Rock. Después del acontecimiento todo el mundo ha inundado las redes para ponerse a favor o en contra del manotazo. Ha sido muy común, quizá la ganadora en mi muro de Facebook, la postura de que la ofensa verbal es equiparable al daño físico. “No comparto la hostia, pero sí comprendo…”, decían. Es decir, que se está justificando, de alguna manera, que alguien suba a un escenario a dirimir si el chiste es ofensivo o no de aquella manera; la manera de Will Smith. Y se completa el argumento diciendo que una ofensa, o “reírse de un de un defecto”, es tan doloroso y tan equiparable como una agresión física. Que las heridas de las palabras son como las físicas. Y esta argumentación me parece peligrosa, creo. Me explico…

            Soy plenamente consciente del daño que hacen las palabras, siempre lo he defendido. Al igual que he defendido que las palabras también son salvíficas. Hay que decir a la gente lo que hace bien porque se nos está olvidando y parece que “sinceridad” es solo lo que se hace mal y no lo que se hace bien. Pero las palabras, el lenguaje, es de ida y vuelta. Con el verbo podemos compensar una ofensa, podemos responder si algo no nos gusta o nos ofende. Con las palabras podemos insultar, pero también podemos hacer poesía, podemos argumentar y ofrecer razones y, también, podemos hacer humor incluso en la respuesta. ¿Os imagináis a un Will Smith que al recibir el premio responde con humor o con belleza a la supuesta ofensa?

            Diré que a mí, lo que hizo Chris Rock, me parece un chiste… Malo, un chiste poco pensado y chusquero (no de tan mal gusto, eso sí, que el que hizo a Penélope y Bardem un ratito antes) pero que no es más que un chiste. El propósito del presentador es hacer humor (de dudoso gusto o no, pero es humor, ese es el fin) y no hacer daño. No hay un propósito objetivo de herir. Y, con el mismo recurso del lenguaje, se puede devolver la supuesta afrenta. En cambio, después de una bofetada, ya nada tiene marcha atrás.

            Me preocupa ver como muchos compañeros justifican o explican la indulgencia de la acción. Esto es grave porque abre un antecedente. Propone una prerrogativa. Crea un presupuesto de que alguien en una obra de teatro, en un monólogo de humor o en una Gala, de modo unilateral, se pueda levantar de su asiento y hacer su justicia divina porque le ha ofendido. Y ahí se abre la veda de la subjetividad donde es imposible encontrar la linde, la frontera de lo ofensivo y de lo dañino en el lenguaje. Una ofensa es algo personal. Una hostia es algo objetivo.

            Ojo, porque si justificamos una leche por una frase justificamos la violencia y ahí entra que me ofendan por la religión, por la bandera o por hacer un chiste sobre la ciudad de la que soy… Porque las ofensas son libres. Y si justificamos que me ofenden por mi físico, mañana puedo dar la misma explicación porque has ofendido mi bandera. Los argumentos de quien blanquea la acción de Smith son parecidos a los que defienden que se abran querellas sobre que Dani Mateo se suene los mocos en la bandera de España; en principio, son argumentos parecidos: Ofensa subjetiva ante una reacción desmedida. Pero vayamos un poco más allá: son los mismos argumentos a que mañana nos levantemos en una obra de teatro y le calcemos un soplamocos a un actor porque me ofende que se meta con la religión que, de manera sagrada y vehementemente, yo profeso. 

            Insisto, la palabra o el lenguaje es como el cuchillo. Con un cuchillo puedo cortar el cuello a alguien, pero también puedo cortar jamón o queso. Con una bofetada solo puedo hacer daño y no hay marcha atrás. El lenguaje y el humor es maravilloso y es de ida y vuelta… la violencia, no, solo tiene el camino hacia más violencia.

            He escuchado, en mi vida, chistes geniales… he oído chistes a Juan Carlos Ortega, a Javier Cansado o a Arturo González Campos en la radio que son, simplemente, perfectos. He visto chistes en pelis de Woody Allen, de los ZAZ o de Billy Wilder que me parecen tan hermosos que me parecen poéticos. He gozado a humoristas cuyos gracias me han acompañado décadas y aún recuerdo en una noche de chanza acodado en una barra ante una Mahou.  Pero si me tengo que quedar con un chiste, es el de mi alumna Belén, el otro día, al acabar la clase de mis Grupo de los Martes.

             Yo mismo he hecho chistes en mis obras de teatro que luego me dijeron que son ofensivos. Y de alguno me arrepiento y he pedido perdón. Pero nadie me vino a dar una hostia, sino que me han explicado el porqué de la ofensa. Y lo agradezco. Y no los volveré a hacer porque con la propia palabra se explicó, de vuelta, la ofensa de la palabra y no con una patada en la bisectriz de mis piernas. 

            Veréis, desde hace unos años tengo alumnos con diversidad funcional: Gente ciega, con Down, con parálisis, en silla de ruedas… o con depresiones… y soy mucho más consciente de que ellas y ellos tienen que ser los primeros que te abran la ventana de su humor para poder recoger el testigo y hacer risa con su permiso. Porque el humor es el recreo de la inteligencia y saberse reír de uno mismo es solo síntoma de pocos, de unos elegidos. Creo. Desde entonces soy más consciente de lo que puede hacer daño y no, pero tengo claro que la intención es algo que tienes que tener en cuenta en la ecuación. Hace poco comprendí que es más gracioso reírse cuando todos están en el juego y no tienes a un sector herido. Que el humor es un acto poético donde podemos dar una vuelta más para que el chiste sea mejor. Pero también sé que reírse de uno mismo es el epítome del humor.

            El otro día, al acabar la clase de los Grupos de los Martes, Belén, ciega de nacimiento, hizo el mejor chiste del mundo: Terminábamos de ensayar una obra libérrima de La asamblea de mujeres, de Aristófanes. Las alumnas iban a por sus cosas y Belén dijo: “¿Dónde está mi bolso?” y no sé quién dijo: “Ahí”. Y Belén insistió: “¿Dónde?” Y la misma compañera dijo: “Ahí”. Y Belén concluyó:

            -A mí, que me digas ahí, es como si no me dices nada… porque te voy a hacer un spoiler de mi vida: soy ciega.

            Y nos reímos. Ella la primera.


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