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El despertar del Cid | Por Lourdes Justo Adán

El despertar del Cid | Por Lourdes Justo Adán

Rodrigo Díaz de Vivar (s.XI), más conocido como el Cid Campeador, fue un gran militar burgalés que trabajó a las órdenes de diferentes caudillos, tanto cristianos como musulmanes, a cambio de un pago. Disponía de sus propios hombres armados. Por tanto, podría decirse que era un mercenario autónomo que actuaba conforme a sus intereses.

Desde muy joven, Rodrigo sirvió al infante Sancho, futuro Sancho II rey de Castilla con quien mantuvo una excelente relación. En la corte aprendió a leer, a escribir, nociones de derecho, el manejo de las armas, etc.

Al morir Sancho, su hermano Alfonso VI le sucede. Inicialmente, la relación entre el nuevo rey y el Cid fue muy buena, sin embargo, los desencuentros terminaron por surgir y el Cid fue desterrado hasta en dos ocasiones. Incluso llegó a ser despojado de sus honores y sus bienes, viéndose en la obligación de dejar a su familia en un monasterio, bajo la custodia de los monjes.

Al parecer, tras dejar Vivar, de donde el Cid era natural, se dirigió a Burgos. Los lugareños salieron a las ventanas para verlo pasar, sin poder contravenir la orden real que prohibía hospedar y abastecer al desterrado. Hay quien dice que el Campeador y los suyos se vieron obligados a acampar fuera de la ciudad, a orillas del río, como unos marginados.

Los motivos de los destierros, según cuentan algunos historiadores, nunca fueron del todo probados. Hay quien lo atribuye a las intrigas del Conde García Ordóñez, fiel al rey Alfonso VI, que pretendía debilitar su posición en la corte. Su conflictiva relación venía de antaño. Estaba marcada por la rivalidad y la venganza, pues nuestro héroe le había ganado en varias ocasiones.

A partir de ahí, los esfuerzos de este se centran en rehabilitar su honor y recuperar el favor del soberano. Para ello, demostró sus grandes cualidades bélicas obteniendo numerosas victorias contra los enemigos del rey, incluyendo a los moros en la Península Ibérica.

Le envió valiosos obsequios, tributos y botines de guerra como muestra de su lealtad y deseo de reconciliación, buscó la mediación de diferentes personalidades para interceder en su nombre, se ofreció para servir en campañas militares… Por desgracia, no siempre recibió la respuesta deseada a sus reivindicaciones. Pese a todo, el Cid jamás se enfrentó al rey, como una muestra mayor de lealtad hacia él.

Por más que se esforzaba, por las buenas el proceso de reconciliación entre ambos no llegaba. Estaba claro que mostrar su bondad y probar su habilidad guerrera no estaban dando resultado. Algo pasaba.

Un día el Cid cambió de estrategia. Decidió abandonar esa actitud que, por llamarla de alguna manera, era demasiada benevolente.

A grandísimos rasgos, digamos que después del segundo destierro, el Cid actuaba como protector de varios reinos taifas de la zona levantina los cuales le pagaban un tributo por ser protegidos por él. Ese era su oficio. El rey Alfonso VI, al parecer instigado una vez más por el conde García Ordóñez, se dirigió a estos reinos taifas para arrebatar al Cid su modus vivendi, es decir, para que a partir de ese momento, estuviesen obligados a pagar los impuestos al rey y no al Cid. Era como quitarle el sueldo, vaya.  

De alguna manera, este audaz militar debió entender que detrás de este suceso y otros más, tenía que estar un instigador, alguien afín a la corte que susurraba insidiosamente contra él en el oído del rey. Al comprender esto, reclutó a un ejército de mercenarios y atacó las tierras gobernadas por el conde García Ordóñez cortando frutales, quemando cosechas y arrasando todo a su paso. Acamparon en Haro. Enviaron un mensaje al conde García Ordóñez retándolo a combatir. Esperaron y esperaron… Nunca apareció.

Curiosamente, al poco tiempo, el rey Alfonso VI le concedió una cédula real con su perdón y el restablecimiento de sus bienes y derechos.

La historia de Rodrigo Díaz de Vivar inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española: El Cantar de Mio Cid (año 1200), por un autor anónimo. Es importante avisar que esta obra épica se escribió tiempo después de su muerte. Tal vez se haya exagerado o distorsionado la leyenda. Puede no reflejar completamente la realidad, por eso hay divergencias entre unas interpretaciones y otras. Yo misma las encontré revisando la bibliografía.

La obra se diluye entre la realidad y el mito, pero indudablemente, su vida debió ser apasionante. Para ser justos, habría que analizarla tomando en cuenta el contexto histórico, político, cultural y social de esa época de la España medieval. Lo que es seguro es que fue un señor independiente, buen adalid y un líder político extraordinario.

… Quizá por eso fue tan hostigado, difamado y aislado.  Seguro que en más de una ocasión fue víctima de conspiraciones e intrigas palaciegas encaminadas a su debilitamiento. Una situación que hoy podría considerarse mobbing por realizarse en el entorno de su modus vivendi. Era un buen “trabajador” y eso resultaba amenazante para sus competidores. Esas cosas los acosadores lo saben de sobra, es por eso que actúan como actúan, se arriman al sol que más calienta, buscan alianzas para agruparse o bien, diseñan maniobras de lo más elaboradas con el fin de fortalecerse. 

Un día nuestro guerrero despertó y rompió esa indefensión aprendida, ese comportarse pasivamente, ese no defenderse. Esto no hace que los acosadores dejen de serlo, que quede claro, mas consiguió acabar con la impunidad y pudo ser protagonista en su salida a tanto acoso. Se dice rápido, pero cuesta mucho. Con lo intrépido que él era y ¡cuánto tiempo le llevó!

La historia nos da lecciones.

Lourdes Justo Adán

Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar.

Escritora.

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

Docente desde hace casi treinta años.


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