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Descubrimos a la escritora Julia Manzano Arjona, la cual ha participado en la obra “En nuestras propias palabras”

Descubrimos a la escritora Julia Manzano Arjona, la cual ha participado en la obra “En nuestras propias palabras”

¿Quién es Julia Manzano Arjona y cómo nace tu participación en la obra: “En nuestras propias palabras”?

He sido, durante más de cuarenta años, profesora de filosofía, los tres primeros como PNN en el Instituto de Enseñanza Media de Huelva y después como catedrática en el Instituto Sant Josep de Calasanç (hoy Josep Broggi) En Barcelona. También soy Doctora en Filosofía sobre la obra de Eugenio Trías.

Estoy jubilada, pero sigo activa, participando en tertulias literarias en la llibreria feminista Pròleg de Barcelona y En El Rompido, donde paso los veranos. También en Seminarios de Filosofía, con un grupo de amigas/os, desde hace treinta años. Y en otro seminario de mujeres filósofas, que leemos a mujeres también filósofas en La Societat Catalana de Filosofia. Y en un club de lectura del Memorial Democrático de Barcelona.

Mi participación en esta obra fue a través de una amiga, muerta para nuestra pena, hace un par de años, Teresa Marín, catedrática de Pedagogía en la Universidad de Huelva, donde la conocí y con la que seguí manteniendo una estrecha relación, tanto personal, como intelectual, ella desde Cuenca y yo desde Barcelona. Ella me puso en contacto con Mónica Di Nubila, que dirige este proyecto. Al explicármelo en sus detalles, me pareció importante poder participar, desde mi consciecia feminista, en un libro para “dar visibilidad” a la voz de unas cuantas mujeres, que hablásemos “en nuestras propias palabras”.

En tu aportación al libro, te centras en la violencia patriarcal, la superación por la piedad femenina y el dar cuenta de sí. ¿Por qué has escogido este tema en concreto?

El tema de la violencia, o el mal, en su sentido radical, puede ser tratado desde innumerables puntos de vista. Ana Carrasco Conde, en su libro Decir el mal (2022) piensa que el mal no debe ser tratado desde una perspectiva individual, sino desde la interrelación de sujetos, que buscan reconocimiento mutuo y constituyen un mundo. Hanna Arendt habla del “entre” dichos sujetos. Si ese reconocimiento es perverso, se produce la deshumanización de la víctima y también del perpetrador, ya que éste destruye lo humano, que hay en él. La más abyecta de todas las figuras del reconocimiento perverso es la apatía sadiana, que ni siquiera siente placer al infringir daño a la víctima, porque ha perdido su sensibilidad. Esta sensibilidad está presente en la piedad de María Zambrano, a la que había dedicado muchos años de estudio. Y como intento hablar de mujeres filósofas, por eso la elegí. En la pregunta número cinco ampliaré este concepto.

Y el “dar cuenta de sí” de Judith Butler, también la elegí por ser una mujer pensadora y también ampliaré mi respuesta en la pregunta cinco.

Empecemos por la violencia patriarcal. Como bien señalas en el libro, cada año se cometen más de 66.000 feminicidios (y eso que sepamos), ya que muchos países no recogen estos datos bien o ni siquiera los recogen. ¿Qué está pasando en el mundo para tener unas cifras tan horrorosas?

Aventuro una respuesta. Por el exceso de individualismo en este mundo globalizado, en el que se da una indiferencia ciega ante los desposeídos (los parias, de los que habla Hanna Arendt, de nuevo) y las víctimas, que en los feminicidios son mujeres, por el simple hecho de ser tales. Y el daño (la muerte) es contemplada por el victimario sin tener consciencia de ello, no le importa o no lo necesita para reforzar su narcisismo perverso y su propiedad (“la maté porque era mía”). El victimario-asesino experimenta sentimientos hacia sí mismo, pero no hacia las demás, genera desgarros en el tejido social, que queda atomizado e inconexo, debido a una incapacidad de construir comunidad y bien común.

Uno de los detalles que más nos han gustado de tu artículo, es que le das un toque muy filosófico con una gran cantidad de acertadas referencias. ¿Por qué has decidido enfocarlo de este modo?

Lo he tratado de analizar desde una perspectiva filosófica, porque como dije en mi presentación, en la primera pregunta, he sido profesora de filosofía muchos años y sigo siendo estudiosa y lectora impenitente.

Para quién no lo sepa, ¿en qué consiste “La superación por la piedad femenina”?

 En mi escrito, en este libro, digo que el pensamiento filosófico occidental consideró la razón como patrimonio del hombre y su vinculación con la violencia, desde “la caverna” de Platón, de la que hay que sacar a rastras a los hombres, atados y fascinados en la contemplación de las sombras falsas y engañosas, para salir de esa situación y quedar liberados para contemplar la “verdadera realidad”, el mundo de las ideas. Por este motivo, propongo una posible superación de esa vinculación hombre-razón-violencia, a partir de un sentir, que sea capaz de persuadir a la razón a través de la piedad femenina.

La filósofa María Zambrano, en El hombre y lo divino (1955) define la virtud de la piedad como “saber tratar adecuadamente a lo otro”, bajando a este mundo la definición de Platón en el diálogo Eutifrón: “la forma adecuada de trato con los dioses”. Zambrano elige el personaje de Antígona, como arquetipo de doncella sacrificada voluntariamente, que a través de la piedad, inseparable del amor a la familia y la ciudad, limpia la mancha familiar. En primer lugar de su padre y hermano Edipo, que sin saberlo, ha tenido relaciones incestuosas con su madre Yocasta. Antígona también rescata el cadáver de su hermano Polinices, muerto en una guerra civil con su hermano Eteocles, que ha permanecido en Tebas al lado del tirano Creonte. Éste prohíbe el entierro del rebelde Polinices, so pena de muerte, pero la heroína Antígona desafía la orden y movida por sentimientos de amor y piedad, rinde honores fúnebres al hermano, tan importantes en la cultura griega, y es condenada a muerte. Pero ha conseguido su objetivo: redimir las culpas de su estirpe.

¿Y el “dar cuenta de sí”?

Judith Butler, teórica norteamericana feminista (la única que tiene en su pasaporte la condición de “no binaria”), propone superar la violencia masculina a partir de una redefinición del término responsabilidad ética, que ella nombra como “dar cuenta de sí mismo al Otro/A”.

La postura ética feminista sería substituir la pregunta tradicional de la filosofía: “¿Quién soy yo?”, centrada en un sujeto racional narcisista, omnipotente y solipsista, por una pregunta que tiene en cuenta a la Otra: “¿Quién eres tú?”. Y el que así pregunta, no espera una respuesta acabada y coherente, ya que hemos de reconocer que tampoco nos conocemos del todo a nosotras mismas. Al dejar que la pregunta por la otredad quede abierta, dejamos vivir a la otra, pues la vida excede todo intento de explicación absoluta. La apuesta ética sería aceptar que reconocemos los límites del conocimiento propio y ajeno. Ello daría lugar a una posición de una cierta humildad, que generaría una generosidad hacia las otras/os, que también tienen sus límites. Yo añadiría a las explicaciones de la Butler. “¿Quién ha establecido las normas en la sociedad patriarcal, en la cual aún vivimos?” Parece una obviedad afirmar que han sido los varones, para su provecho y sigue sin interesarles interpelar a las mujeres y reconocernos el estatuto de sujetos, libres e iguales. Ello tendría como resultado aprender a tratarnos entre mujeres y hombres, desterrando la violencia. Y sería la apuesta ética por antonomasia. ¿Visión de un mundo diferente, utópico? La utopía es irrealizable, pero irrenunciable, le repetía a mis alumnas/os a lo largo de mis años de docencia.

Otro aspecto interesantísimo de tu artículo es que hablas de las escritoras y de esa supuesta necesidad que parecen sentir de “dar cuenta de sí mismas” al escribir en el género autobiográfico. ¿Qué puedes contarnos sobre esto?

El término autoficción, hoy tan en boga, es un neologismo, creado en 1977 por Serge Doubrovsky, novelista y crítico literario francés. La narración está compuesta por una autobiografía, en la que el autor es también el narrador y el protagonista. Pero incorpora elementos ficcionados, alterando los nombres de los personajes y los recuerdos o los lugares en los que se desarrolla la trama.

Suele ser escrito por mujeres, aunque en la actualidad también por hombres. Y en los cuatro relatos de autoficcion (?) de los que hablo en mi escrito, el primero de Annie Ernaux, premio Nóbel de literatura en 2022, disecciona acontecimientos de su vida de forma descarnada. El título de la obra que cito, La vergüenza (1977) se convirtió para ella en una forma de vida y ese sentimiento devastador le empuja a escribir para conocerse a sí misma y a las otras/os. Como si nos dijese a sus eventuales lectores/as: “tomad y leed, que éste es mi cuerpo”.

El segundo relato que cito es de Ariadna Efron, Marina Tsvietáieva, mi madre (no vio la luz en la URSS hasta 1988, 13 años después de la muerte de su progenitora). Creo que no es un relato de autoficción, ya que la pretension de la autora es “dar cuenta de sí” a través de su madre, cuyo carácter es el exceso y el apasionamiento, como estado natural de la poeta. La hija se lamenta del desarraigo de su madre, en cuyo exilio en París y Checoslovaquia, no conecta con los compatriotas, exiliados como ella. Por este motivo, dedica sus últimos veinte años a arrancar de las tinieblas del olvido la obra y la vida de su genial madre.

El tercer relato es de Ana María Matute, Paraíso inhabitado (1925). La voz narradora y protagonista es una niña, que a través de un monólogo interior, intenta reconstruir sus recuerdos, ya que está escrita cuando la Matute tiene 83 años. Pero la distancia entre lo ficcionado y la vida real, no la percibo, luego no sé si es autoficción. Lo que emociona de esa niña-anciana es que habla desde el corazón, transmitiendo un sentimiento de soledad e incomprensión desoladores. ¿Pretende la autora conocerse a sí misma y “dar cuenta de sí a otras/os?

El último relato es de Delfine de Vigan, Nada se opone a la noche (2011). Pienso que podríamos establecer un paralelismo con las tragedias clásicas griegas, que narran la mancha de la estirpe y que contamina a toda la familia. En la de la narradora se han producido una serie de suicidios en cadena, que afectan a los miembros familiares, corroídos por un drama secreto (incesto real o fantaseado, como apunta Freud). La madre de la autora también se suicida y ella inicia una serie de dolorosas entrevistas a miembros de la familia, para intentar comprender el carácter y el final de la vida de su progenitora, tal vez para “dar cuenta de sí a sí misma y otros/as”, familiares y lectoras.

Julia Manzano Arjona "En nuestras propias palabras"
Julia Manzano Arjona “En nuestras propias palabras”

Julia Manzano Arjona – Portal de Filosofía

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