“Pompeya, vida o muerte” | Por Juan José Robles
En mi último viaje a Roma, decidí que ya era hora de descubrir las que sea la ciudad más célebre del imperio, tristemente célebre, ya que como todos sabemos, fue sepultada por una lluvia de ceniza y fuego, junto con sus casas y sus gentes. El culpable de tamaña tragedia fue el que ellos creían era solo un monte de tierras fértiles, el Vesubio. Según la tradición, la erupción se produjo el 24 de agosto del año 79 DC, aunque recientes hallazgos, pudieran hacer pensar que la erupción se produjo en otoño, es decir el 24 de octubre del mismo año.
Un viaje a Pompeya, es un viaje al pasado, una experiencia única en la que es posible revivir, y evocar la vida de unas gentes que se vieron sorprendidas en su vida diaria por acontecimiento que desconocían. Dado que yo había decidido viajar a Pompeya desde Roma, opté por un viaje organizado, con guía. La excursión de un solo día, incluía un paseo en autobús por la cercana ciudad de Nápoles. Al final, el paseo por Pompeya se reduce a tan solo dos horas, algo evidentemente insuficiente para el descubrimiento de una ciudad con tantas cosas que ver y tantos secretos escondidos. Pero quizás sea bastante como elemento introductorio para próximas visitas y punto de partida para un estudio más exhaustivo, que me apetece mucho.
Por el momento, solo puedo dar el punto de vista de un turista que visita las ruinas de una ciudad que ha conservado gran parte de sus calles, de sus casas, de sus templos, de sus tiendas y negocios. La guía, absolutamente entregada a mostrarnos todo lo posible en el poco tiempo que tiene para hacerlo, nos hace una introducción sobre los orígenes de Pompeya, una antigua ciudad “osca” que fue sucesivamente conquistada por griegos, etruscos, samnitas, para terminar, siendo una ciudad auténticamente romana. La afirmación de que necesitaríamos una semana entera, dedicando todo el día, para ver Pompeya al completo, nos hace pensar en la magnitud de lo que podemos llegar a descubrir.
Sin duda alguna, pasear por sus calles es lo más emocionante que podemos vivir. Siempre con mucho cuidado, sus enormes adoquines, nos pueden hacer resbalar o tropezar, de hecho, lo hice y di de bruces en la calzada pompeyana; “todo un honor”, pensé yo. Y de ahí una visita rápida a los edificios más representativos, negocios o casas. El teatro grande y el teatro pequeño, que originalmente estaba cubierto. Sin duda los pompeyanos eran muy cultos y aficionados al teatro, herencia, sin duda alguna, del pasado griego de la ciudad.
Visitamos los lugares más característicos de cualquier ciudad romana. Hemos de recordar que, en el momento de la erupción, Pompeya se encontraba totalmente romanizada. Alguna casa, de más o menos empaque, según la posición de social de los dueños. Una panadería, con su horno casi intacto y los molinos donde se fabricaba la harina. Diversas tabernas y los puestos de “comida rápida”, prácticamente a pie de calle. Una lavandería, el lugar donde los pompeyanos llevaban su ropa para lavar o teñir. No podía faltar el “morbo” de visitar uno de los prostíbulos, el lugar donde más que los pompeyanos, los visitantes, aliviaban sus penas.
Quizás a los visitantes, una de las cosas que más nos llamara la atención, eran los “falos” que podíamos ver en algunas calles, como señalización, o en las puertas de algunas casas como símbolo de buena suerte.
La visita termina en el foro de la ciudad, el centro neurálgico de cualquier ciudad romana, presidido por el templo Apolo, el de Júpiter, Juno y Minerva. Y Por supuesto la Basílica, el lugar donde los romanos impartían su justicia.
Breves retazos de una breve visita, que solo es el principio de un viaje que me llevará a un profundo estudio, no solo de Pompeya, sino también de Herculano, la vecina ciudad que igualmente fue destruida y sepultada por el Vesubio.
Casi dos mil años han pasado desde aquella tragedia, y muchos son las que han ocurrido desde entonces, de igual o mucho mayor magnitud, no cabe duda. Pero por alguna razón nos sigue intrigando Pompeya, y más allá de lo que podamos aprender de una civilización que ha marcado y marcará nuestras vidas para siempre, nuestra forma de vivir, nuestras estructuras sociales, nuestras formas de gobierno, y otras tantas cosas que el imperio romano nos ha dejado como herencia. Por encima de todo eso, caminando por las calles de Pompeya, sientes la presencia de sus gentes, de sus vidas, de sus proyectos, sus sinsabores. Merece la pena adentrarse en esas vidas, cada vida una historia. Por qué, detrás de cada muro, vivían personas reales, como nosotros, con el único afán de sobrevivir, y, sobre todo, el de ser felices. Pero aquella felicidad se vio truncada aquel día en el que la naturaleza se enfureció más que nunca.
Quién sabe, quizás algún día, cuando haya aprendido lo suficiente sobre Pompeya, pueda crear una bonita historia en forma de libro, me parece un apasionante viaje, que merece la pena emprender.
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