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Pepito Grillo, o la devaluación de la falta | Por D.C. Nabau

Pepito Grillo, o la devaluación de la falta | Por D.C. Nabau

Hay una fisura en el lenguaje y es de las gordas. Las erratas pierden peso de la noche a la mañana. Significancia. Alcance. La tan temida pifia del escribiente —o la empresa representante del mismo— deja de ocasionar sudores fríos derivados del temor al descrédito profesional y/o a las pérdidas pecuniarias. La tramitación del error está transicionando para aprender a reconfigurarse en tiempo real. Y rapidito. Hemos mudado de soporte cual víboras. Comprensible por otra parte. Imagina encontrar una errata en una tablilla de metro y medio en tu escritura cuneiforme allá por el 2.500 a. C. ¡A la mierda el trabajo de meses! A tirarla y empezar a picar piedra de nuevo. Tres cuartos de lo mismo te sucedería con una transcripción manual de un texto previo al proceso de mecanización de la imprenta. De suerte ha llovido desde entonces. Esta es la Era de las pantallas. Y no tiene pinta de irse, al menos, a veinte lustros vista. Tú vida entera. Puede que hasta la de generaciones venideras.


En este nuevo cambio de paradigma, tras ser detectada, la errata se esfuma como por arte de magia en la próxima recarga de tu página web, o en la nueva actualización de versión de software. Y esto no hace más que mejorar (o empeorar en el caso de correctores, traductores y ortotipógrafos), pues pronto se celebrará el día en el que los lapsus linguae pasen a ser una mera efeméride. O ni eso. Porque, has de saberlo; Pepito Grillo está aquí y no es ninguna entelequia. Hemos dado forma a una versión sui géneris del personaje de Collodi. Responde al nombre de inteligencia artificial. Aunque puedes llamarlo Pepito Grillo, le importa un pimiento.

Este Pepito Grillo está hecho a base de código y buenas maneras. Tanto, que me aventuro a asegurar que en no mucho tiempo un escribiente será capaz redactar un texto que a duras penas rebase la nota de corte de un niño de primaria con el vocabulario, tono y conjugación propios del mismísimo Cervantes. Todo eso sin que Pepito ose destapar las vergüenzas del infractor remaracadas en rojo. No sea el caso que hiera su sensibilidad.

La dependencia será tal que sin Pepito Grillo enmudeceremos. Ya está pasando. Por lo que habrá que llevarlo siempre subido el hombro —nuestro bolsillo—, o en su defecto, entre la retina y el hipotálamo.

Algunos recordarán con melancolía estéril como el acantilado que daba al error los mantenía en vilo. En forma. El acantilado no se moverá de sitio, mas el miedo a caer desaparecerá. Quién sabe si sin miedo al error seremos más libres o, en su defecto, el confort nos hará todavía mas vulnerables.
Si nos lees Pepito Grillo, te vigilamos de cerca. Quizá, al final, la errata seas tú.


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