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La posverdad (1) | Por Enrico María Rende

La posverdad (1) | Por Enrico María Rende

Es todo un poco más de lo mismo: bulos, desinformación, infoxicación, intereses políticos, sectarismo, clanes, y, todo ello, cual paella de marisco a la que se le puede echar de todo, ¡hasta pollo!, cabe en la posverdad. Pero ¿cuáles son los ingredientes más importantes a la hora de cocinar un buen pastel de posverdad? En primer lugar, es importante señalar que sus ingredientes son de dos tipos, los de exceso y los de carencia.

Los ingredientes de exceso son: la vanidad (muchos hablan de narcisismo, pero a mi me gusta más hablar de vanidad), el instinto básico (o emociones a flor de piel), la hiper susceptibilidad, la pereza intelectual, una pizca de arrogancia y una pizca de ingenuidad (la creencia en que cualquier cosa es posible, incluso la magia, es un ingrediente que le dará un toque especial), una buena dosis de ignorancia (de esto hay que ponerle en abundancia), algo de espíritu de crítica (que contrarrestará el ingrediente de carencia de juicio crítico) y, por último, mentiras, muchas mentiras, cuantas más le añadamos a nuestro pastel, más grande crecerá. En cuanto a los ingredientes de carencia, son tan importantes como los de exceso, pues será esta carencia la que le dé mayor fuerza a los anteriores y permitirá que el pastel crezca grande hasta rebosar la fuente. En primer lugar, tenemos que añadir una falta de sentido común; esto es básico, pues sin esta carencia el bollo entero se nos vendrá abajo. El segundo ingrediente de carencia es la integridad política. En tercer lugar, el neopositivismo –cuidado aquí, advertencia a los jóvenes, no se trata del ingrediente que hace que todo lo veamos de manera positiva, sino de destacar la importancia del análisis del lenguaje y de la metodología científica–; tiene que haber una carencia total de este ingrediente o de lo contrario, de nuevo, el pastel se nos viene abajo. En cuarto y último lugar, juicio crítico. Es este ingrediente, como decía más arriba, el que contrarresta el exceso de espíritu de crítica, porque si el pastel de la posverdad crece es debido, en gran parte, a ese exceso de espíritu de enfrentamiento a lo establecido y a los hechos (a la verdad). Se comprenderá por qué si al pastel le echásemos la levadura del juicio crítico, todo ese espíritu se desinflaría por el proceso de fermentación del propio razonamiento. Así que, a la posverdad hay que echarle mucho espíritu y poco juicio. Y con esto terminamos la lista de los ingredientes.

Ahora bien, para que un pastel se cocine adecuadamente es necesario tener un buen horno y, tal vez, el escenario de la pandemia de la COVID fuera uno de los mejores. Era un momento en el que mantener la mente fría y la calma era imprescindible y, sin embargo, hubo periodistas que se dedicaron a alterar los hechos, inoculando, además, el terror y la histeria colectiva. En ese horno pandémico, el pastel de la posverdad se hizo bien grande, esponjoso y apetitoso –tanto que, quien más y quien menos, todos mordimos un pedacito para nosotros.

Además de un buen horno, para hacer un pastel se necesitan las herramientas adecuadas. Y en el caso del pastel de la posverdad las dos herramientas imprescindibles son el periodista y el político. Vayamos con el primero.

El periodista, a diferencia del científico, no busca la verdad sino el sensacionalismo. Pero hay dos tipos de sensacionalismos, y a mi me gusta referirme a ellos como al de los de cuentos de hadas y el de cuentos de brujas. El primero, el de cuento de hadas, son las noticias que hacen referencia a las bodas –o divorcios–, nacimiento de hijos, infidelidades, etc. de los famosos y miembros de las familias reales, así como avances tecnológicos sorprendentes. Son el sensacionalismo feliz. El de cuento de brujas, es el tipo de noticia tremendista y, a este respecto, los psicólogos Kahneman y Tversky tienen mucho que decir. Ellos hablan de la heurística de disponibilidad. Este nombre tan feo, heurística de disponibilidad, es el hecho de que tenemos un sentimiento triste acerca del mundo que se manifiesta de un modo catastrofista (el gusto por la distopía es una de sus facetas). Así, aunque los accidentes de coches son por cientos de miles mucho más frecuentes que los accidentes de avión, casi nadie tiene miedo al coche y millones tienen miedo a volar; aunque el asma mate a más de 4 mil personas al año solo en EE.UU. y los tornados a menos de 50, consideramos más grave el tornado que el asma. Y los periodistas se aprovechan de esto. Ellos convierten en súper noticias los accidentes de aviones, pero no a los de coches; en sensación informativa a los tornados, pero no al asma. Las noticias hablan de las cosas que van mal, y aunque la mayoría de las cosas vayan bien, mientras haya una sola que vaya mal, los noticieros llenarán sus titulares de esa información negativa. Los periodistas no trabajan para reportarle al mundo las cosas que van bien sino para todo lo contrario. Por tanto, –y he aquí el punto en el que la herramienta se hace indispensable para cocinar bien el pastel– ¿qué ocurre cuando no hay suficiente cantidad de cuentos de brujas o los que hay no son lo suficientemente impactantes? Entonces es cuando los periodistas, al igual que los políticos, cogen los datos y los manejan a su antojo, cortando y pegando la información, descontextualizando los hechos para así crear el escenario que necesitan; el escenario que les conviene.

Vale la pena hacer un pequeño paréntesis para hablar un poco más del pesimismo colectivo, un ingrediente que no he mencionado en la lista anterior porque, en realidad, no es indispensable; sin embargo, le aporta olor.

El convencimiento absoluto de que la simple idea de que las cosas vayan a mejor sea imposible hace que solo oírselo decir a alguien nos haga reír a carcajadas. La psicología ha demostrado que el deseo por lo bueno no es tan grande ni tan fuerte como el miedo a lo malo. Baumeister y Bratslavsky, entre otros, son los científicos que han desarrollado estas conclusiones. Lo malo es más fuerte que lo bueno. La preocupación por las pérdidas es más grande que el deseo de las ganancias, y nos sentimos siempre mucho más tristes por las cosas malas de lo que nos sentiremos bien por las cosas buenas. Es parte de la condición humana. Vean esto: Amabile, en 1983, demostró que, entre dos críticos, uno que ponga verde a un libro y otro que lo elogie, el primero será percibido por el público como mucho más serio y veraz que el segundo. Si lo destripa, es que sabe lo que dice; si lo alaba, es que quiere vendernos algo y no merece ni que lo escuchemos. Fíjense en este dato que nos proporciona Steven Pinker: entre el año 2003 y el 2016 se publicaron decenas de libros sobre el progreso del mundo y un esperanzador futuro, escritos por eminentes científicos y pensadores y, sin embargo, los premios Pulitzer se entregaron a 4 libros sobre genocidio, a 3 sobre el terrorismo, a 2 sobre el cáncer, a otros 2 libros sobre el racismo y a 1 sobre la extinción.

Es lo que alimenta a las noticias, es de lo que viven los periodistas, y es lo que nos hacen fagocitar a las personas, aprovechándose de que nuestra naturaleza tenderá a esto: si hay sangre, sexo o morbo, venderá.

La siguiente herramienta de la que hemos hablado, y que es necesaria para la buena preparación del pastel de la posverdad es el político. Este utensilio, ¡cuidado!, es muy difícil de manejar. Todo político, además de aprovecharse como carroñero de esta naturaleza catastrofista del ser humano –uno de sus mayores defectos–, en lugar de enseñar y educar a la sociedad para modelarla, se inventa las noticias para hacerlas más favorables a su campaña electoral. Pero no hay que ser demasiado crueles juzgando a los políticos. Pongámonos, por un momento, en su lugar. Imaginemos que llegamos al gobierno y nos encontramos con cuatro diputados con los que tenemos que trabajar para la nación. Se llaman A, B, C y M. Empecemos por A. Desde pequeñito le gustaron las ocas y siempre se ha interesado por su forma de vida hasta llegar a saberlo todo sobre ellas. En cuanto a B, es hijo y nieto de caballeros, por lo que le gustan los caballos. Desde bebé ha mamado todo lo relativo a la cultura de los caballos. C, sin embargo, no está interesado en los animales; su pasión es la geología. Le gustan las rocas y los minerales, y los ha estudiado en la universidad por lo que es ahora un doctor en gemología. Por último, M. M está enamorado de sí mismo, aunque no lo sabe, no de manera consciente. Por tanto, le gusta escucharse hablar y ser el centro de la fiesta, así que sabe mucho sobre como hablar bien y caer bien. Invito a reflexionar sobre cómo sería el día a día de nuestro trabajo y con qué obstáculos nos toparíamos a la hora de legislar para la nación. Ahí lo tienen.

Pero cuidado, que hasta aquí todavía no hemos metido la masa en el horno. Cuando la mezcla entra en el horno –y siempre que lo hayamos preparado todo correctamente– es cuando esos cuentos de brujas inventados se transforman en cientos de millones de mensajes de WhatsApp, Twitter o Facebook y ya las personas no somos capaces de distinguir entre lo que es real y lo que no. Es ahí cuando empieza a cocerse bien, bien, el pastel de la posverdad. Veamos ahora qué pinta tiene el pastel de la posverdad.

El pastel de la posverdad se presenta en múltiples sabores. Está el pastel Nopisamoslaluna, que es uno de mis favoritos, en el que el ingrediente de la expresión crítica le da gran textura y le aporta un aroma único; el pastel Vacunasautismo que, junto al Tierraplana, aunque no de mi gusto, son todo un éxito y reciben el cuerpo de pastosa esponjosidad gracias al ingrediente de la ignorancia. No hay que olvidarse de los pasteles Meofende y el Meidentifico que son, posiblemente, los que más de moda estén ahora mismo, y sus ingredientes estrella son la hiper susceptibilidad y la pereza intelectual.

Muchos más tipos de pasteles de la posverdad se pueden preparar, y todos son de elaboración fácil y permiten excelentes resultados en muy poco tiempo.

Salud.

Puedes seguir al autor en Twitter: @Rendenrico


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