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“El enigma del Lutier de Cremona”| Por Patrizia Gaell

“El enigma del Lutier de Cremona”| Por Patrizia Gaell

Existe una palabra rodeada de leyenda, creadora y dueña de uno de los sonidos más bellos del mundo; el arte se esculpe en cada una de sus letras, y con solo mencionarla el verdadero amante de la música se pone a soñar. Stradivarius.

Firma de los mejores y más perfectos instrumentos de cuerda jamás construidos.

Amados, valorados, idolatrados y sumamente deseados tanto por los amantes del arte de la música como por coleccionistas —que han llegado a pagar, por solo uno de ellos, cifras vertiginosas—. Un tesoro difícilmente adquirible y al alcance de muy pocos. Es por ello, que a lo largo de la historia, han sido muchas las ocasiones en que la vehemencia por hacerse con uno de estos instrumentos ha llevado a las personas a formas poco lícitas de conseguirlos, logrando sustraerlos de las peores maneras que existen. 

Enigmas, leyendas e historias de verosimilitud incierta se ciernen sobre estos instrumentos, especialmente sobre los violines creados por este único y excepcional lutier. Antonio Stradivari di Cremona.

Se dice que su interpretación resulta «parpadeante», que indescriptibles son las sensaciones que despiertan en el virtuoso que los toca. Un sonido refinado, elegante, dulce y grandioso a la vez «que se mueve como la luz de una vela» y que genera una experiencia totalmente inolvidable para aquel que tiene la dicha de poder escucharlo.

Más de un siglo se lleva queriendo averiguar el secreto que esconde el sonido tan único y particular de un violín Stradivarius. Estudios científicos, mediciones acústicas, análisis de vibraciones…, múltiples han sido las pruebas realizadas con este único propósito, dando como conclusión diversidad de hipótesis, cada cual la más adecuada para el estudio en cuestión. Unos lo atribuyen al espesor de la madera; otros, al tratamiento químico utilizado por el lutier para la conservación de las piezas; incluso hay quienes hacen responsable al llamado «mínimo de Maunder», un fenómeno meteorológico sufrido entre 1645 y 1715 caracterizado por un descenso general de las temperaturas y una reducción de luz solar que habría influido en el crecimiento de los árboles que después se utilizarían para la construcción de estos violines. Lacas especiales, elección de la madera, aceites y resinas, pigmentos… La verdad es que se desconoce qué es exactamente lo que confiere al sonido de estas piezas esa idiosincrasia. De ahí la gasa de misterio que las envuelve. Si realmente se supiera, se perdería la magia y el secreto que la alberga.

Sin embargo, no obteniendo resultados satisfactorios que complazcan su idea, muchos han intentado afirmar que ese sonido no existe, y lo han hecho tratando de someter a pruebas acústicas ciegas a violes modernos con Stradivarius, incluso mezclando en la ecuación algún Gesù de Guarneri. Como conclusión, algunos jurados de diversos estudios se han posicionado a favor de las creaciones más modernas, que bajo su criterio tendrían mejores cualidades acústicas que las de genios como Stradivari o Guarneri. Pero, en respuesta a dichas afirmaciones, muchos expertos en ciencia de instrumentos musicales ya han aclarado que el resultado obtenido por estos estudios no es fiable por múltiples razones. Una de ellas es que los Stradivarius que aún se pueden tocar hoy en día han sido modificados a lo largo de los años, por restauración o por capricho. Por ello, no pueden sonar igual que sonaban cuando salieron del taller del famoso lutier. De hecho, el único violín considerado hoy en día puro e intacto es el conocido como «Mesías», un violín que apenas ha podido sentir manos humanas sobre sus cuerdas y cuerpo. Todos los demás difieren notablemente de los creados entre finales del siglo XVII y principios del XVIII.

Pese a ello, se sigue intentando encontrar la manera de reproducir con exactitud un sonido que, al igual que el canto de los ángeles, es imposible duplicar. Las características sonoras e individuales de estas pequeñas obras de arte son únicas y no se basan en un solo secreto, sino en la observación precisa y la meticulosa artesanía que Stradivari llegó a dominar. Martin Schleske, fabricante alemán de violines de renombre internacional, ya apuntó que «los antiguos maestros italianos eran artistas y al mismo tiempo científicos empíricos y desarrolladores que continuaron mejorando los instrumentos musicales a través de la aplicación constante del principio de prueba y error».

La perfección y los secretos que la acompañan han llegado a lograrse alguna que otra vez a lo largo de la historia, siendo la creación de estos especiales y únicos instrumentos una prueba material de ello. El deseo por querer atribuir una cualidad física a algo que no la tiene nos deja un sinfín de conclusiones a las que cada individuo debe darle el credo que estime conveniente. Tal vez la respuesta al enigma del lutier de Cremona no esté dentro del instrumento, sino dentro de uno mismo.


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