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EL ARTISTA Y LA OBRA: DESTINADOS A… | Por Kaiser Axeman

EL ARTISTA Y LA OBRA: DESTINADOS A… | Por Kaiser Axeman

-Lo artístico del arte consiste en crear lo no creado. Los artistas son esa clase de personas que viven entre nosotros pero que buscan algo que <no se halla precisamente entre nosotros>. Cuando observamos La persistencia de la memoria de Dalí, nos deleitamos con el Adagio en Re Menor de Bach o gozamos con las escenas de Matrix de Lana y Lilly Wachowski comprendemos que hay algo novedoso y diferente en ese momento presente: arte.

Muchas veces el arte nos supera. Se vuelve inabarcable y se escapa. Es en esos momentos cuando buscamos una salida a este confuso e incómodo estado. Pero pronto encontramos un regazo seguro. ¿En qué o en quién nos apoyamos en estos casos? En el autor de la obra. Nos apoyamos en él para entender el por qué e intentar volver a la normalidad y a dejarnos envolver por la obra de nuevo. Pero, en estos momentos, se plantea una duda interesante a la vez que compleja: ¿se puede separar al artista de su obra? He ahí la auténtica paradoja.

Kaiser Axeman "El artista y la obra. Destinados a..."
Kaiser Axeman "El artista y la obra. Destinados a..."

Rene Magritte, “La clarividencia” 1936

El artista pone su emoción, garra y sentimiento que se condensan en un determinado instante a la hora de marcar un específico trazo o escoger un color característico para expresarse en ese instante mismo. Pero al finalizar la obra, ésta, ya en su culminada totalidad, puede “destruir” ese fugaz instante y hacer resignificar y dotar a la emoción o sentimiento previos de un carácter nuevo, diferente y regenerador. En este punto estamos añadiendo más peso sobre nuestro tejado: ¿la vida propia del artista interviene y condiciona a su obra y su significado? ¿hay que separar el plano personal del artista y su existencia de lo que es la obra en sí? Pero para penetrar en el plano personal del artista, si es que se necesita, se ha de comprender también el contexto histórico en el que vive y acontece su obra; tampoco nos olvidaremos de la corriente, movimiento o género al que pertenece o con el que se identifica dicho artista y su obra. En este sentido, creo conveniente señalar una palabra importante cuando se trata de arte: censura. Las cancelaciones o las diferentes campañas que se han realizado a lo largo de la historia para anular al artista y a sus obras siempre han estado presentes en la historia. Los posibles tintes inmorales o estimulación de pensamientos violentos y agresivos que impregnaban (y siguen impregnando) sus obras constituyen una parte intrínseca del arte. Si algo nos ha legado el arte, dejando de lado el elemento puramente estético, es esa polémica y revolución cuando se presentaba la obra ante la sociedad, ante el ojo público. Tenemos los ejemplos de las obras del Marqués de Sade o de Spinoza en literatura; la canción “Brown Sugar” de los Rolling Stones o el “Misere” de Gregorio Alegri en música; en el arte de la pintura tenemos “El Juicio Final” de Miguel Ángel o “El Origen del Mundo” de Courbet o, en el ámbito cinematográfico, “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick o “Freaks” de Todd Browning. Pero un elemento clave que interviene aquí es el de participación. El público también participa de la obra y hace de receptáculo para la misma. Las obras nos hacen sentir partícipes de ellas en el momento en el que las visualizamos, contemplamos o escuchamos. Nos acercamos a un proceso semejante al de “co-creación”. Entonces, ¿el significado de la misma depende más del autor o de la crítica pública? Aquí se podría argumentar que la intencionalidad primera del autor predomina sobre los juicios del espectador: lo que el autor pensó y buscó transmitir queda, de alguna manera, firmemente marcado y aislado de toda (o casi toda) mancha interpretativa.

Kaiser Axeman "El artista y la obra. Destinados a..."

Llegados a este punto, cabe matizar que muchos de los artistas contemporáneos, por suerte, salen paradójicamente impunes debido a su carencia de emoción y sentimientos, a su falta de querer crear sentido y a su deslealtad a un propósito último realmente artístico. Lo sobre compensan con las majestuosas habilidades de la imitación, reproducción, la sobresaturación de colores muy llamativos, ansia de reconocimiento, idolatría al capital, pasividad o la holgazanería, entre muchas otras que no vale ya la pena seguir nombrando para que el lector lo comprenda. En fin, se ausentan de este tipo de debates de manera aparentemente sutil y elegante creando y reproduciendo “lo que la gente quiere ver” y esa falta de esfuerzo y originalidad para perseguir un propósito artístico les hace parecer incluso honorables y democráticos. Los artistas contemporáneos son, pues, personas tocadas por la varita mágica de la invisibilidad cuando se trata de cosas tan reales y profundas como es el arte con todas sus letras. Hay que ver la suerte que tienen algunos y algunas, ¿no les parece?

Retomando lo que sí parece y lo que se puede afirmar de manera férrea, es que el arte requiere de intelecto. El intelecto se nutre de imaginación para impulsar la creatividad. Ésta, a su vez, se refleja en la capacidad de ejecución del artista, es decir, en su técnica individual para representar lo pensado e imaginado. Lo que constituirá el talento del artista y eclosionará en lo que comúnmente se conoce como genio. Y aquí se abre otra ventana interesante: ¿y si este genio artístico es también una persona violenta y agresiva para la sociedad capaz de cometer incluso crímenes? ¿deberíamos condenarlo? O, mejor dicho, ¿deberíamos condenarlo a él junto a todo su arte creado? Ésta será la pregunta clave. Si manchar todas esas creaciones artísticas de infortunios y desaciertos personales del autor o aislarlas conservando su belleza como tal y todos los elementos que nos cautivaron y nos cautivan cuando nos encontramos con estas creaciones a solas. Es un debate complicado, sutil y que resulta incluso incómodo por la disparidad de posiciones y las sutilezas tan grandes en cantidad y a la vez tan delicadas. Cada artista representa algo para nosotros al igual que cada obra que contemplamos altera nuestra percepción de la realidad. Pero no podemos quedarnos pasmados y postrados sin tener un criterio propio, hechizados frente a la belleza sin hacer nada. En este momento cumbre hay que tener determinación. Se ha de elegir y decidir: ¿separamos al autor de su obra?

En mi humilde opinión, sí. La obra ya está separada del autor una vez está terminada y posteriormente presentada. Cuando ésta ve el exterior adquiere una vida propia y toma un espacio personal en el mundo, ocupando un territorio singular. El artista sigue siendo el artista de la obra, pero deja de ser <el artista con la obra>. Cuando leemos algún libro de Shakespeare en casa, contemplamos algún cuadro de Magritte en el museo o escuchamos alguna pieza de Liszt en un evento musical, no nos acompaña el artista en ese momento. Tampoco lo pensamos ni lo necesitamos. La propia obra nos sumerge en su singular parcela terrenal y nos dejamos fundir con ella porque ha alterado nuestra realidad y percepción… ¡y solo en un instante! Ese instante. Por lo tanto, y a modo de conclusión, la obra se abre paso en el mundo una vez ve la luz. Artista y obra se pertenecieron, se separan y coexistirán. Cada cual toma su rumbo en esta vida y un destino distinto les aguarda.


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