¿Una ilusión incierta? | Por Patrizia Gaell
Dicen las malas lenguas que el soñar es gratuito, un ejercicio que enriquece el alma, oxigena el espíritu y alimenta la esperanza. Dicen las malas lenguas que importante es soñar, elevar las expectativas, ampliar las metas de la ilusión y agarrase bien al deseo de un logro. Que los sueños se cumplen, las metas se conquistan y las ilusiones devienen reales si uno no decae en el intento. Pero, tal vez, el cumplimiento de esas directrices sea en sí mismo una quimera. O no…
En su Diario Londinense, James Boswell escribió: «(…) Tener a la vista un objetivo hacia el que uno avanza con fervor es una fuente de felicidad, pues proporciona a la mente una animada turbación que es muy placentera». Tal vez ese sea el objetivo de los sueños: el perseguirlos, el intentar alcanzarlos y conquistarlos —más que la felicidad que proporciona finalmente la obtención del logro perseguido—.
En el fondo, lo verdaderamente interesante no es el final del trayecto ni el objetivo en sí, sino el recorrido hacia aquello que se anhela o se sueña. Dicen que, cuanta mayor dificultad se tope uno por el camino, mayor será la recompensa al final de este. Pero a una persona pueden no bastarle todos los años de una vida para recorrerlo, pues arduo puede llegar a ser ese trayecto de final incierto. Incomprensión, intolerancia, ignorancia, ojeriza, resquemor y narcisismo son algunos de los escollos que se deberán superar para llegar a una meta que tal vez no sea como se pensaba que sería.
Existen muchos ejemplos de ello a lo largo de la historia. Así, centrándonos tan solo en el mundo del arte: Emily Dickinson, Edgar Allan Poe, Salvador Benesdra, Marcel Proust, John Keats, Vincent van Gogh, Franz Kafka, John Kennedy Toole o el mismísimo Miguel de Cervantes. Todos ellos tuvieron el sueño de llegar a la gente con su arte, y todos ellos encontraron grandes piedras en su camino. Fueron ignorados, repudiados, incomprendidos y vapuleados en vida por quienes se creían sabedores, entendidos y con poder de decisión sobre su sueño. Y aunque largo tiempo después sí serían considerados por otros como genios de genios o maestros de maestros, en su momento las superioridades optaron por retenerlos o destruirlos sin darles opción a concluir su camino; de hecho, sumieron a muchos de ellos en un tedius vitae prolongado hasta el término de su existencia.
Valorar, aprobar o desaprobar según qué cánones puede ser válido un sueño o no. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar, aceptar o decidir destrozar los sueños de otros? Ninguna persona goza de tanto poder, aunque muchas veces se tenga tendencia a pensar lo contrario. ¿Debemos por tanto hacerles caso a las malas lenguas y soñar? Pese a todo el ruido que escuchemos a nuestro alrededor, ¿debemos perseguir con ahínco aquello que deseamos y empecinarnos en concluir el viaje haciendo frente a todos los desafíos que se nos pongan por delante? ¿o debemos hacerle caso a don Pedro Calderón de la Barca y decidir mentalizarnos de que «los sueños, sueños son»?
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