El apagón | Por Gaizka Azkarate Saez

Era un día soleado de primavera; más que primavera, parecía verano. La gente disfrutaba en los parques, e incluso en la playa, y nada hacía presagiar lo que vendría después. Agustín Trabudua, nuestro protagonista, estaba en busca de inspiración para su nueva novela, cuando unas sirenas lejanas llamaron su atención.
Trabudua intentó acceder a internet desde su ordenador para saber qué ocurría, y este le indicaba que no estaba conectado a la red. Encendió la TV para ver los informativos, y nada. El móvil estaba apagado o fuera de cobertura, y solo funcionaba la radio a pilas. Cogió su mochila con la intención de dirigirse al periódico donde trabajaba, pero las imágenes que tenía frente a sus ojos le hicieron parar y sacar algunas fotos.
Llegó a la redacción y allí reinaba el caos. Ordenadores apagados, los teletipos no funcionaban, los redactores corriendo arriba y abajo, pero todos con la misma pregunta: ¿qué estaba ocurriendo? Y la temperatura y el calor cada vez más insoportables.
Una explosión a escasos metros de la redacción llamó la atención de Agustín y de los demás hacia la ventana. Drones de combate habían impactado contra centros neurálgicos de la ciudad, provocando el caos y la destrucción. Sin forma de comunicarse con el exterior, y sin posibilidad de enterarse de qué estaba ocurriendo, Trabudua decidió volver a la calle a recabar información.
Una vez en el epicentro del caos, lo único que sacó en claro es que se había producido un apagón eléctrico, probablemente de grandes dimensiones, y que toda posibilidad de comunicarse con otros lugares era casi imposible. Y el responsable de todo era el cambio climático, que desde hacía un largo periodo de tiempo se estaba haciendo notar en sus diferentes modalidades, pero al que los gobiernos de los diferentes países se negaban a hacer frente.
Agustín comprendió enseguida el alcance de la situación. La primera víctima de un apagón prolongado sería la vida urbana. Bombas de agua que alimentan edificios altos dejarían de funcionar, dejando a los residentes sin agua potable. Los sistemas de calefacción y refrigeración colapsarían, afectando tanto a hogares como a hospitales. Supermercados perderían la capacidad de conservar alimentos, mientras los sistemas electrónicos de pago quedarían inutilizables, generando caos en el abastecimiento de productos básicos.
Sin electricidad, los hospitales se enfrentarían a un escenario de pesadilla: respiradores apagados, cirugías canceladas y la higiene básica comprometida. Incluso el manejo de residuos, dependiente en muchas ciudades de sistemas eléctricos de presión, colapsaría, provocando riesgos sanitarios enormes.
Pero no era ese el único peligro. Un apagón prolongado traería consecuencias negativas en la economía. La electricidad es necesaria para el funcionamiento de todo tipo de equipos industriales y maquinaria. Esto incluye computadoras, teléfonos móviles, televisores, sistemas de calefacción y mucho más. Algunas industrias se verían afectadas directamente por interrupciones en el suministro de electricidad. Esto podría conducir a la disminución de los ingresos, una reducción de empleo y un empeoramiento del bienestar general.
Agustín Trabudua decidió volver a su casa, con la sensación de estar en el escenario de una película, pero siendo consciente de que lo que estaba viviendo era real. Sin reservas de agua en los domicilios, sin alimentos no perecederos o fuentes de iluminación alternativas como linternas de emergencia, la situación era volver a épocas pretecnológicas. Una época lejana de la que solo tenemos referencia escrita.
