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Cristales Rotos | Por Carla Cupillar Faure.

Cristales Rotos | Por Carla Cupillar Faure.

En los últimos años, hemos sido testigos de un vertiginoso crecimiento en la creación de nuevos conceptos. Estas innovaciones han generado una disrupción en las percepciones de muchas personas, como es el caso de la denominada “generación de cristal”. Este término sugiere una notable fragilidad en los jóvenes contemporáneos, especialmente en el ámbito emocional. Se ha difundido la idea de que carecen de la fortaleza necesaria para afrontar los desafíos de la vida y recibir críticas con empatía. Sin embargo, es importante comprender que esta percepción está arraigada en personas cuyas creencias han sido moldeadas durante décadas. Para ellos, resulta difícil aceptar que la sociedad actual valora más los intereses y preferencias individuales que las normas establecidas por generaciones pasadas. 

Es fundamental reconocer que la evolución de la sociedad conlleva cambios en las concepciones y valores predominantes. En lugar de denigrar la sensibilidad y autonomía de los jóvenes, deberíamos fomentar un diálogo constructivo que promueva la comprensión mutua y el respeto por la diversidad de perspectivas. En este sentido, se deberían validar las necesidades emocionales y psicológicas de cada individuo, sin menospreciarlas como signos de debilidad y reconociéndolas como una manifestación de la autonomía y la autoafirmación.

Éticamente hablando, resulta conveniente priorizar nuestro bienestar por encima de las opiniones de terceros, considerando nuestra singularidad. Es innegable el impacto positivo que los movimientos sociales han tenido en este aspecto estos últimos años, promoviendo el reconocimiento y la validación de las necesidades personales, especialmente a través de las redes sociales. No obstante, para algunos, ciertas elecciones como mostrar los sentimientos pueden desafiar profundamente sus convicciones arraigadas, representando una amenaza para sus sistemas de creencias. Muchas personas expresan sus inquietudes desde un lugar de dolor y resentimiento, producto de experiencias pasadas en las que se vieron silenciadas. Es comprensible que la contención emocional, que un día era valorada como virtud y fortaleza,  ahora se manifieste a través de críticas y reproches hacia otros.

En contraste, es crucial que aquellos que son objeto de críticas mantengan un adecuado equilibrio emocional para procesarlas con discernimiento y mitigar su impacto en el bienestar psicológico. La exposición constante a evaluaciones negativas y reproches puede precipitar un deterioro del estado psíquico, cuya recuperación puede ser compleja. Con frecuencia, se elogia la capacidad de ciertos jóvenes para conciliar las demandas laborales y académicas, reconociendo su aparente éxito en estos ámbitos. Sin embargo, se subestima el esfuerzo cognitivo requerido para desafiar las creencias arraigadas en su entorno social. Este proceso, indudablemente desafiante, está plagado de obstáculos. La falta de reconocimiento y la sensación de soledad pueden exacerbar la angustia. La superación de esta adversidad requiere una sólida capacidad de autorregulación y un compromiso continuo con el trabajo psicológico. Es innegable que la juventud contemporánea está inmersa en un proceso de reconstrucción personal, confrontando los legados emocionales de generaciones previas mientras enfrentan una avalancha de críticas y juicios. En definitiva, muchos están reconstruyéndose a base de los cristales rotos de sus antepasados mientras son criticados por ello. ¿Conseguiremos algún día reconocer el gran avance en la salud mental?

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