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Aprender o talento | Por Juan Expósito

Aprender o talento | Por Juan Expósito

El otro día iba yo por Aluche andando con Cristina y me di cuenta de que llevo 18 años dando clases de Teatro. Y me dije: he alcanzado la mayoría de edad. Me puse a dar clases justo después de haber estudiado Magisterio y Arte Dramático. Así, de seguido. Es que justo acabé Arte Dramático y me puse a dar clases. Cosas de un sinvergüenza. ¡18 años! Ya puedo conducir el vehículo del Teatro. Sin embargo, fui tan sinvergüenza de empezar a conducir recién nacido. En mis primeros años fui criticado por amigos por empezar tan pronto. Cristina me consoló diciéndome que tengo la capacidad de ser autodidacta. Y puede ser. Pero porque mi virtud es que siempre he sabido aprender. Esa ha sido mi única virtud. Aprender.

         ¿Cómo se aprende? De la gente, creo. Y del esfuerzo. No creo en el talento, la verdad. Me parece que el talento solo facilita un poco las cosas pero que no asegura absolutamente nada. El talento no dice casi nada.

         A ver, siempre he creído que la música es donde el talento es más influyente. Pero a veces dudo. Me explico. Una vez dirigí una obra musical llamada “Arrea”, con Nacho Bonacho, escrita por Erik Gatby, y que era un musical de Mamá Ladilla (el primer musical de este tipo con la misma banda en el escenario) y conocí mucho a Juan Abarca, (líder de la banda). En un bolo, antes de una función (en Murcia, creo), estábamos con las luces y tal, y estaba Abarca tumbado en una cama que teníamos en el escenario. Entré en el escenario a no sé qué y escuchaba en el escenario el Starway to heaven, de Led Zeppeling. Le dije a Carlos (el técnico) que qué guay que hubiese puesto esa música y él me dijo que no, que no lo había puesto. Miré a mi izquierda y vi a Juan Abarca, tumbado en la cama, con los ojos cerrados, con la guitarra eléctrica en el pecho, tocando el inicio del Starway to heaven. Pensaba que era el disco de Led Zeppeling. A mí me sonaba igual, mire usté. Mi oído es el que es, pero pensé que era el disco. Luego hablé con él, sentado en el proscenio del teatro, y le dije que cómo mola el talento y Abarca me dijo que no, que no es el talento, que para llegar a tocar la de Led Zepelling así, de esa manera, ha pasado muchas horas dándole a la guitarra y que cuando él enseña música la peña piensa que se va a tocar en tres clases el Let´s go, de Los Ramones. Pero no. Resulta que Juan empieza por Manuel de Falla; fíjate. Porque hay que empezar por el principio. En fin, que aprender es el mayor don, el más valioso de los talentos que existe.

         Personalmente, he aprendido de Vittorio de Sica, de cómo se puede generar emoción del silencio. He aprendido de Garci cómo se puede hacer referencias de las pasiones para generar pasión en los demás, aunque no se conozcan. He aprendido de Quique González cómo usar la segunda persona del singular para generar algo tan personal. He aprendido de Sabina que el oxímoron o la aliteración pueden llegar a crear poesía. He aprendido, no me comparo, solo digo que he aprendido eso, de Robe Iniesta que el verso sucio tiene que ir en un contexto luminoso. He aprendido, creo. He aprendido de Campanella un chiste después del momento más melancólico entra mejor. He aprendido de Andrés Lewin o de Javier Álvarez que se puede mezclar lo elevado y lo más nimio.

         He aprendido de la luz del flexo que ilumina la nada. He aprendido de la nada. He aprendido de la sensación de cruzar el túnel de Miravete; de llegar a Extremadura y creer que las encinas me saludan a mí. Solo a mí. He aprendido del que no sabe nada y del que me reprocha usar un adjetivo improbable.

         He aprendido que tanta proteína no es buena. Que “Los informáticos” es una serie de hace quince años que es una genialidad. Que los consejos de mi amigo Josemi molan mucho.

         He aprendido que si escribo cosas sin sentido ayudan a saber lo que tiene sentido. Que el silencio puede ser hermoso…

         Yo tengo “horror vacui”, por ejemplo; un miedo al vacío vital. La gente que medita me parecía extraterrestre: ¿cómo se puede estar media hora sin oír música, sin escuchar un podcast o sin aprender de algo…? ¡Es tiempo perdido! Pensaba. Hasta que un día Cristina me dijo: “No escuchemos nada. Estemos en silencio.” Y me dije: ¡El silencio dice cosas! ¡Paradójicamente! Y las puñeteras cotorras de Carabanchel y los niños de los vecinos de arriba y nuestra propia respiración, decían cosas en el silencio. “Los sonidos del silencio”, que decía Simon and Garfunkel. Pero supe que estar en silencio también mola.

         Estoy aprendiendo a no juzgar los juicios de la gente. Y he aprendido de Diego Vasallo, de Enrique Urquijo y de Aute que la tristeza es un estado en el que se puede estar… y aprender…  Y a ser feliz en su tristeza.

         He aprendido que se puede aprender de la melancolía. 

         He aprendido que Carabanchel es el mejor barrio del mundo y que Nueva York puede ser el lugar más hermoso… y, a la vez, no es para tanto.

         He aprendido que, verdaderamente, los alumnos te enseñan más de lo que aprenden. He aprendido que genios son cuatro y los demás somos eternos aprendices… y he aprendido que los genios, también, son siempre aprendices.

         Que las notas en la escuela de las niñas y niños no son para tanto y que no aseguran ni trabajo, ni bienestar, ni satisfacción ni felicidad. Que es más importante trabajar la autoestima que multiplicar rápido. Que es más importante llorar que aguantarse las lágrimas.

         He aprendido lo que me dijo una vez mi amiga Ana Didoelisa: “Lo fundamental es no creerte más que ninguno ni menos que nadie.” He aprendido lo que me repetía mi madre: “Hay que aspirar al 10 para llegar al 7”. Y que como me dijo una vez mi padre: “Lo importante es que lo que hagas te guste a ti, no a los demás”

         He aprendido que “gente” somos todos, y que la frase: “es que la gente es gilipollas” nos incluye también a nosotros. A todos y a todas.

         He aprendido que nadie tiene la razón de nada de manera absoluta. Aunque hay que aprender más del que sabe del que no sabe. Que el escepticismo no es NO CREER, sino DUDAR. Que cada chaval va a su ritmo y que, a veces, la educación no se corresponde con el ritmo de cada peque.

         He aprendido que AMAR no es amar mucho, sino amar BIEN.

         He aprendido que la exigencia (o la excesiva exigencia) está muy bien para seguir aprendiendo pero que una mochila de exigencia, con demasiadas piedras, nos evita ser livianos, para poder volar.

         He aprendido que la perfección es una mierda. Que ser perfecto no quiere decir ser brillante.

         He aprendido que un paseo con Cristina en silencio, por el parque de las Tres Cruces, puede ser más bello que ir escuchando un podcast sobre el día D del desembarco de Normandía.

         Que Abarca, de Mama Ladilla, es más sabio de lo que él cree.

         Y, sobre todo, he aprendido que no he aprendido nada de lo anterior. Que sigo aprendiéndolo a medida que crezco. Creer que no sabes nada es la mejor manera de aprender. Que nada se puede pintar de modo indeleble en la pared de ningún cerebro.

         He aprendido que no sé nada. Y me mata de envidia todo lo que yo no sé y tú sí sabes.

         El talento vale de muy poco. La capacidad de aprender lo es todo.

         He aprendido que Cristina me enseña mucho más que las gilipolleces que yo le enseño, que en el fondo no valen para nada más que para quedar bien en un bar.

         Repito: He aprendido que los alumnos me enseñan más de lo que ellos, supuestamente, aprenden. Gracias a todo el alumnado que tuve.

         ¡18 años ya, madre mía! ¡Si no sé , pardiez!

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