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“El pensar de El pensador”| Por Patrizia Gaell

“El pensar de El pensador”| Por Patrizia Gaell

Un hombre desnudo. Sentado sobre una estéril y fría roca. Con las piernas ligeramente abiertas, el torso inclinado hacia adelante y la boca apoyada sobre los nudillos de la mano de un acodado brazo, cuyo contrario descansa relajado sobre la rodilla de la misma pierna. Los dedos de los pies se aferran con fuerza al suelo para evitar que todo el peso que soporta se deslice abruptamente empujado por sus talones. Un hombre cuyo cuerpo denota costumbre por el trabajo duro, pues se esculpe entre fibrosos músculos. De rostro etéreo, dirige su mirada hacia abajo, una mirada ausente, distante y carente de vida; ojos que se dibujan invisibles sobre un curtido y cansado rostro. Un hombre que aguarda con paciencia, reflexiona, analiza y desarrolla todos y cada uno de sus pensamientos. Compone en su mente un puzle invisible de… ¿sueños? O tal vez temores. O quizá creaciones. Y es que Auguste Rodin, su autor, ya dijo que, tras desarrollar el pensamiento fértil del sueño, este hombre (conocido en sus bosquejos iniciales como Le poète —El poeta— pero bautizado para la eternidad por los trabajadores de la fundición que lo construyeron como Le penseur ­ —El pensador—) había dejado de ser un soñador para convertirse en creador.

Se dice que El pensador se inspira en la Divina comedia, de Dante Alighieri, siendo una escultura representativa de este autor, aunque también hay quien ve en ella un autorretrato del propio Rodin, y se especula asimismo que podría tratarse de Adán reflexionando sobre las consecuencias de su pecado. Lo que sí es cierto es que esta pieza en cuestión nace como parte principal de la obra escultórica La porte de l’enfer —La puerta del infierno—, basada en el poema del genio italiano Alighieri y en la que se aprecian también influencias de los maestros Jean-Baptiste Carpeaux y Miguel Ángel, En ella se revela un universo de figuras convulsas, atormentadas por el amor, el dolor y la muerte y desarrolladas todas ellas con el pensador como centro de la composición, en la parte superior de la puerta y sobresaliendo con un tamaño ligeramente mayor al de las otras figuras.

La puerta del infierno es el resultado de un encargo efectuado al maestro Rodin por el estado francés, a finales del siglo XIX, para diseñar un portal de bronce que guardaría la entrada al nuevo Musée des de Art Décoratifs que se tenía planeado construir. Un trabajo que le llevaría treinta y siete años de su vida y que no vería concluido por completo, ya que el museo jamás llegó a construirse.

En 1917, y con el permiso del maestro Rodin, el primer conservador del Museo Rodin, Léonce Bénédite, hizo fundir de manera completa las puertas de esta gran obra escultórica. Aunque el resultado final concluiría de manera póstuma para su creador, Rodin sí llegó a ver su resultado final de manera fragmentada: el modelado en arcilla pequeñas figuras pertenecientes a esta creación, tales como Paolo y Francesca, Ugolino y sus hijos, o el mismísimoPensador. Todas estas obras serían expuestas al público y alcanzarían por derecho propio el estatus de obras de arte, siendo la más famosa del conjunto la que nos atañe.

El pensador fue expuesto por primera vez en 1888 como una figura de 72 centímetros de altura, alcanzando en 1902 su versión monumental de bronce con 1,81 metros de alto. Hoy en día está expuesta en los jardines del Museo Rodin, tal y como lo hace la obra completa de la que partió: La puerta del Infierno.

Considerada símbolo de la razón humana y la creación, la inmensa popularidad alcanzada por la escultura de El pensador —versionada y copiada a lo largo de la historia bajo múltiples y originales nombres y expuesta en ciudades tan distantes entre sí como París y Tokio, Buenos Aires y Estocolmo, Moscú y Costa Rica o México y Berlín— se suele atribuir al estado de ánimo que evoca su contemplación.

El maestro Rodin explicó al respecto que ese estado de ánimo se desencadena como consecuencia de la expresión física de la escultura. La reflexión no solo tiene lugar en la cara del pensador, sino en cada fibra de su cuerpo. Pero… ¿cuál es el verdadero pensar de El pensador? En realidad, no existe respuesta a esta pregunta. Se trata de una figura atrayente, mística y abrumadora. Algunos ven en ella sueños, creación, reflexión o pensamiento; otros, dureza, melancolía, cansancio y la espera infinita de algo que está por llegar pero que nunca lo hará. Es por ello que El pensador es una obra de interpretación libre, y sus pensamientos indefinidos, habiendo uno distinto por cada mente abierta que lo observe.


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