Juramentos, monstruos y carcajadas: Javier rompe las reglas de la fantasía para crear algo brutalmente humano

Juramentos, monstruos y carcajadas: Javier rompe las reglas de la fantasía para crear algo brutalmente humano

Javier, vienes de escribir novela policíaca (Mendaz) y comedia pasional (Mouse), y ahora presentas una historia fantástica con tintes medievales y carga ética como Rompejuramentos. ¿Qué te atrajo del género fantástico en esta etapa?

Quería crecer como escritor, así que era hora de salir de mi zona de confort. La novela policíaca siempre ha sido “lo fácil” para mí: me gustan tantísimo Sherlock Holmes, Harry Hole, Poirot o Amaia Salazar que ya me persiguen en sueños. Amo ese deus ex machina basado en la inteligencia, pero el género policíaco está tan exprimido que debería ponernos una orden de alejamiento. Buscaba un desafío más salvaje, y la fantasía aterraba lo justo para ser el terreno ideal donde experimentar. Con ella no tengo techo creativo: aquí todo depende de mi imaginación.

Tu novela homenajea el género épico a la vez que lo desmitifica. ¿Qué aspectos del género crees que necesitaban “romperse” o bajarse del pedestal, y cómo lo hiciste sin perder el respeto por él?

Si puedo generalizar un poco, los lectores cogemos un libro para una de dos cosas: disfrutar sin comernos el coco… o emocionarnos de verdad. La fantasía tradicional suele quedarse en lo primero: entretiene, pero rara vez me hace volver al párrafo anterior con el corazón en un puño pensando “¿cómo pudo hacerle esto a ese personaje?”. Mi reto en Rompejuramentos fue justo ese: escribir algo que yo mismo quisiera releer con los ojos abiertos de par en par. Si quienes lo leen me cuentan que han sentido ese cosquilleo y han regresado al texto, significa que he dado en el clavo.

La idea de que los juramentos otorguen poder o condena es brillante. ¿Cómo surgió ese concepto? ¿Te inspiraste en algo real, mitológico o fue un juego literario desde el inicio?

¡Gracias por el piropo! Creo que toda idea nace de otras: el que unió trapo y palo creó la fregona. Fijándome en los paladines de siempre—los de Dragones y Mazmorras o Warcraft, por ejemplo—vi que sus juramentos solo les daban poderes, pero jamás les exigían consecuencias si los utilizaban mal. Y me pregunté: “Si un gran poder conlleva gran responsabilidad, ¿no debería tener también un gran castigo?”. Así nació la mecánica de los juramentos: ventajas… y bueno, ¡habrá que leerlo!.

Adam, el protagonista, rompe los juramentos por el bien común. ¿Crees que romper ciertas reglas, incluso las más sagradas, puede ser un acto de heroísmo? ¿Dónde pones tú el límite moral?

En el libro aparece una frase que me encantó escribir, y voy a tratar de citar de memoria: “A veces, cumplir un juramento a toda costa puede ser peor que romperlo”. Creo que lo dice todo. Adam es un adolescente, actúa por instinto y sus impulsos—al igual que los míos—llevan consecuencias inesperadas: a veces malas y otras veces te abren puertas que ni imaginabas. El límite moral siempre depende de la urgencia de la situación… y de lo que estés dispuesto a sacrificar.

Javier González Alcázar firmando
Javier González Alcázar firmando ejemplares de Rompejuramentos

Tu estilo tiene ecos de autores como Terry Pratchett y Neal Shusterman. ¿Qué es lo que más valoras de ellos y cómo han influido en tu forma de narrar?

Me dices lo más bonito que se me puede decir en esta vida. Gracias. Pratchett para mí es más que un autor, es un héroe de la palabra. De Juan Gómez Jurado admiro cómo mantiene al lector al borde del asiento, tiene un talento único para entretener; de Arturo Pérez Reverte, posiblemente la mayor eminencia literaria de nuestro país, su elegancia para traernos historia disfrazada de ficción; y de Neal Shusterman, esa habilidad para hacer que cada palabra te haga sentir nostálgico de algo que todavía no has vivido. Pero Sir Terence David John Pratchett combina todo eso y más. El genio chiflado más brillante del mundo de la literatura si se me pregunta a mí.

Si sus libros fueran un coche, irían policíaca, histórica y drama en el asiento de atrás, como niños pequeños que se pelean por cuánto tiempo les queda, cuánto pis se hacen o cuánto se aburren, mientras la fantasía de copiloto elige la música y la comedia conduce sin necesitar ningún mapa. El viaje que yo hago cada vez que cojo un libro de aquel brillante hombre es lo que voy a recomendar siempre a cualquier persona que ya lea o desee iniciarse. Perdón, ¿cuál era la pregunta?

En un mundo literario tan exigente, tú escribes a pesar de tres enfermedades crónicas. ¿Qué papel ha tenido la escritura en tu vida como refugio, motor o herramienta para afrontar estas circunstancias?

Cuando un dolor se cronifica y te acosa cada día, tienes dos opciones: adaptarte o dejar que te arrastre. Me inventé una especie de técnica de meditación (ya que las convencionales no me sirven) para poder pasar los momentos más difíciles «en otro sitio» que no sea mi cama, tiritando de dolor. Pensar en el mundo que he creado, en mis personajes o imaginarme contestando a entrevistas como esta, hacen que tenga más ganas de luchar y de levantarme cada día porque ya no soy sólo una persona con tres enfermedades crónicas, soy un escritor que ha creado un mundo.

Gracias a esa lucha que llevo a cabo todos los días, ahora mi sobrina de 10 años puede abrir un libro dedicado a ella y sumergirse en una historia. Haré los libros que haga falta sólo para poder seguir viendo la carita que pone al abrirlos. Ningún dolor va a poder más que ese sentimiento.

El humor está muy presente en tu narrativa. ¿Crees que la risa y la fantasía pueden (o deben) convivir? ¿Te interesa más hacer pensar o hacer reír?

Un gran libro necesita ambas cosas: entretenimiento y emoción. Si quieres algo ligero, buscas a Tom Sharpe y te ríes sin parar; si buscas profundidad, El abuelo que saltó por la ventana y se largó de Jonas Jonasson combina humor y ternura. Yo siempre incluyo mi sentido del humor, porque me resulta imposible narrar sin lanzar alguna carcajada… y, de paso, una flecha al corazón del lector.

En Rompejuramentos hay monstruos literales y otros más simbólicos. ¿Cuál fue el “monstruo” más difícil de construir: el narrativo o el emocional?

Depende de la historia. Smaug, en El Hobbit, no es solo un dragón escupefuego: tiene carácter y ambición. Pero en Un monstruo viene a verme, Patrick Ness creó un monstruo emocional que te remueve el alma de otra manera. Para mí, lo más complejo es construir el monstruo que no muerde ni ruge, sino que persigue al lector por dentro: el emocional.

El mundo que construyes tiene normas propias, magia ética, y decisiones que pesan. ¿Te planteaste desde el principio hacer de la novela una metáfora sobre la responsabilidad personal?

Totalmente. “Dar mi palabra” sigue pesando en mi vida. En un mundo donde jurar o amar a la ligera devalúa la esencia de la palabra, quise una novela que mostrara el verdadero valor del compromiso. Los juramentos de Rompejuramentos son la metáfora perfecta de esa responsabilidad personal que, aunque anacrónica, debería seguir vigente.

Como creador de mundos y boxeador aficionado, ¿qué golpe literario planeas lanzar después? ¿Estás trabajando ya en una próxima novela o proyecto?

(Se ríe en boxeador) Mi entrenador siempre decía que el boxeo es un baile, y yo sigo bailando con cada novela. Tengo en marcha la continuación, Rompemaldiciones, que promete más situaciones límite… y, por supuesto, más humor. ¡Preparaos para el próximo asalto!


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