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¿Dónde nos quedó el amor?  Del paraíso… a las cloacas | Por Alumnos de la Escuela Aquí y Ahora 2025

Vivimos en una época donde hablar de sexualidad parece sinónimo de libertad. Abunda la exposición, la provocación, la permisividad… pero escasea la conciencia. Se habla mucho de cuerpo, de placer, de deseo, pero poco de lo que se mueve detrás de todo eso: la intención, el vacío, el miedo, la necesidad de ser visto. Por eso urge detenerse un momento y preguntarse: ¿desde dónde estamos viviendo nuestra sexualidad? ¿Y hacia dónde nos lleva?

Podríamos remontarnos al relato del pecado original, donde aparece la primera gran tentación: la voz astuta del diablo, disfrazada de promesa, susurrando al oído humano que podía ser como Dios, que podía decidir por sí mismo qué es el bien y qué es el mal. No fue simplemente comer un fruto, sino ceder al deseo de autodefinirse al margen de lo divino. Al hacerlo, el ser humano se separó del orden natural de la gracia y abrió la puerta a un placer desordenado, no ya como expresión del amor, sino como afirmación del ego. Desde entonces, la atracción dejó de ser comunión y empezó a ser táctica, poder, seducción calculada. Lo sagrado se volvió carne para el mercado, y la energía vital que unía se tornó instrumento para dominar.

Lo más inquietante es que todo esto está socialmente legitimado, incluso disfrazado de virtud. Se nos educa (sin decirlo abiertamente) a usar el deseo como carta de presentación, como herramienta para ser vistos, queridos o aceptados. Y así vamos asumiendo que es normal seducir sin intención de amar. Lo llamamos madurez, libertad emocional, “saber lo que queremos”, pero en realidad muchas veces no sabemos ni lo que sentimos, ni si es ni siquiera nuestro ese sentir o del vecino con el que acabas de cruzarte. Hemos hecho del juego erótico cotidiano un lenguaje común, tan aceptado que cuestionarlo suena casi ingenuo o moralista. 

Usar la energía sexual conscientemente de forma destructiva genera un autoengaño aún más arraigado. Es en ese momento donde ya no hablamos de ignorancia, sino de una forma de violencia sutil pero real. Seducimos conociendo el daño, mantenemos relaciones sabiendo que no hay verdad en ellas, y hacemos del otro un recipiente para nuestra angustia, a cambio de un alivio momentáneo. Así, la energía sexual (que podría haber sido fuego creador) se convierte en incendio devastador. Y ese fuego, más tarde o más temprano, también quema por dentro.

A veces me descubro usando esa energía sin querer mirar lo que realmente estoy haciendo. Me escucho hablando con falsa complacencia, “gestificando” de forma seductora… y sé que no estoy entregando amor, sino envolviendo mi malestar en un papel bonito para que el otro lo reciba sin darse cuenta. Juego a gustar, a que me necesiten, a que me deseen y a hacerme la tonta. Pero lo que realmente quiero es no sentirme sola, no quedarme con esta ansiedad pegada al pecho. Sé que estoy disfrazando mi carencia de afecto con erotismo emocional, y al final, el vacío no desaparece: lo transfiero, lo reparto, lo coloco… y luego me quedo más fría que antes y con una ansiedad aún mayor.

Y mientras tanto, la conciencia se adormece. Como en aquel Edén perdido, sigo buscando fuera lo que sólo se encuentra dentro: la verdadera unión, que nace cuando la energía sexual se eleva, se transforma, se respeta. Cuando dejamos de usarla para poseer al otro y la honramos como un puente hacia lo profundo.

Y tal vez el verdadero regreso al Paraíso no sea una geografía, sino un espacio sagrado donde el alma ya no usa el deseo para ocultarse, sino que se entrega entera a Dios y al otro.

Está en todas partes,

mires donde mires.

Se cuela por las rendijas,

rebosa los sumideros

y nunca, nunca viene solo:

voracidad, ansiedad, asco, ira, soledad.

Esta sexualidad mal entendida

dañina y tergiversada.

Este filtro que todo lo malsexualiza.

Y además, y sobre todo

este “no pasa nada”, “no es para tanto”.

Esta banalidad perniciosa

y este miedo a la auténtica mirada.

¿Me vendo? ¿Me compras?

¿Te vendes? ¿Te compro?

Ensucio la poca entrega que me queda.

Prostitúyome,

sin importar el corazón sacrificado,

el alma hastiada.

¿Por qué este afán,

esta adicción a las cloacas?

Ya no sirve el filtro de cristal rosa

por mucho que me empeñe.

Ya no sirve la mirada huidiza,

el “yo solo pasaba por aquí”.

El tratarlo como si fuera un juego sin importancia.

Importa, claro que importa, ¿cómo no va a importar un limpio abrazo?

Itziar Torrecilla Gorbea y José Carlos Alvero Reina
Categorías: Opinión
Elescritor.es:

Ver comentarios (1)

  • He leído esta reflexión y la verdad es que me ha hecho darme cuenta de algo muy importante después de leerlo. Que perdí un minuto de mi vida leyendo la cosa más idiota, basura y sin sentido en el mundo. Un chimpancé sordo mudo con deficiencias mentales hubiese escrito algo mejor que esto, me gustaría que hubiese un botón de desleer en la mente para no tener que recordar esta basura

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