Después de dos poemarios y varios relatos breves, en Apneas das un giro hacia un formato más narrativo y onírico. ¿Qué te llevó a dejar momentáneamente la poesía para adentrarte en este “diario de sueños”?
En un principio la idea no era publicar un segundo poemario después de Ojos cerrados, sino seguir una línea más narrativa; de hecho, fui publicando algunos relatos en antología. Tras la publicación del primer poemario y la pérdida de mi padre, lo que me brotaba lo hacía en forma de poesía, y así surgió Regates y besos. Luego he acabado recuperando el plan original, y encuadrarlo en un diario de sueños me atraía mucho, tanto por la estructura en sí del libro, como por mi vinculación desde hace años con el mundo onírico. Además, desde hace un año utilizo una máquina para dormir porque me detectaron apnea del sueño. Todo enlazaba.
Actualmente diría que los próximos proyectos van más en la línea narrativa que en la poesía. Sí que voy escribiendo poesía también, pero más a largo plazo, y me gustaría acompañarla con ilustraciones de mi hija.
El libro está lleno de nombres, lugares y guiños personales —Murcia, Calvià, tu familia, tus amigos, la música, el fútbol—. ¿Cuánto hay de autobiografía y cuánto de ficción en estos sueños?
Hay muchísimo de autobiográfico. Tanto los lugares como los personajes son reales. Los sueños también los he soñado realmente, no me he puesto a inventarlos desde cero.
Ojalá algunos de ellos se hubieran cumplido; el arco temporal es amplio, en algunos soy adolescente o incluso ni había nacido.
El prólogo menciona que Apneas es “una sucesión de sueños, a veces con sentido, a veces sin él”. ¿Te interesa más reflejar el mundo inconsciente o provocar en el lector esa misma sensación de extrañeza?
Me he servido de los sueños para que me lleven a los relatos, como si fueran un medio de transporte. Igual que viajamos en coche, tren o avión, he aprovechado los sueños para viajar hacia las historias. Me interesaba más mostrar las historias en sí.
Tu psiquiatra, Elisa, aparece en el propio texto proponiéndote escribir los sueños como un ejercicio terapéutico. ¿Nació así realmente el libro, como una propuesta clínica o como un experimento literario?
El personaje de la psiquiatra es ficticio. He ido a terapia en diferentes momentos, pero actualmente no. Llamarla Elisa es un homenaje a una chica de mi barrio que falleció hace unos años y me apetecía hacer ese guiño.
El personaje aparece mencionado también en relatos míos de antologías y me gustaba encajar esas piezas del puzle para poder seguir tirando del hilo en futuros proyectos.
En Apneas reaparecen elementos y personajes de tus obras anteriores —la papelería, la Pantera, Calamaro, el fútbol, Murcia—, pero en un contexto de sueño. ¿Podríamos leerlo como una síntesis o “universo López Ruz”?
Totalmente. Es intencionado y es un sello característico. Me gusta dejar pistas y crear conexiones entre las obras.
Hay un elemento muy propio de ese universo, aunque quizá no tan destacado en Apneas: el Colectivo Ochenta, una especie de sociedad secreta imaginaria de quienes nacimos en 1980. Seguro que seguirá apareciendo.
Hay una mezcla constante entre la realidad cotidiana y la cultura popular (Bunbury, Leiva, Iniesta, Indiana Jones…). ¿Qué papel juega la memoria cultural y musical en tu escritura?
Son mis gustos y me gusta usarlos como personajes. Son referentes, magos, superhéroes… pero también amigos o vecinos.
Me emociona pensar que con 9 años fui al cine a ver Indiana Jones y, 30 años después, he viajado a localizaciones de las películas o lo menciono en mis textos. Del mismo modo, me inspiran artistas menos conocidos como Eduard Palomares o Borja Casado.
El número 237 aparece repetidamente, casi como un hilo conductor o símbolo. ¿Qué significado tiene para ti ese número?
Era el código de identificación de la papelería de mis padres. Mi padre lo repetía mucho al teléfono por temas de albaranes. Hace unos meses me lo tatué con su letra; estuve buscando entre sus libretas para copiarla. Encontré auténticos tesoros, como la foto en blanco y negro de mi padre en moto que aparece en la portada.
De forma paralela, el número fue apareciendo en escenas reales y en sueños. Me gustaba que funcionara como un hilo recurrente, como los números de Lost.
El libro tiene un tono muy íntimo, pero a la vez cinematográfico, lleno de referencias visuales. ¿Te imaginas Apneas adaptado a otro formato —cine, serie, performance—?
No me lo había planteado, pero me encanta la idea. Sería increíble. Soy muy consumidor de cine y series, así que lo tomo como un halago. Con un amigo solemos comentar qué libros nos gustaría ver adaptados, y ahora incluiría Apneas en la lista.
En el prólogo, el editor dice que al terminar la lectura “no sientes haber leído un texto, sino un fenómeno mental”. ¿Qué te gustaría que el lector sintiera al cerrar Apneas?
Que les ha gustado, que se les escape una sonrisa, que entretenga… incluso que se les haga corto.
Como dijo Bunbury en la promoción de El viaje a ninguna parte: el objetivo es llegar al corazón de la gente. Si llegamos ahí, hemos triunfado.
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