El lado oscuro de la verdad: secretos, culpa y corrupción en El último testigo
¿Cómo influyó su experiencia profesional en la construcción de la trama y los personajes de El último testigo?
Mi trabajo me ha permitido conocer de cerca la parte más oscura del ser humano, pero también esa fragilidad que todos llevamos encima y que se esconde detrás de cada decisión. En El último testigo quise reflejar precisamente esa dualidad: cómo una persona aparentemente común puede verse superada por las circunstancias, arrastrada por la culpa o por el miedo.
Mi experiencia como criminólogo me ayudó a dotar de realismo y coherencia a los personajes, a que cada reacción, gesto, y cada silencio tuviera una lógica humana detrás y no fuera puramente novelesco. No quería crear héroes ni villanos, sino personas que toman decisiones difíciles y, a veces, se equivocan.
Al final, después de muchos años de ver de todo, aprendes que la mayoría de la gente no actúa por maldad, sino por miedo, por presión o simplemente porque no supo hacerlo mejor. Y eso, creo, es lo que hace que una historia funcione: cuando se parece a la vida.
En la novela, Matthew Arden busca limpiar el nombre de su hermano desaparecido. ¿Qué le inspiró a explorar el tema de la justicia, la culpa y los secretos familiares?
Siempre me ha intrigado cómo la verdad puede tener muchas caras diferentes según los ojos desde la que se mire. En mi trabajo he visto cómo la línea entre la justicia y la venganza a veces es más fina de lo que parece, y esa idea fue el punto de partida de la historia de Matthew. Su búsqueda nace de una pregunta sencilla pero que suele resultar incómoda: ¿hasta dónde llegaríamos por defender a alguien que queremos, incluso cuando no estamos seguros de conocerlo del todo?
Además, los secretos familiares son una fuente inagotable de conflicto y emoción. Todos arrastramos cosas que no contamos sobre nuestra historia, y esa mezcla entre afecto, culpa y silencio me parecía el combustible ideal para un thriller que también habla de vínculos, lealtad y responsabilidad.
Al final, escribir sobre justicia o culpa y redención no es muy distinto a observar a las personas con atención: te das cuenta de que nadie es completamente culpable ni completamente inocente, sino que casi todos tienen sus razones para justificar sus decisiones. Y ahí, entre lo que callamos y lo que intentamos reparar, es donde realmente se puede ver quiénes somos.
Raven Ridge es un escenario clave, un pueblo lleno de sombras y corrupción. ¿Cómo lo concibió y qué simboliza este lugar en la historia?
Raven Ridge no es solo el lugar donde se desarrolla la trama, mi idea es que fuera casi un personaje más. Lo concebí como un espejo de la realidad que viven los protagonistas: un lugar donde todo parece estable y cotidiano en la superficie, pero donde las raíces están contaminadas por lo que se calla y por lo que se consiente. Quería que el lector sintiera esa atmósfera, como si el pueblo guardara sus propios secretos.
En el fondo, Raven Ridge representa cómo la corrupción de cualquier tipo puede instalarse poco a poco en una sociedad, hasta que termina formando parte del paisaje y nadie la cuestiona. Creo que todos hemos estado alguna vez en un “Raven Ridge”: un lugar donde las apariencias engañan, y donde mirar hacia otro lado es la forma de sobrevivir. Y tal vez por eso el lugar resulta tan inquietante, porque no está tan lejos de la realidad.
La novela mezcla suspense psicológico, investigación criminal y crítica social. ¿Cómo logró equilibrar estos tres niveles narrativos sin que uno eclipsara al otro?
La verdad es que fue un reto interesante. Desde el principio quise que el suspense mantuviera al lector enganchado, pero sin renunciar a la profundidad psicológica ni al trasfondo social. La clave fue dejar que los personajes marcaran el ritmo y las prioridades de la historia. No me interesaba una historia de acción vacía, sino una en la que cada descubrimiento tuviera un sentido emocional y una consecuencia real.
Cuando entendí que todo debía girar en torno a las motivaciones humanas, los tres niveles se unieron de forma natural sin imponerse ninguno sobre los demás.
Al final, el equilibrio llega cuando dejas de pensar en escribir sobre ciertos “temas” y te centras en el desarrollo de los protagonistas. Si el lector cree en lo que ellos sienten y en lo que pierden, todo lo demás fluye.
El personaje de Eve Carlisle, periodista de investigación, aporta un contrapunto a Matthew. ¿Qué representa ella en la trama y qué dificultades tuvo al desarrollarla?
Eve representa la mirada externa y realista, la búsqueda de la verdad frente a la manipulación. Es una mujer fuerte y firme, pero no invulnerable. Su papel era equilibrar la obsesión de Matthew a través de una visión más racional, pero sin perder su humanidad. La dificultad fue lograr que no se convirtiera solo en una aliada o contraparte, sino en alguien con una historia propia, con dilemas éticos y emocionales que enriquecieran la trama y que la hicieran tan compleja como los demás protagonistas.
En contraposición, Félix es el supuesto paranoico, y aporta la otra cara del equilibrio. Su forma de pensar, aparentemente caótica, es la que empuja a Matthew a salir de los márgenes normales y a considerar ideas que de otro modo nunca se atrevería a explorar. Eve, en cambio, lo ancla al terreno firme, le recuerda los límites, las consecuencias y el valor de la realidad. Entre ambos, Matthew oscila entre el caos y la razón, y ese triángulo es lo que mantiene viva la tensión de la historia.

La nota “No fue él. Busca al testigo” desencadena toda la acción. ¿Cómo surgió esta idea y qué buscaba transmitir con este detonante narrativo?
La verdad es que la nota surgió de forma natural, casi por instinto durante el proceso de escritura. Me gustó porque condensa todo el misterio de la historia en una sola frase: la duda, la urgencia y la promesa de una verdad oculta. Quería que el lector sintiera exactamente lo mismo que Matthew al leerla: la necesidad inmediata de saber más, de entender qué hay detrás de esas palabras. Es el tipo de detalle que rompe la rutina y cambia el rumbo de una vida, y en este caso, pone en marcha una búsqueda que lo transforma todo.
Con el tiempo entendí que esa nota no solo abre la trama, también define el tono de la novela: directo, inquietante y profundamente humano. A veces una sola frase basta para derrumbar todo aquello en lo que creemos, y creo que por eso funciona.
La corrupción y el poder son elementos centrales en El último testigo. ¿Qué paralelismos cree que tiene la ficción de su novela con la realidad actual?
Por desgracia creo que tiene muchos más de los que me gustaría. La corrupción no siempre se manifiesta en grandes escándalos públicos o titulares; a veces está en lo que decidimos callar o mirar para otro lado. El último testigo parte de esa idea y la lleva al límite, pero sin perder su conexión con lo cotidiano.
Creo que el lector reconocerá situaciones que ocurren también en la vida real, no porque la historia los copie o imite, sino porque la naturaleza humana tiende a repetirse cuando se mezclan en un mismo lugar el miedo, la ambición y el poder.
Al final, la corrupción no siempre se desarrolla en los despachos: a veces nace en algo tan simple como justificar una mentira o callar cuando nos conviene. Y quizá por eso resulta tan incómoda de mirar, porque todos participamos, aunque sea un poco, en mantenerla viva.
Esta es su primera novela, pero escrita desde una sólida trayectoria en el análisis del comportamiento humano y el crimen. ¿Qué retos enfrentó al pasar de la investigación real a la ficción literaria?
El mayor reto fue dejar de pensar como investigador y empezar a pensar como narrador. En la realidad busco hechos, coherencia, pruebas, pero en la ficción busco las emociones, contradicciones, y el porqué de las cosas. Tuve que aprender a soltar el informe y permitirme cierta libertad para dejar que la historia respirara.
Pero al mismo tiempo, mi experiencia me dio una ventaja: sé cómo reacciona la gente cuando se ve acorralada por la verdad o por la culpa, y eso aporta una base de autenticidad a los personajes, incluso en los momentos más extremos.
Pasar de la investigación a la ficción fue, en el fondo, un cambio de lenguaje: de explicar la realidad a intentar comprenderla. Y quizás eso sea lo más bonito del proceso.
¿Está ya trabajando en una continuación de la historia o en otra novela de corte similar, o prefiere explorar otros géneros en el futuro?
Estoy trabajando en una nueva historia que comparte el espíritu de El último testigo: una trama donde el suspense psicológico y la intriga vuelven a ser protagonistas. No es una continuación directa, pero sí mantiene ese tono oscuro, humano y emocional que me gusta explorar. Creo que cada novela es una forma distinta de intentar entender por qué las personas hacen lo que hacen cuando se enfrentan a sus límites.
Ahora mismo estoy disfrutando mucho de todo lo que rodea a El último testigo: las presentaciones, los encuentros con lectores, las ferias, las conversaciones que surgen a su alrededor, y eso también forma parte del aprendizaje. Escribir es una experiencia solitaria, pero compartir la historia la completa.
A día de hoy no me planteo cambiar de género, sino que me interesa seguir explorando ese punto en el que la emoción y el misterio se cruzan, aunque cada historia lo haga a su manera.

El último testigo ya está disponible, y más que un thriller, es un viaje al corazón de la verdad y la mentira, y de todo lo que somos capaces de hacer por amor, por culpa o por justicia.
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