La historia que está rompiendo corazones: el adiós que cambió para siempre la vida de Sandra Moya
En El último paseo, Sandra Moya se adentra en un territorio tan universal como silencioso: el duelo por un animal querido. Lejos de tratarse de una simple narración sobre la pérdida de una mascota, la novela se convierte en un viaje emocional que indaga en la profundidad del vínculo humano-animal, en la lealtad que trasciende el tiempo y en la herida invisible que deja la ausencia.
La historia nace del encuentro entre la autora y Cody, un compañero canino que entró en su vida cuando tenía dieciocho años. Fue, como describe Moya, una conexión inevitable, casi instintiva, de esas que parecen escritas antes de suceder. Con él aprendió una forma distinta de mirar el mundo: más paciente, más presente, más empática. Cody se convirtió en brújula emocional, en refugio, en espejo. Y también en maestro, uno que enseñó el amor desde la quietud de una mirada y la fidelidad de una presencia cotidiana.
Pero toda vida, incluso las más luminosas, tiene un último latido. Dieciséis años después de aquel primer encuentro, Moya se enfrenta al momento que todo cuidador teme: la despedida. Con una honestidad desgarradora, la autora describe el instante en que ella y su marido escuchan el final del corazón de Cody. Esa escena, sencilla y brutal, marca un antes y un después, no solo en la narradora, sino en todo aquel que comprende la magnitud del amor que se comparte con un animal.
La novela no se limita al dolor. El último paseo es también una reflexión sobre la permanencia: cómo alguien sigue vivo mientras lo recordemos, cómo el amor no se extingue con la muerte, cómo los vínculos verdaderos transforman incluso en la ausencia. Moya convierte su duelo en literatura, y en ese gesto construye un puente para miles de lectores que han sentido la misma pérdida y no siempre han encontrado palabras para nombrarla.
Es un libro íntimo, honesto y profundamente humano. Una obra que reivindica que el duelo animal merece ser contado, acompañado y entendido. Un recordatorio de que el amor, cuando es auténtico, nunca se marcha del todo.
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