Patricia Peñalva ha escrito una obra necesaria. En Perdóname, pero no puedo pone nombre, rostro y voz al sufrimiento de tantos niños que viven el acoso escolar como una sombra diaria que les roba la inocencia. La novela sigue la historia de Luz María, una niña acosada que intenta sobrevivir a un entorno hostil que la hiere, la aísla y la hace cuestionar su propio valor.
Peñalva no cae en dramatismos gratuitos: su mirada es honesta, directa y profundamente empática. A través de la experiencia de Luz María, el lector se enfrenta al impacto real del bullying, no solo en la víctima, sino también en su hogar. La familia, atrapada entre la impotencia y la desesperación, emprende una búsqueda de justicia que revela la dureza de un sistema que demasiadas veces llega tarde.
La novela destaca por su capacidad para mostrar el trauma desde dentro. Luz María no solo sufre ataques externos; también lidia con la culpa, el miedo y el agotamiento emocional que acompañan a quienes viven escondiendo su dolor. Cada capítulo es una llamada de atención, un recordatorio de que detrás de cada gesto de silencio puede haber un grito que nadie escucha.
Sin embargo, Perdóname, pero no puedo no se queda anclado en el horror. Peñalva introduce, en medio del sufrimiento, un hilo de esperanza: la fuerza que nace cuando la verdad se dice, cuando la familia sostiene, cuando la víctima se reconoce como alguien digno de amor y protección. La novela se convierte así en un viaje de lucha y resiliencia, un camino en el que la oscuridad no impide que brote la luz.
Este libro es, sobre todo, un llamado urgente a la conciencia. A los padres, para que miren más allá de lo evidente. A los profesores, para que no minimicen señales. A la sociedad, para que deje de considerar el acoso escolar como “cosas de niños”.
Perdóname, pero no puedo se lee con un nudo en la garganta, pero también con la certeza de que visibilizar estas historias es el primer paso para cambiarlas. Patricia Peñalva entrega una novela que duele, pero que importa. Una obra que recuerda, de forma necesaria, que ningún niño debería pedir perdón por no poder más.
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