Los quereres de Lola es una historia sobre mujeres adultas que se permiten transformarse. ¿En qué momento sentiste que esta era una historia necesaria y que tú debías escribirla?
Hace unos años trabajé con una mujer casi dieciocho años mayor que yo y nos hicimos muy amigas. Entonces me di cuenta de que las mujeres en sus 50 o 60 son poderosas, tienen toda la sabiduría y la fuerza del mundo, y si no se comen el mundo es, muchas veces, porque desde otros lados les han dicho: “tú no puedes”, “tú céntrate en cuidar a tus hijos, a tus padres, a los padres de tu marido, a tu marido”. Y han dejado de lado sus sueños, sus pasiones, sus quereres.
Fue ahí cuando pensé: no quiero llegar a mis 53, como Lola, y no haber cumplido mis sueños. Y aquí estoy, hablando de Los quereres de Lola, mi primera novela, con 42 años.
La novela aborda el duelo desde la escritura como terapia. ¿Cómo ha influido tu propia relación con la escritura en la construcción emocional de Lola?
Muchísimo. Aunque no es una historia de autoficción, a través de la protagonista sí he querido experimentar miedos y situaciones que yo misma temo. El duelo de un ser querido es una de ellas y, como a Lola, creo que la escritura puede ser una herramienta terapéutica y curativa que nos acompañe en la vida.
El entorno rural tiene un peso fundamental en la historia. ¿Qué te interesaba explorar de ese contraste entre lo íntimo del pueblo y las rutinas que dejamos atrás en la ciudad?
Quise jugar con varios contrastes: Lola es una mujer con baja autoestima, resignada a la vida que le ha tocado vivir, pero al mismo tiempo es escritora de erótica en sus ratos libres. También quería mostrar una realidad muy presente en los pueblos: mujeres que llevan toda la vida viviendo para otros, cumpliendo deberes por el qué dirán, atrapadas. Pero la idea era demostrar que pueden soltarse, abrazar sus quereres y anteponerse, aunque sea un poco.
Después de años en marketing, comunicación y periodismo, ¿qué ha sido lo más desafiante de dar el salto a publicar tu primera novela?
Tomar la decisión y comprometerme. Apartar miedos y juicios, esos que aparecen cuando algo te importa de verdad. Escribir una novela siempre fue mi sueño, pero lo fui posponiendo. Hasta que un día tomé la decisión y ya no hubo vuelta atrás.
Has escrito relato corto, cuento infantil e incluso literatura erótica. ¿Qué aprendizajes de esos géneros se filtraron en la voz narrativa de Los quereres de Lola?
Para mí todo parte y termina en lo mismo: contar historias que dejen algún poso en quien las lee. El género es lo de menos. Los quereres de Lola podría enmarcarse en ficción contemporánea, pero también en narrativa femenina; además tiene tintes de erotismo y realismo mágico.
Como escritora, creo que hay que ser flexible, atreverse a cambiar de registros y jugar con otros géneros. Es divertido y te permite encontrar nuevas maneras de contar.
En la novela aparece una idea muy potente: romper los “deberes” impuestos para abrazar los “quereres” que de verdad nos sostienen. ¿Cómo definirías tus propios “quereres” hoy?
Dentro de mis quereres está la escritura, por supuesto, y ojalá en el futuro pueda romper con algunos deberes y abrazar ese querer lo máximo posible.
¿Cómo fue el proceso de documentarte —o de revisarte— para retratar el duelo sin dramatismos y con esa naturalidad que se percibe en la historia?
Ese matiz es importante: revisarse. Como decía, he plasmado en la novela miedos y situaciones que me importan, y el duelo es uno de ellos. Ponerme en la piel de Lola para vivir sus duelos, tanto en su juventud como en su madurez, me hizo vivirlo también en cierta medida, imaginarme cómo sería y cómo reaccionaría yo.
Como escritora, poder ponerte en la piel de tus personajes y vivir otras vidas a través de ellos es clave para que el lector perciba la historia como real.
La protagonista inicia su transformación en una etapa vital en la que socialmente parece que “ya está todo hecho”. ¿Querías cuestionar ese relato tan extendido sobre la edad y el cambio?
Sí. Quería reivindicar que se puede cambiar de vida y soltar los deberes impuestos a cualquier edad. Nunca es tarde, aunque nos hayan dicho lo contrario. Lola toma decisiones cruciales con 53 años, yo he publicado mi primera novela con 42, e Isabel Allende sigue escribiendo a sus 83. No debemos permitir que nadie nos diga que no podemos perseguir nuestros sueños a cualquier edad.
Publicas en tu blog “Escribir porque sí”, donde reflexionas de manera muy honesta sobre la vida. ¿Cuánto de esa voz personal se cuela en tus novelas?
Mi voz real está en mi blog, donde comparto reflexiones, inseguridades y miedos que me ayudan a entenderme y, espero, ayudan a otros a sentirse acompañados.
Intento que esa voz se diferencie en la novela. No es mi historia, y hay una distancia necesaria entre autora y narración. Aunque cada obra lleva inevitablemente un poso personal, me interesa mantener esas voces separadas.
Ahora que Los quereres de Lola llega a los lectores, ¿qué te gustaría que alguien sintiera al cerrar el libro? ¿Qué reacción sería para ti la señal de que cumplió su propósito?
Quería entretener, pero también dejar un pequeño poso reflexivo que anime a pensar: “claro que se puede cambiar a cualquier edad y perseguir nuestros sueños”. Y me consta que está ocurriendo.
Muchas personas me escriben diciendo que días después siguen pensando en Lola, sonriendo al recordar que fue capaz de abrazar sus quereres. Otras me dicen que se han dado cuenta de que han dejado de lado los suyos por demasiados deberes. Si la novela ayuda a que alguien empiece a soltarlos, aunque sea un poco, entonces ya cumplió su propósito.
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