Sombras: la novela que dinamita la realidad, la culpa y la política desde una mirada brutalmente humana
La novela comienza con una advertencia contundente: “No está basada en hechos reales. Lo que se narra SON hechos reales. Y también, si se quiere, transreales”. ¿Cómo definiría esa “transrealidad” en el contexto de Sombras y qué le aporta a la narración?
En Sombras (y creo que en la vida en general) todo lo que se puede narrar (incluso los “hechos”) son siempre reales aunque muchas veces parezcan fruto de la imaginación o del consumo de alguna sustancia alucinógena. De hecho no hay ningún hecho que sea estático o definitivo, ni siquiera definible. Todos los llamados “hechos” son procesos lingüísticos y en relación con otros procesos. De ahí que sean transreales, como todo. No hay una realidad perfectamente dibujada, proyectada y construida básicamente porque la construimos nosotros y nosotras y siempre necesitamos referirnos a otras cosas que no sabemos si existen para definir o dar cuenta de cosas —hechos, procesos— que tampoco tenemos ni idea de si existen.
Si tienes interés por eso de la transrealidad, en mi página web hay una copia de mi Manifiesto Transrealista.
Entonces me pregunto si habitualmente delegamos nuestros quehaceres mentales en uno o varios de los sentidos de que disponemos o en experiencias espirituales o incluso místicas.
Yo me lo pensaría un rato, aunque ya te adelanto que esas cuestiones acerca de la realidad, la verdad y todo ese lío me parece a mí que no tienen respuesta. Llevamos dándoles vueltas desde Platón y todavía no hemos encontrado una. Ni falta que hace. No la hay.
Eso es la transrealidad: la falta de respuestas; la abundancia de dudas, inseguridades y sombras.
O sea, todo.
O sea, la transmutación de las almas (Platón) o la transexualidad (la calle, el barrio, la esquina…).
En la obra, la culpa se describe como una “sombra” persistente que habita en el corazón o el alma. ¿Por qué eligió la culpa como eje emocional de la historia?
La culpa, aunque se manifiesta de formas diferentes según la enorme variedad cultural de nuestros mundos, es una de las emociones más extendidas en las narrativas humanas. Me apetecía charlar acerca de ella. Otro día hablaremos —o quizá ya lo hemos hecho— de otras emociones: el amor, la brisa de la primavera junto al mar, la alegría de un niño cuando alguien le da un caramelo…
Rosa, la narradora inicial, habla desde el Cielo, observa todo y, sin embargo, deja que otros personajes cuenten su versión. ¿Qué le interesaba explorar con esta estructura coral y con una voz que, en teoría, ya no está viva?
Ya no está viva del modo en que solemos pensar la vida, incluso desde la mirada de las religiones. Pero parece que no es exactamente así. O no únicamente así. Paul Éluard tenía mucha razón cuando dijo que “hay otros mundos pero están en este”.
Y sí, Rosa deja que otros personajes cuenten su versión. Esta es una obra polivocal. No me fío de los monólogos; suelen ser muy aburridos. Creo que la vida es diversa y nunca podremos conocerla del todo, ni siquiera la nuestra. Hay que escuchar todas las voces posibles. Excepto las de los nazis y los fascistas. Soy intransigente con la intransigencia.
Los personajes centrales —Juan, Carmen, Julián y Raquel— están entrelazados por relaciones de amor, deseo, engaño y remordimiento. ¿Cómo construyó estas interacciones para que fueran creíbles dentro de la atmósfera transrealista?
Dejándolas chorrear, dejar que se transmuten a su propio ritmo. Eso ocurre en Sombras. Hay que leerla para entenderlo. Y entenderlo ayuda también en el día a día. Ese chorreo viscoso, doloroso y cruel es como la vida misma. Las novelas y sus personajes son como la vida, excepto ciertos superventas cuyos personajes son tan cursis que sobran en nuestra existencia real.
La novela incorpora referencias políticas muy concretas y un retrato crítico de la sociedad actual. ¿Considera que Sombras es también una obra de denuncia social?
Seguramente sí. Todas mis novelas lo son. Unas más, otras menos.
Todo es política. Intentar huir de esa idea hace caer a algunos autores en la cursilería y el desgaste.
Si queremos entender siquiera un poco la transrealidad, tenemos que mojarnos con ese éter viscoso de esos otros mundos que están en este. Tenemos que alimentarnos de denuncia social. Y más pronto que tarde, tendremos que actuar.
En varios momentos, el libro mezcla un tono serio con apuntes irónicos o humorísticos. ¿Qué papel juega el humor en una historia que también aborda temas duros como la muerte, la culpa o la traición?
Necesito el humor para sobrevivir. Literariamente, son los Duendes de la Literatura quienes me empujan a borrar la frontera artificial entre humor y dolor. La muerte, la culpa o la traición pueden ser divertidos. O tristes. Depende del contexto y del progreso de la historia.
Usted nunca ha asistido a una Escuela de Escritura Creativa y reivindica el equilibrio entre “lo formal y lo experiencial”. ¿Cómo influyó su bagaje como psicólogo en la construcción de Sombras?
Soy más de desequilibrios que de equilibrios. Las Escuelas de Escritura Creativa producen técnicas para escribir siempre la misma historia. Demasiado equilibrio.
La vida y la transrealidad no son así.
Nada sirve si no se reflexiona en comunidad. Leer y escribir es dialogar sin pautas previas.
Mis estudios de Psicología influyen mucho en la construcción de personajes y ambientes, pero también mis conocimientos en Humanidades y Ciencias Sociales.
Más que equilibrio, busco cierta coherencia, pero sin obsesionarme.
El personaje de Juan, escritor, sufre un bloqueo creativo y reflexiona sobre la vida, la inspiración y la política. ¿Cuánto hay de autobiográfico en él y cuánto de pura ficción?
Hay algo de mí en Juan y algo de Juan en mí, pero no sabría decir qué.
Y sobre la ficción… todo en la vida es ficción. Somos narración, lenguaje, historias. Somos lo que contamos que somos. Van Gogh es Los girasoles; Cervantes es el Quijote.
No hay autoconocimiento posible fuera de la ficción. Excepto quizá cuando nuestras sombras hablan.
En su trayectoria literaria, Sombras llega después de varias novelas publicadas en pocos años. ¿Qué cree que esta obra aporta de nuevo a su evolución como escritor?
No lo sé del todo. Nunca tecnifico mis historias. Ojalá mis escritos gusten cada vez más, pero eso no puedo controlarlo.
Lo que escribo ahora mismo es poco comercial. Busco golpear algo en quien lee, no seguir dictados editoriales.
Escribo para divertirme y para golpearme a mí mismo, acercarme a quien me lee, dialogar con él o ella.
