¿Qué haces cuando tu vida se rompe y solo te queda una urna de cenizas y demasiadas preguntas?
No todo dolor grita. A veces, solo se instala. Se convierte en rutina, en sombra, en una especie de silencio denso que ocupa todo. En Vacío Cósmico, Montaña Vázquez se adentra sin concesiones en ese espacio donde habita el duelo, la culpa, la furia y una búsqueda desesperada de sentido. El resultado es una novela que incomoda y acompaña a partes iguales. Que no busca respuestas cerradas, sino preguntas que arden.
Violeta, la protagonista, tiene cincuenta años y la vida hecha trizas desde hace dos. Su divorcio reciente apenas roza la superficie de un quiebre mucho más profundo: la pérdida de su hijo. O más bien, la pérdida del relato que ella creía tener sobre él, sobre sí misma, sobre su mundo. ¿Quién era ese hijo? ¿Qué ocurrió realmente aquella noche? ¿Cómo se vive cuando la vida, de repente, ya no tiene forma?
Con una urna con forma de balón de fútbol siempre a su lado —objeto cargado de ironía, ternura y horror—, Violeta emprende un viaje más interior que físico, más errático que narrativo. Lo que encuentra no son epifanías limpias, sino esquirlas: encuentros sexuales, recuerdos confusos, secretos familiares, emociones que se repelen y se necesitan. El vacío que la habita no es un hueco: es una presencia. Una nada que, como dice la autora, es algo.
Montaña Vázquez construye con una prosa aguda, honesta, sin ornamentos innecesarios, pero profundamente poética. No teme incomodar. Nos coloca en la piel de una mujer que no busca redención, sino claridad. Una mujer que se pregunta, entre orgasmos, lágrimas y silencios: ¿quién era yo antes de romperme?
Vacío Cósmico no es solo una novela sobre el dolor. Es también un alegato sobre la libertad —esa incómoda— que llega cuando ya no queda nada que perder. Vázquez habla del cuerpo, del sexo, de la maternidad, del duelo y de los huecos que nadie más puede llenar. Lo hace sin victimismo, con una fuerza narrativa que desarma.
En tiempos donde lo lineal parece aburrido, esta historia rompe con la lógica del relato cerrado. Se parece más a una constelación que a un mapa. Y ese caos es, quizás, su mayor verdad: porque a veces el sentido no se encuentra… se sobrevive.

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