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“Fin de semana adolescente” | Por Martín Isidro Vázquez León

“Fin de semana adolescente” | Por Martín Isidro Vázquez León

1.

El fin de semana, ¡qué fecha tan deseada después del atropello estudiantil que hay que soportar intensivamente durante cinco largos días! ¡qué tiempo de descanso! Poco porque lo bueno dura poco, pero eso sí, tiempo al que se le debe extraer con éxito todo el jugo placentero de la vida. Todas estas meditaciones formaban parte de la mente adolescente de Agustín al llegar a su casa y sentir el relax siempre estimulante de un viernes por la tarde. Era Agustín un chaval con sentido crítico de la vida, buen estudiante y responsable, pero que no podía evitar lanzarse a la calle los fines de semana y buscar su ambiente, el ambiente adolescente y juvenil que poblaba durante las noches algunos barrios de su ciudad. A Agustín le gustaba relacionarse con sus amistades y, a través de ellas, hacer otras; tenía interés por conocer gente, pero el objetivo principal que buscaba en su comunicación con los demás estaba en llegar a la amistad con las jovencitas, las encantadoras niñas que circulaban frente a sus ojos y ante las que sus deseos se disparaban impulsivamente. Desde hacía varios fines de semana, estaba muy ilusionado con una chica que era igualmente el sueño de muchos de sus amigos, pero con la que no había tenido la ocasión o la suerte de dialogar y llegar a conocer a fondo. Este viernes era su primera oportunidad y se resistía a fracasar. Su amigo Pepe sí había tenido la fortuna de conocerla, porque se la presentaron no hacía mucho cuando Agustín estuvo ausente. Este le insistía a Pepe que se la presentase, que al menos quería conocerla, aunque al final no consiguiera el que era su verdadero objetivo sentimental hacia esta chica tan solicitada. Pero eso sí, su deseo y empeño era lograr un contundente éxito y conquistarla para envidia de tantos otros tíos, que soñaban disfrutar de la compañía de esta hermosa chavala, a la que la naturaleza había dotado de unos encantos irresistibles, al menos para toda esta juventud que, expectante, se debatía en comentarios y piropos hacia ella.

2.

Nada más conocerlo, Rosa fue muy simpática y dialogó un largo rato con Agustín. Pero este tal vez cometió el error que Pepe ya le había indicado, que se mostrase tal y como era, igual de atento y educado que siempre, pero que no le manifestase esas intenciones y ansias de querer su compañía tan descaradamente, que no fuera muy pesado en su trato con ella, que le diera opción a estar con sus amigos o amigas. Agustín pensaba que no merecía fracasar porque sus palabras y sus sentimientos eran nobles, le salían del corazón. Rosa le interrumpió y le dijo que esperase un momento. Fue a saludar a una amiga y le preguntó si lo conocía. Respondió negativamente y Rosa le comentó que era muy pesado, que le metía una serie de historias que no le interesaban y que además había observado en él un rollo muy creciente, advirtió que Agustín buscaba el amor muy precipitadamente. Lola, que no lo quiso conocer, siguiendo el criterio de su amiga, le dijo que se fuera con ella. Así lo hicieron, una vez que Rosa le dijo a Agustín que se tenía que marchar y que ya se verían en otra ocasión. Agustín sintió malestar, pero decidió evadirlo y se fue con sus amigos, tratando de introducirse en su ambiente, a ver cómo estaba, y si Pepe y Arturo habían conquistado nuevas compañías. Así era, pero no quisieron que Agustín se metiera en sus asuntos y Arturo le aconsejó con ironía que siguiera con Rosa, que era la mejor y que podría ser para él. Agustín observó la actitud peyorativa de sus amigos y deseó irse para su casa, a ver si al día siguiente, que era sábado, tenía más suerte en sus conquistas amorosas. Pero llegó el sábado y la decepción de Agustín fue mayor, al ver a sus amigos Pepe y Arturo agarrados con las dos chicas con las que estaban la pasada noche. Agustín se fue cabizbajo y pensativo, cuando de nuevo se vería en una situación más amarga y frustrante, al ver a Rosa en un bar cercano a su casa, besándose en la boca con otro muchacho al que no conocía. Era un fracaso, así lo pensaba Agustín, quien en seguida trató de olvidarlo estudiando, dedicándose a esta labor que siempre había sido muy positiva. Y mucho más rentable que perder el tiempo con la chaladura de las niñas, los falsos amigos y el ambiente especulador de las juveniles veladas de su ciudad.


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