Vínculos en evolución | Por Lourdes Justo Adán
Franz Kafka fue un escritor nacido en Praga (1883) y fallecido en Austria (1924).
Estudió derecho al tiempo que cultivaba sus aficiones filosóficas y literarias. Trabajó en diversos bufetes de abogados, pero a partir de 1908, comenzó a trabajar por las mañanas en una compañía de seguros con el fin de consagrar el resto del día a su verdadera pasión: la literatura.
Una de sus obras más conocidas es La metamorfosis. Narra la historia de la repentina transformación del personaje principal, Gregorio Samsa, en un monstruoso escarabajo, mientras desgrana todo el drama familiar que se desencadena a raíz de este insólito acontecimiento.
Con este suceso fantástico trata de evidenciar la soledad, la incomprensión y el aislamiento del hombre inmerso en un sistema social que lo oprime y lo despoja de su humanidad. Percibo cierto paralelismo con mi libro “El collar de Borlita” (Ed. Círculo Rojo, 2022), una alegoría de inagotable riqueza simbólica interpretada por una antiheroína envuelta en un ambiente cotidiano aberrante, carente de bondad y nobleza. Esta mutación moral imperante sumerge a la protagonista en una sofocante pesadilla de angustia e incertidumbre. Finalmente, se produce un desenlace eficazmente constructivo.
Cuentan que un año antes de su muerte por tuberculosis, Franz Kafka vivió una experiencia inusual. Paseando por el parque Steglitz de Berlín encontró a una niña llorando porque había perdido su muñeca. Franz, en un gesto de benevolencia, le ayudó a buscarla, sin éxito. Entonces él le contó que, realmente, su muñeca no estaba perdida, sino que estaba viajando por el mundo. La niña se consoló sabiendo que su compañera de juegos estaba viviendo hermosas aventuras, y mucho más cuando Franz le explicó que él mismo era el cartero encargado de llevarle las cartas que, con toda seguridad, su muñeca le iba a enviar.
Durante un tiempo, Kafka le llevó cartas en las que relataba el recorrido de su amiga viajera, hasta que, debido a los problemas de salud del escritor, la historia tuvo que llegar a su fin. Fue entonces cuando él regaló una muñeca nueva a la pequeña. Esta, obviamente, percibió que era diferente a la suya, pero una carta adjunta le explicó el motivo:
“Querida amiga, mis viajes me han cambiado”.
Años más tarde, dentro de la muñeca, la niña encontró una carta que decía:
“Es muy probable que pierdas cada cosa que amas, pero al final el amor volverá de una forma diferente”.
Varias versiones de esta conmovedora historia han sido recreadas por diversos autores. Se desconoce si esto ocurrió en realidad o no, aunque la compañera de Kafka, Dora Diamant, sostuvo que él se sentaba frente al escritorio a redactar esas cartas con el mismo entusiasmo con el que compuso toda su obra. Pero a fin de cuentas, no importa si sucedió así o no. Lo fundamental es el mensaje que transmite: las cosas vienen y van. Nadie es eterno. Hoy estamos, mañana no. La existencia son mutaciones. Hay que asumirlo.
Todo esto me lleva a reflexionar sobre el flujo constante de cambios a lo largo de una vida. Estas transiciones no siempre son pérdidas. Más bien son el motor para crecer, aprender o dar espacio a nuevos desafíos. Cuando algo o alguien se va, impera la urgente obligación de reorganizar nuestro mundo interior, ya que te puedes enfrentar a dos situaciones: sentir un vacío irremplazable o, simplemente, descubrir un puesto vacante para otras personas o ilusiones. Del mismo modo sucede cuando es una quien se aleja: quizá deje un recuerdo en los corazones que toqué… o no, dependiendo del material con que estén hechos o qué intereses les muevan. Esto es algo ajeno a mí, sobre lo que yo no tengo control, porque la realidad es compleja, colmada de variables. La diversidad de entornos es un ejemplo de ello. Cada semilla requiere un suelo propicio para darse. Una sabia elección es esencial para que nuestras raíces se aferren y no las derribe cualquier viento. De eso depende su germinación. Por tanto, no solo es la semilla, es el suelo. Ahí está la clave para permanecer o migrar.
Cambio implica cerrar una puerta y abrir la siguiente; asomarse; explorar caminos; impulsarse; cruzar ese umbral que te guía más allá de lo seguro; dejar atrás lo que fue para dar paso a lo que será; abrazar oportunidades y descubrir que la vida siempre te ofrece sugerentes tentaciones, sucumbas o no.
En definitiva, son los cambios los que nos obligan a despertar, a abrir los ojos. Lo afirma alguien que ha pasado su vida cambiando de casa, de compañeros, de lugar de trabajo, de actividades de ocio, de creencias, de gustos, de estilo de vida o alimentación y, en contadas ocasiones, hasta de amigos. Debemos entender que habrá afectos que resistan intactos. En cambio, una parte desaparecerá. Otros evolucionarán sin que los sentimientos desaparezcan por completo. Esto viene a ser un recordatorio de que las relaciones humanas están vivas y pueden reajustarse para seguir manteniendo conexiones significativas a pesar de las vicisitudes de la vida, del tiempo o de la distancia.
Las relaciones pueden surgir de fuentes inimaginables, lo único que precisamos es mostrar una actitud de apertura. Hay que tener en cuenta lo más importante: no todas las personas son dignas de confianza aunque lo parezcan, incluso a pesar de mantener con ellas una relación cercana. Es esencial ser cautelosamente selectivo, priorizando vínculos basados en la confianza, los valores, la compatibilidad, la lealtad, el respeto genuino y el apoyo mutuo. Las amistades saludables nos hacen sentir bien, por eso no debemos escatimar el tiempo dedicado a conocer y a fortalecer relaciones sanas basadas en estos principios.
Lourdes Justo Adán
Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar.
Escritora.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Docente desde hace casi treinta años.
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