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Una pica en Flandes o una estación orbital | Por Pedro de Andrés

Una pica en Flandes o una estación orbital | Por Pedro de Andrés

No hace mucho, entré a curiosear en una de las pocas librerías que nos van quedando en la ciudad. Como es habitual, fui en primer lugar en busca de las novedades de ciencia ficción y fantasía antes de darme una vuelta por las demás secciones. En el lugar que ocupaba, cada vez más menguante, en anteriores visitas se alzaba una estantería repleta de novela negra que había expandido sus dominios. Pensé que se había extendido la táctica de los supermercados, esa en los que desorientar a los clientes aumenta las ventas cuando se ven obligados a revisar cuatro pasillos en busca de la lata de berberechos y, de paso, llenar el carro con algunas ofertas en las que no había pensado al salir de casa. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que se había esfumado y una sospecha molesta comenzó a zumbarme tras la oreja. Retrocedí hasta el lugar que ocupan los libros destinados a los más jóvenes. Y allí estaban los pocos ejemplares que quedaban, tratando de agarrarse como fuera a las lianas de los cuentos de ratoncitos o a las ramas de sagas que, injustamente, se han etiquetado en los últimos tiempos como literatura juvenil. Como si existiera algo así.

Me resultó chocante la estigmatización, dicho con todos los respetos a quienes adquieren el hábito de la lectura desde la juventud. Me niego a dar por sentado que no deseen dejarse llevar por la investigación de una detective nórdica, atrapar por la intensidad sentimental de una novela romántica o sumergirse en otra época a través de las páginas de una histórica, por mencionar tan sólo algunos de los géneros más en boga. De la poesía o el teatro, mejor ni hablamos.

Más sangrante aún. Puedes preguntar a cualquier adulto si ha leído a Julio Verne, a George Orwell o a Ray Bradbury, si ha oído alguna vez hablar de Isaac Asimov o de Carl Sagan, o si a la hora del café en el trabajo no ha comentado el último capítulo que ha visto de Juego de tronos. La gran mayoría te dirá que sí, que Viaje al centro de la tierra es la caña, que 1984 está más vigente hoy en día que nunca o que, como no nos andemos con cuidado, volverán a verse libros arder sin ir muy lejos. Y aceptarán sin ningún pudor que esperan con ansia el estreno de la segunda temporada de El brujo, aunque dirán The witcher con acento más o menos logrado sin saber, probablemente, que está basado en las novelas de Andrzej Sapkowski ni que El cuento de la criada lo escribió Margaret Atwood nominada al Nobel de Literatura y que ganó, entre otros muchos, el Príncipe de Asturias de las Letras en 2008. Pero el término distopía está a la orden del día. Y es bueno que sea así, sólo hay que ser un poco más coherentes y no desdeñar un género literario, el del sentido de la maravilla, que ha dado a luz algunas de las más grandes obras de la Literatura Universal.

Si las grandes productoras audiovisuales están apostando por las grandes sagas de la fantasía (El señor de los anillos, La rueda del tiempo, etc), por novelas espectaculares de ciencia ficción (Altered carbon) y hasta por los relatos de Philip K. Dick (Electric dreams), por algo será, ¿no?

Lo más recomendable es la variación en el género, enriquece la experiencia de forma exponencial, sin etiquetas de edad (Hijo, ¿todavía lees novelas de fantasía? Mira que ya eres mayorcito…) y sin acotar los géneros (Poned estos ejemplares en Juvenil, pero alejad de sus manos la novela negra que fijo que no les gusta). Que cada cual elija sus lecturas.

Más de una vez me han preguntado por qué no me dedico a escribir novelas históricas o thrillers, que tendría mucho más éxito. Puede que sí, puede que no, pero no voy a renunciar al placer de convertirme en hacedor de mundos nuevos o de plantear preguntas sobre hipotéticos futuros que nos hagan reflexionar sobre los grandes temas de la actualidad

Yo entiendo que hoy en día la venta de libros es cada vez más ardua, que hay que acomodarse a las modas o a lo que las editoriales y distribuidoras pagan por un hueco en la sección de novedades. Que lo que hoy es lo más de lo más en los vagones del metro, mañana es un obsoleto libro polvoriento en un almacén, una carga. Vender libros es un negocio y hay que sobrevivir.

La Literatura es otra cosa.


Sobre el autor Pedro de Andrés (https://pedrodeandres.com):

«Nací allá por el 1967 en lo que es hoy el Hotel Indautxu de Bilbao, aunque aún no sabía en qué me convertiría. Soy Licenciado en Derecho pero, sobre todo, autor de relatos y novelas. Di mis primeros pasos como escritor en el Taller de escritura creativa Alfa de mi ciudad natal, de la mano de Ana Belén Alonso, y con ese alumbramiento, no me quedaba otro camino que este de trabajar con la pluma. Solo tú, lector puedes decir si estoy en el buen camino.

Además, que no es poco, soy miembro de la Academia Norteameticana de Literatura Moderna (ANL Moderna) de la Asociación Escritores en Red y colaboro con asiduidad en la red social Netwriters y en el Taller Literario de la asociación Terbi«.

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