“Sobre la pereza” | Por Juan José Robles
Cada uno de nosotros, cada ser humano, no es más una brizna, un insignificante grano de arena en la inmensidad del desierto. Nuestra vida tan solo ocupa una micro centésima en el universo. La existencia del ser humano, no es más que un instante en el infinito. No existe nada inmortal, salvo ese universo que ha tenido la generosidad de dejarnos vivir esa existencia, aunque solo sea por un momento. Y en esa existencia, la naturaleza ha querido darnos el privilegio de poder pensar, de poder razonar, de poder cuestionarnos esa existencia e incluso de poder crear. El hombre, en su insignificancia, tiene una capacidad superior al del resto de seres vivos que conviven con nosotros en el planeta tierra. Ese recóndito lugar del universo, tan insignificante como nosotros mismos.
Marco Aurelio, uno de los hombres más extraordinarios que ha habitado la tierra, hace tan solo un par de milenios, emperador, filósofo y sobre todo sabio, ya se cuestionaba nuestra existencia. Y en uno de sus múltiples pensamientos, nos dejó uno, que nos puede hacer pensar sobre la utilidad de nuestra vida. Y decía así:
“Cuando te dé pereza levantarte por la mañana, reflexiona y di: —Me despierto para cumplir mis obligaciones como persona. ¿Debo sentirme por ello contrariado, si precisamente voy a hacer la tarea que justifica mi existencia y da sentido a mi presencia en el mundo? ¿O es que he nacido para seguir envuelto entre el calor de unas mantas? ¡Pero es tan agradable!”
Y es cierto, la existencia de cada uno de nosotros, tiene un fin, un motivo. Y desdeñar o dejar de nuestras obligaciones, cayendo en la pereza o la desidia, es despreciar ese bien tan valioso que se nos ha dado que es la vida. Hay hombres que nacieron para dejar una profunda huella en la historia, otros quizás tan para ser solo un recuerdo que se desvanece con el simple soplo del viento.
¿Pero cómo podemos saberlo? De ninguna manera, ni los más sabios augures pueden responder esa pregunta.
Entonces, ¿Qué debemos hacer?
La respuesta es mucho más sencilla de lo que podemos pensar. Vivir y hacer como si fuéramos uno de esos grandes hombres.
Levantarse cada mañana, sin pereza, sin tristeza por saber que el nuevo día nos traerá nuevas tareas, por insignificantes e inservibles que nos parezcan. Porque cada acción, cada movimiento, cada tarea realizada, es en beneficio de la naturaleza que nos dio la vida. Somos seres individuales, pero que formamos parte de un todo indivisible, por lo que cada cosa que hagamos, nos beneficia a nosotros, pero más importante, beneficia al colectivo. Es por esta razón que no debemos actuar de forma egoísta, pensando en nuestro único bien, porque cada acto de egoísmo, perjudica al resto y por lo tanto a nosotros mismos. La pereza es un acto de egoísmo supremo.
Formamos parte de la naturaleza, no somos ajenos a ella. Y la naturaleza es en esencia creadora, por lo tanto, debemos ser seres creadores. Y existen dos poderosas razones para hacerlo. La primera es que, como parte de esa naturaleza, actuando como seres creadores, mejoramos la misma, y por lo tanto nos mejoramos a nosotros mismos y a los demás, que podrán disfrutar y aprender de esa creación. La segunda y más importante, porque todo ser humano, tiene el deber y la obligación de dejar una huella de su existencia, una huella que puede ser recordada por siglos o por tan solo un instante, eso no ha de importarnos. Porque lo importante es el esfuerzo, no el resultado. Al convertirnos en seres creadores, nos fusionamos plenamente con la naturaleza, creadora de todo lo que existe. Es una de las “máximas” del estoicismo, no importa tanto el resultado, sino el esfuerzo realizado para tal fin. Por qué si hemos logrado vencer la pereza, habremos triunfado en nuestro objetivo y de eso habremos de estar orgullosos, mucho más que aquellos que triunfaron sin un ápice de esfuerzo, quizás aprovechándose del esfuerzo de otros.
Para conseguir esa conjunción y armonía, hemos de rodearnos y relacionarnos con todo aquello que nos aporte la serenidad necesaria para hacer de nuestra vida algo placentero. Nuestra relación con otros seres humanos, debe ser una simbiosis, un intercambio de conocimiento, sentimientos y experiencias. No ha de darnos pereza alejarnos de todo aquello que no nos aporte la energía necesaria para conseguir nuestros objetivos y debemos alejarnos de la tentación de ser tan solo un parásito. Como parte de la naturaleza, es nuestra obligación ofrecer al menos lo que hemos recibido. Porque el egoísmo, es una las desventajas de la pereza.
Pero incluso, esa naturaleza, creadora incansable, se toma sus momentos de descanso. Un descanso que ha de servir para el esparcimiento del alma, para la regeneración de los sentimientos y la ampliación de conocimientos. Y es que los momentos de esparcimiento, también son importantes para el espíritu. Ni tan siquiera debemos huir del esparcimiento carnal y material, porque, si cuerpo y alma son uno solo, tan importante es cuidar del uno, como del otro.
En conclusión, la pereza hace nos hace más débiles, la determinación nos hace más fuertes.