“Ser o no ser. Esa no es la cuestión” | Por Patrizia Gaell
Se calcula que poco más de ocho mil millones de seres humanos habitan este mundo a día de hoy. Tal vez sería más adecuado hablar de «personas», y no de «seres humanos», pues es este concepto, el de humanidad, una cualidad que siempre ha escaseado en demasía entre nosotros. Quizás sea por ser este, un don apenas existente otorgado a unos pocos. La historia ha demostrado —y sigue haciéndolo— que el apellido «humano» le va un poco grande a los de nuestra especie. Pero no es ese el tema que quiero tratar en este artículo (de opinión). No pretendo hablar de una multitud que no define a unos pocos, sino de unos pocos que no definen a una multitud.
Todas las personas están compuestas por exactamente el mismo conjunto de elementos y todas ellas comparten dos principios que son la vida y la muerte —eso es en lo único en lo que no existen distinciones—. Dicho de otro modo, todos somos iguales en lo físico y lo compuesto, la única diferencia surge en algo que todos poseemos, aunque a veces se pueda pensar lo contrario al contemplar ciertas decisiones o acciones que unos u otros individuos han llevado, llevan y llevarán a término sin pensar en los que tienen al lado.
Es esta una cualidad intangible, invisible, única e intransferible. Hay quien la denomina «la esencia de la vida» o «la esencia del ser humano», y dicen que es lo que diferencia a nuestra especie de la especie animal, que la razón es la virtud que las personas poseen y los animales no —sea esto algo discutido y discutible—. Pero no se puede negar esa diferencia, llámese razón, alma o esencia humana.
No se concibe vida sin alma, pues dicen que una va ligada a la otra. Dentro de este concepto, cualidad, elemento, carácter distintivo o principio sensitivo existen grandísimas diferencias perceptibles a primera vista para el común de los mortales. Ahora bien, dentro de esa perceptibilidad se hallan pequeñas grandes diferencias que muy pocos pueden llegar a apreciar. Escasos son los que poseen una calidad humana más grande que el alma que les da vida, y menos son todavía aquellos que pueden llegar a ver y entender la realidad de lo que ante sus ojos se muestra de una manera incólume.
Existen pruebas de ello a lo largo de la historia, así como también del vilipendio sufrido por parte de aquellas personas incapaces de comprender la sensibilidad, la bondad y la humanidad reinante dentro de aquellos que, de un modo u otro, han dejado que se manifestasen estas cualidades al ser incapaces de contener su rebeldía natural dentro de ellos mismos.
Si hablamos de literatura, podríamos mencionar, por ejemplo, al poeta del romanticismo inglés John Keats, así como a Mary Wollstonecraft, a Johann Wolfgang Goethe, a Marie Gouze o a Edgar Allan Poe, incomprendidos todos ellos en su momento por ser diferentes a la multitud reinante, poseedora de la ignorancia más arraigada y del convencimiento de su verdad como única y absoluta. Almas sensibles todas ellas capaces de ver más allá del horizonte extendido tras el final de la estampa dibujada ante todos nosotros al comienzo de la vida.
Aunque se trata de cinco ejemplos muy concretos del tema que nos atañe, existen, esculpidos en los túneles del tiempo, muchos otros nombres de individuos pertenecientes a todo tipo de oficios, cargos y profesiones que —unos más conocidos, otros menos— comparten esa cualidad que les hace verdaderamente únicos. Personas cuya humanidad trasciende el significado de la propia palabra, y no solo me refiero a la bondad, el altruismo o la generosidad que albergan en su corazón hacia un semejante sino también a la sensibilidad que poseen y a su entendimiento del significado de la vida y del vivir. Seres capaces de empatizar con quien tienen enfrente; hábiles en el entendimiento del sentir, del percibir, del ver y comprender; poseedores de unos ojos que pueden ver más allá de un simple mirar; dueños de corazones capaces de sentir lo que muy pocos pueden, en efecto e intensidad; maestros, la mayoría de ellos ocultos, del arte de la percepción y la sensibilidad humana.
Sin embargo, ese magnífico don tiene su gran precio, y es que tan grande como es la gracia lo es el sufrimiento que la acompaña. Tal vez se deba sufrir lo insufrible para poder entender lo inentendible. Alto es ese precio, sí, pero así de grande es la habilidad de poder ver y entender la vida de una forma mucho más profunda, simple y sincera, sin adornos ocultos, falsas apariencias o nombres erróneos otorgados a conceptos más simples de lo que en apariencia pueden resultar ser.
Hay quienes dicen que esta habilidad se debe a la madurez del alma, de las vidas vividas con anterioridad a la presente, y a la veteranía en el arte de existir. Otros la atribuyen sencillamente a la experiencia de una sola vida. Sea como fuere, es innegable la existencia de personas con una capacidad asombrosa de conectar, mostrar y enseñar —a aquel que quiera aprender— el valor tan grande y oculto para la mayoría de nosotros que tiene eso a lo que todos llamamos vida. Un concepto que mantenemos de forma ilusoria como infinito pero que es mucho más breve de lo que estamos dispuestos a reconocer, hasta que llega el momento de toparnos de bruces con la realidad más cruda, cuando el golpe y las consecuencias son ya totalmente inevitables. Son estas las personas con la habilidad única de practicar el arte de la vida, de sentirla, de aprovecharla y disfrutarla como lo que es: un regalo efímero que no todos estamos dispuestos a respetar, apreciar o valorar como se merece. La cuestión no es ser o no ser. La cuestión es abrir los ojos y observar a nuestro alrededor, aprender de aquellos que quieren y pueden enseñarnos el valioso arte de vivir y el valor real que tiene algo tan lábil como eso llamado vida.
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Increible articulo Patrizia Gaell. La capacidad de conexion y la habilidad de comprender algo invisible a ojos humanos, es una virtud que muy pocos tienen la suerte de poseer. No tengo la menor duda de lo afortunada que eres en este campo, ya que un artículo así solo nace de la experiencia. El precio es caro para tal virtud, pero gratamente satisfactorio.
Increíble articulo. La profunda reflexión que se realiza en él es más que refrescante. La capacidad de introspección necesaria para el entendimiento del ser no es algo con lo que muchos cuenten, como se puede referenciar en el artículo.
Ciertamente, aunque no coincido con algunos puntos realizados en la reflexión, me ha parecido un acierto el realizar un escrito así. Enhorabuena.