Querido microrrelato | Por Lourdes Justo Adán
Sinceramente, no recuerdo a qué edad empecé a leerlos, pero sí cuál fue el primero que me publicaron. Se titula In memoriam, (2016) y forma parte de una antología que homenajeaba a Gabriel García Márquez, uno de los máximos exponentes de un movimiento de origen latinoamericano: el Realismo Mágico.
En las primeras manifestaciones literarias de nuestra historia ya existían textos que podrían ampararse bajo la denominación de microrrelatos, aunque sus autores no se dieron cuenta de que estaban cultivando una categoría diferente. Lo cierto es que se fue fortaleciendo hasta consolidarse como género narrativo, llegando a alcanzar un extraordinario auge en las últimas décadas.
Escribirlos engancha. Lo digo en serio. Encierran unas particularidades inherentes al propio género, entre ellas, la narratividad, la brevedad y la concisión. Aquí cada término cuenta. Se trata de decir mucho con poco, sin dejar de atraer al lector. El truco no está en poner pocas palabras. Está en no poner ninguna de más. Tampoco se trata de eliminarlas para achicar la construcción, sino de seleccionar aquellos vocablos con más carga de significado.
Y ahí es donde empieza la diversión creativa: cada palabra ha de ser escogida minuciosamente para que encaje como un guante entre las demás, sin estridencias, y de este modo, todas juntas serán capaces de deslizarse armoniosamente hacia un final que no deje indiferente a quien esté leyendo. Al finalizar, por supuesto, es aconsejable una relectura más pausada, con el fin de indagar entre los recovecos del texto y apreciar matices que quizás fueron pasados por alto en la primera lectura.
En ellos se desdibuja la estructura habitual de “planteamiento-nudo-desenlace” ya que, debido a su brevedad, hay que describir situaciones rápidamente y definir personajes con escasas pinceladas. En la trama apenas hay recursos estilísticos y, mucho menos, ornamentación innecesaria, digresiones o circunloquios. La acción se singulariza, con lo cual, se suprime cualquier tipo de acontecimiento secundario o no determinante. Nada que pueda distraer al lector y le induzca a abandonar la lectura.
Más que en otras creaciones literarias, el título y el texto forman una unidad indisoluble. El primero cumple una indudable función de focalización y, al mismo tiempo, colabora en su comprensión. Por tanto, no equivale a un resumen de la historia. Es mucho más ya que, en numerosas ocasiones, la historia empieza a contarse desde el título, como en este caso:
Toc, toc, toc
—¿Quién será a estas horas? —murmuró extrañado.
(Toc, toc, toc, L. J. A. 2022)
Vemos aquí que el título inicia la historia… Pero a veces no es así. Tratándose de este formato, una técnica literaria muy socorrida –no la única- es comenzar in media res, es decir, en medio del asunto o conflicto (rompiendo así con la clásica estructura narrativa de la que hablaba anteriormente) sin poner en antecedentes sobre los personajes y acciones. Por ejemplo:
“Al poco tiempo de morir tú, ocurrieron cosas extrañas en la vivienda”.
(Objetos perdidos, L. J. A)
Ahí radica su capacidad de atracción. El lector necesitará poner toda su atención en la lectura para comprender lo que está sucediendo. Deberá leer hasta el final para dar sentido al conjunto. No importa si el desenlace es abierto o cerrado, de confirmación o sorpresivo, lo realmente necesario es que sea congruente con todo lo narrado.
Para conseguir toda esta magia respetando la economía narrativa, ¿cuál sería la extensión adecuada? Pues no hay un acuerdo. Muchos especialistas se han empeñado en etiquetar los textos por su longitud. Yo me adhiero a la opinión de que es vano cualquier intento de clasificación. De hecho, para A danza dos vagalumes (La danza de las luciérnagas) (2018), que resultó premiado por la Escuela Oficial de Idiomas de Pontevedra, utilicé unas 130 palabras, mientras que en El desvelo del búho, (2023) apenas 61.
Y es que el microrrelato no es una fábula, ni un cuento breve, ni una parábola, ni ninguna otra minificción, aunque en un momento dado, pueda compartir alguna característica con otro tipo de textos, como el número de palabras o la temática. Creo que no es una cuestión de cantidad, ya que la noción de brevedad es relativa. Que se pueda considerar una unidad indivisible de lectura y además, que se mantenga la atención mediante cierta tensión narrativa será lo que dictamine la longitud de la historia. Por tanto, vuelvo a insistir, no deberían definirse en función de la extensión, ya que fascinar podría conseguirse con pocas palabras sin perder profundidad ni coherencia, pero cierto es que, en algunas ocasiones, se necesitarán más.
En su interpretación, el lector siempre desempeñará un papel muy activo. Sin darse cuenta, ejercerá de copartícipe para desentrañar las técnicas acelerativas empleadas, como la elipsis y el sumario, y también para fantasear con todo lo que no se cuenta. Veamos el siguiente caso:
De niña conocí un lugar donde se disipaban los miedos más terribles.
(Añoranza, 2023, L.J.A)
Aquí entra en juego la parte subjetiva de los lectores. Cada uno pensará cómo es ese lugar, e imaginará –incluso proyectará– cuáles podrían ser los “miedos más terribles” de una niña.
Pero la función del lector no acaba ahí. Una vez concluida la lectura, es decir, tras dibujar en su mente la escena evocadora y el abrupto final, consigue que la fantasía no se detenga, sino que continúe imaginando y descifrando los pormenores del texto. He aquí el poder oculto del microrrelato.
Podría seguir hablando largo y tendido de estas pequeñas creaciones, pero seguiríamos encontrando dificultades para definirlo. Lo que es cierto es que escribirlos es, sobre todo, un lúdico ejercicio de precisión y leerlos, un auténtico placer.
…
Lourdes Justo Adán
Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.
Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Orientadora Escolar
Escritora.
Coach de víctimas de maltrato psicológico.
Docente desde hace casi treinta años.
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