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Prólogo de Carlos Aganzo para la última obra de Mario Guinea: “No hay tiempo para el llanto de los niños”

Prólogo de Carlos Aganzo para la última obra de Mario Guinea: “No hay tiempo para el llanto de los niños”

La historia escribe y rescribe, a veces con ánimo científico, pero las más con sesgo ideológico, eso que llamamos memoria colectiva. Un gen social que alimenta nuestro espíritu de pertenencia, en las luces y en las sombras, en la salud como en la enfermedad, a una colectividad. Frente a los devaneos de la historia, sin embargo, eso que Unamuno llamaba intrahistoria, es decir, la peripecia concreta de las personas concretas en un momento concreto, sirve asimismo para alimentar otro profundo sentimiento de identidad del ser humano. Ese que surge de la fusión de nuestra propia experiencia con la experiencia directa –subjetiva, y por lo tanto auténtica- de nuestros padres y abuelos. Aquel que conforma, al cabo, eso que llamamos memoria personal. Lo que evocamos por nosotros mismos y lo que recordamos, por vía de la sangre, a través de aquellos de quienes procedemos.

Articulado a partir de tres diarios, escritos en tres tiempos distintos (el del abuelo, el de la madre y el del nieto), No hay tiempo para el llanto de los niños es un ejemplo vívido, brillante y estremecedor de intrahistoria literaria. Y una reafirmación, por ende, de la memoria y de la propia identidad del escritor a través de los testimonios de sus ancestros. Un nuevo ejercicio de introspección y de descenso a las más profundas simas personales del autor de La vida libre de Babur el loco (2003) y El dulce olor de la piel quemada (2005). Tres vidas diferentes que conectan en el entramado familiar, pero que también confluyen alrededor de un mismo hecho histórico: la guerra incivil española y su proyección en los largos años del franquismo. Una realidad que partió en dos la vida del primero, que configuró con signos indelebles la personalidad y el carácter de la segunda, y que ha seguido proyectando su sombra, de manera indiscutible, en el tercero. Una reflexión sobre el sentimiento trágico de la vida que cobra, además, una significación nueva en esta otra “guerra” que el mundo entero pugna por superar en estos días.

La lucha de clases y las atrocidades de la guerra que se adivinan a través de las páginas arrancadas del diario del abuelo. La crónica del hambre, la miseria y el olvido que conforman el diario lúcido de la madre. Y el derrumbe moral, consecuencia en gran manera de todo lo anterior, en el que vive el relato casi surrealista del nieto. Todo ello forma un torbellino de dolor, abandono, incuria y represión, pero también de dignidad y de vida, que contribuye a hacer de ésta una experiencia intergeneracional que podrá ser compartida, sin lugar a duda, por millones de españoles. De los muelles de Santander o de Nueva York de principios del siglo XX al Madrid del estado de alarma por la COVID, pasando por la guerrilla anarquista de la CNT en Barcelona, la caída de Talavera en los inicios de la guerra, los bombardeos sobre Madrid y la difícil, incómoda, ardua tarea de la reconciliación, No hay tiempo para el llanto de los niños construye un vibrante retazo de memoria familiar, individual y al mismo tiempo colectiva, que dice mucho de quiénes somos y por qué somos como somos. Los herederos, en este nuevo tiempo de silencio, de aquellos “niños invisibles, para los que no había momento de caricia alguna, para los que no hubo tiempo de acallar nuestros llantos”. La memoria de la sangre en estado puro.

                                                                               Carlos Aganzo


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