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Prisionero n.° 119.104 | Por Lourdes Justo Adán

Prisionero n.° 119.104 | Por Lourdes Justo Adán

Él era Viktor Frankl (1905-1997), un neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco que desde 1942 hasta 1945 sufrió la atrocidad de varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau. Al salir, escribió El hombre en busca de sentido (1946), en el que reflexiona acerca de su dramática experiencia como preso durante la Segunda Guerra Mundial, intentando dar respuesta a diversas preguntas existenciales.

Fue capturado y trasladado junto a sus familiares de origen judío a estos campos de internamiento. En ellos, los presos soportaban todo tipo de torturas físicas: hambruna, agotamiento, enfermedades, dolor y exterminio, así como un infinito padecimiento psíquico debido al miedo, la apatía, la nostalgia, la incertidumbre y la desesperación.

Una de las cosas que más me han impactado al leer este libro es comprender cómo, a pesar de perderlo todo, hubo alguien que en medio de la degeneración humana como telón de fondo y la repugnancia del lugar, consideraba que su vida (para otros irrelevante) era diga de ser vivida. Y es que   no solo importa lo que tú esperes de la vida sino lo que ella espera de ti. Esta máxima ayudó a muchas personas a no caer en el desaliento.

Una vez pasado el shock de la llegada, la salvación radicaba en aferrarse a la ilusión de salir pronto de allí para volver a casa. Pero una vez conscientes de su realidad y tras presenciar tanta ignominia por doquier, caían en una especie de muerte emocional que les impedía conmoverse ante cualquiera de los atropellos que observaban a su alrededor.

Sin embargo, pese a toda esta barbarie, hubo muchos que conservaron elevadas cotas espirituales, lo que les proporcionó la resistencia suficiente para seguir luchando por ellos mismos. En cambio, quienes perdían la esperanza de un futuro mejor que aportase sentido a su miserable presencia allí estaban condenados y terminaban por lanzarse contra la valla electrificada de púas. Otras veces, simplemente, se dejaban morir.

Tras ser liberados, los supervivientes mostraron profundos cambios interiores. Posiblemente, estos se agravarían, aún más si cabe, por otro duro golpe que en muchos casos les estaba aguardando: jamás volverían a reencontrarse con esos familiares -a los que tanto habían añorado y que les habían proporcionado el impulso para soportar su carga durante el encierro- pues desgraciadamente, habían perecido durante el holocausto.

Con este testimonio, Frankl compartió sus experiencias personales en el lager y, efectivamente, tuvo una gran repercusión. Pero él tenía un propósito mayor: transmitir que no nos pueden redimir de nuestro dolor, pero incluso en circunstancias espantosas, nadie nos puede arrebatar la última de nuestras libertades, que es la de elegir la actitud con la que afrontarlas. Según él, darle un significado a tanto desconsuelo favorece la resistencia, sí, pero encontrar un propósito en la vida resulta vital para la supervivencia, incluso sumidos en las condiciones más adversas.

A tenor de esto, este psiquiatra desarrolló la Logoterapia, una forma de psicoterapia que se enfoca en ayudar a las personas a descubrir ese fin que les permita realizarse a nivel individual. Si bien me resulta interesante en tanto en cuanto promueve la resiliencia y la motivación intrínseca, yo tengo la osadía de no compartir todos sus razonamientos, básicamente por una cuestión de enfoque personal, ya que la considero simplista al no tener en cuenta la complejidad humana y su entorno multifactorial.

Volviendo a la historia, la otra parte que me impresionó fue el análisis que realizó de los guardias del campamento. Se preguntaba lo mismo que me pregunto yo: ¿cómo es posible desde el punto de vista psicológico que alguien sea capaz de tratar a sus semejantes de una forma tan feroz y dañina?

Según él, existían –y existen– personas sádicas en la acepción clínica más estricta, altamente especializadas para hacer daño aprovechando su posición. Además, hay personas endurecidas moral y mentalmente a base de ser testigos de innumerables brutalidades en las cuales, si bien no tomaban parte activa, tampoco las impedían. Sin embargo, asegura haber conocido guardias compasivos. Pero lo que más estupor le causó fue que algunos prisioneros con ciertos privilegios (llamados capos), resultaron más crueles que todos los SS juntos. Por tanto, dice Frankl y yo estoy bastante de acuerdo, hay dos tipos de hombres (y mujeres, añado yo): decentes e indecentes. Ambos se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales, concluye.

La Psicología de las masas, que estudia el comportamiento de los grupos, tiene mucho que decir en relación a esta deshumanización de personas aparentemente normales. Investiga cuál es el motivo por el cual los individuos se contagian del mal comportamiento de otros y lo repiten sin cuestionarse nada, y por qué el proceder de una persona dentro de un grupo puede llegar a diferir tan significativamente de su comportamiento individual. Las actuaciones de las personas en masa pueden ser influenciadas por contagio, sugestión o imitación hasta el punto de conducirlas a llevar a cabo actos irracionales.

Desde mi punto de vista, la presencia de líderes manipuladores que asignen roles dentro de un grupo puede alterar el comportamiento de las personas. Estas, consciente o inconscientemente, pueden sentirse obligadas a seguir la dirección del líder o a cumplir con las expectativas de su rol. El deseo de ser aceptado puede llevar a las personas a modificar su conducta para encajar mejor en la dinámica grupal.

Pero además, las personas en grupo sienten que la responsabilidad es compartida entre los miembros, lo que anestesia los remordimientos ante sus propias acciones incorrectas. Esto permite que se atrevan a obrar de manera menos ética de lo que lo harían si estuvieran solas.

Esta obra devino en conmovedora crónica de inhumanidad, al mismo tiempo que valora la entereza, la búsqueda de significado y la importancia de la esperanza incluso inmersos en el más absoluto tormento. El autor afirma que el objetivo es único e irrepetible para cada persona, y que varía según la situación, por tanto, cada historia amerita una respuesta distinta.

Los campos de concentración representan un hecho trágico y oscuro.  Son un recordatorio de la capacidad de la humanidad para cometer actos terribles, así como de la urgencia de vivir cada día en la tolerancia, la empatía, la justicia, el respeto y luchar contra la discriminación en todo el mundo.

También nos muestra la valentía y la dignidad de las personas que por allí pasaron y un dedo apuntando directamente a quienes sabían lo que estaba pasando y no hicieron lo suficiente para detenerlo. Creo que estos mensajes nos invitan a la autorreflexión y a prevención. No olvidemos que siguen existiendo otros “campos de concentración” o desafíos que podemos y debemos combatir: conflictos armados, tráfico de personas, la industria animal y su maltrato, cualquier forma de acoso, etc.

No olvidemos que nada es sencillo, pero tener el valor de seguir viviendo en la adversidad ya es un triunfo interno.

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Lourdes Justo Adán

Maestra especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica.

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar.

Escritora.

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

Docente desde hace casi treinta años.


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