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Pelis viejas. Y el murmullo del teatro. | Por Juan Expósito

Pelis viejas. Y el murmullo del teatro. | Por Juan Expósito

Lo habréis escuchado alguna vez, imagino, dejando caer sobre el sillón familiar toneladas de ignorancia y estolidez. Me refiero a la frase: “Pero esa peli es muy vieja. Pon una de ahora. Moderna”. Yo lo he escuchado (o algo así), por lo menos (y no en mi familia, afortunadamente, oiga). Esa aseveración no tendría mayor repercusión si no es porque se les esputa a los niños. Y los niños, claro, lo escuchan y lo abrazan y se lo creen porque lo dicen los padres, los tíos, o el cuñado… o cuñada. Y lo dicen así, mientras se meten otra gamba en la boca en la cena familiar y se limpia la boca con el puño. Y los niños se lo tragan y piden la última, la más moderna de las pelis… Que está muy bien, claro, pero si todo se midiese por lo último, los niños de mi generación, por ejemplo, no hubiésemos crecido como hemos crecido. Mal o bien.

         El cine es un arte muy joven. Solo tiene 127 años, como quien dice. Nada. Pero el cine nació con todas las vanguardias a tope. No necesitó siglos para hablar de la ciencia ficción, por ejemplo, necesitó solo meses para hacerlo, porque el cine tuvo la inteligencia de adaptarse enseguida a los nuevos lenguajes, a las nuevas maneras de contar la realidad y, también, a la ficción, que en el fondo es una manera de contar la realidad. No dejaba el cine género por introducirse en las pantallas. El cine, digo, ha sido la disciplina más flexible de todas las artes, la que más se ha amoldado a los tiempos de modo más rápido. Las pelis de ahora dependen de las de antes.

         Tendemos a quitarle a los niños la posibilidad de ver “El increíble hombre menguante”, de Jack Arnold, “El chico”, de Chaplin, “El hombre mosca”, la de Harold Lloyd o el primer Frankestein, de James Whale, por ejemplo.

         Si eres más o menos de mi generación sabrás que crecimos con tiros, bofetadas, peleas y machistrorradas varias. Crecimos con incorrecciones políticas de todo tipo. Crecimos con Astérix, con Mortadelo y con Tintín, crecimos con Jean Paul Belmondo disparando y con John Wayne diciendo frases machistas. Me diréis que de aquellos barros estos lodos y yo diré que no. Que no es verdad porque teníamos la educación para saber lo que vale y lo que no vale, lo que es ético y lo que no. Cada uno tendrá su experiencia, claro, pero seguro que no soy el único que no es un depravado, machista ni violento habiendo visto películas con personajes depravados, machistas y violentos. De verdad que el cine no se introduce tanto en nuestros valores. Nos divierte, nos enseña, nos conmueve y nos sensibiliza (que es lo mejor que puede hacer el arte). Yo sé que matar no está bien, mire usté… y mis hijos también lo saben. Y no nos ponemos a matar ni hacer ajustes de cuentas por ver una de Tarantino, de Leone o de Ford. Lo tenemos claro.

         El problema no es solo que no pongamos películas viejas a los niños porque no enseñan valores cuquis o de tacita de Mr. Wonderful, el problema es que no ponemos pelis viejas a los niños, simplemente, porque son viejas. Porque suponemos que algo actual les va a gustar más. Porque suponemos que la última de “La viuda negra” les va a gustar más que “Supermán”, de Donner. Por cierto, ¿por qué nos ha dado por separar “Súper” del sustantivo? ¿Por qué? Si escribimos “Supermán”, “supermercado”, “hipermercado”, “megadolón” o “infravalorado” ¿por qué nos ha dado por escribir “súper heroína”, “hiper guay”, “mega maravilloso” o “puto guay”? En fin, cosas que pienso. Estaré con sueño.

         Vamos al lío, que me enredáis. Los ojos como ensaladeras se nos quedan cuando vemos que ya los 80 y 90 son cosas de viejo; pero bueno, eso es lo del inexorable paso de las manecillas del reloj. El caso es que las pelis viejas son como los cuadros viejos. Existen Monet, Picasso o Dalí porque existen Velázquez, Goya o Rembrandt. En teatro: Existen Moliere, Lorca o Ionesco porque existen Shakespeare, Lope o Aristófanes. No se nos ocurre decir “no veas un cuadro de Velázquez o no vayas a una obra de Shakespeare porque son antiguos.” Pues lo mismo con los cineastas: No existirían Spielberg, Fincher o Nolan si no existiesen Ford, Wells o Hitchcock… y estos hacían las cosas como las hacían porque antes estaban Lang, Griffith o Eisenstein. Nos vamos valiendo de lo anterior para crear y para pensar y para entender el mundo. Así de simple.

         Seguro que estamos encantados de que nuestro hijo o hija lea algo de Aristóteles (para mí el personaje más influyente de la historia en cuanto al arte y, donde en nuestro Podcast “El ambigú mutante” -en Ivoox-, le dedicamos un programa, dicho sea de paso). Seguro que diríamos: “Mira mi hijo, qué espabilado que lee a Aristóteles o El mundo de Sofía”. Pues igual deberíamos de decir con las pelis de Murnau, por ejemplo. Digo yo.

         ¿Podemos poner las pelis viejas a los nenes y dejar que ellos juzguen, con nuestra ayuda, claro, y no que se las juzguemos de antemano? Porque a veces somos los propios adultos los que les quitamos esa posibilidad; esa experiencia.

         No sé qué pensáis, pero a veces sobreinterpretamos las obras y las pelis. Se las explicamos sin necesidad a los niños antes, incluso, de que nos pregunten, antes de que la disfruten. En las obras de teatro familiares (me gusta más “familiar” que “infantil” porque no veo porque las obras deben de dejar fuera a los padres) escucho mucho murmullo del “mayor” explicando al peque el argumento, el gag o el conflicto. Y es que suele pasar que lo más importante es que se enteren de la obra, antes de que la sientan, que la mastiquen y la digieran con sus herramientas pueriles pero ingenuas y limpias. Luego ya, si eso, hablamos de la obra en el ambigú, en el coche o en casa (que es algo, por cierto, muy recomendable). Y, oye, Maricarmen, que hablar en el teatro, aunque sea familiar está mal, amiguitos. A no ser que los artistas pregunten al público, no hablar en un teatro es algo que hay que enseñar porque hay profesionales que están haciendo su trabajo, y, mira por dónde, podemos molestar. Dicho está.

         No podemos hacer una barrera en el arte a partir de lo políticamente correcto porque cercenar lo anterior a lo políticamente correcto es arrebatar todo lo anterior a 2000 o 2010, más o menos. Y eso es quitar mucho. Y no, no me refiero a poner gore, porno ni violencia gratuita los domingos con los niños; sabéis que no me refiero a eso. Digo a no poner un muro de contención arrebatándole al niño todo el arte “antiguo” solo por el hecho de no ser de ahora y de creer que lo contemporáneo es lo único que educa, que transciende, que enseña o que los sensibiliza. O que los divierte.

         Mi hijo Álvar se ha enganchado a Los Cazafantasmas. Y me parece que no resuena en mí con la pasión de mis 7 años, pero no voy a impedir que sí lo haga en él. Porque yo ya no tengo 7 ni él tiene 43. Y lo viejo es algo que deberíamos de abrazar, porque somos lo que somos por eso.

         El cine, el teatro, la literatura, el Arte, en general, es mucho más importante que mi opinión.

         Las pelis viejas molan. Y prejuzgar una peli solo por vieja es restar el aprendizaje de nuestro Arte, porque los artistas somos lo que somos porque bebimos de las fuentes de lo que fue. Y somos lo que somos porque existió lo que existió; y así podemos explicar el mundo porque no se puede explicar la vida solo viendo lo que está, sino lo que vieron nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos… aunque uno se apellide Expósito: y con mucho orgullo, oiga.

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