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“Más que una palabra” | Por Lourdes Justo Adán.

“Más que una palabra” | Por Lourdes Justo Adán.

En un mundo donde a menudo se celebra la venganza, hay un poder subestimado que todos poseemos y que tiene la capacidad de transformar nuestras vidas.

… De repente, ya no importa. No es olvido. Tampoco indiferencia. Estoy hablando de algo más profundo y liberador: el perdón. Cesar en el empeño de arrancar la costra a una herida que aún supura, permitiéndote cicatrizar para que ya no duela.

Es levar el ancla fondeada en un abismo para zarpar rumbo a un estado de verdadera serenidad interna. Navegar hacia un horizonte despejado. Registrar en tu hoja de ruta toda la sabiduría adquirida y prepararte para aplicarla en cualquier puerto que visites.

Es voluntario, a veces espontáneo, pero jamás puede ser impuesto. Simplemente sucede. Tus emociones dejan de ser rehenes del pasado y te empleas a fondo para diseñar un futuro apacible; se rompe el eslabón que te ata a un pretérito desagradable; disminuye el volumen de la vieja melodía que no volverás a tararear.

Ahora la paz espiritual se eleva por encima del resentimiento. El perdón da un paso adelante en este proceso personal, pero, al final, deviene en un obsequio a ti mismo. Cada uno puede vivirlo de manera diferente, ya que no existe una fórmula única e infalible para perdonar. Además, el tiempo necesario para lograrlo difiere significativamente.

Eso sí, a menudo se malinterpreta esta heroica decisión. Disculpar no es síntoma de debilidad. Ni equivale a justificar o exonerar a la persona que te lastimó. Tampoco se niega el daño, ni lo excusa. Mucho menos te obliga a reconciliarte con tu victimario. Es un gesto para ti, para tu bienestar, para nadie más.

El recuerdo del dolor puede persistir incluso después de perdonar, y considero que está bien no perder la memoria.  Y es que el perdón y el conocimiento deben actuar conjuntamente. El primero te ayuda progresar. El segundo contribuye a hacerlo de manera más sabia. Solo así podrás explorar nuevas direcciones y edificar sobre las enseñanzas acumuladas.

De hecho, las cicatrices son faros en la oscuridad: desde lejos nos advierten de tormentas similares a las que ya nos hemos enfrentado. Gracias a ellas, bogamos con mayor seguridad, cual marineros aguerridos y ejercitados. Con cada golpe de mar hemos ido elaborando aparejos propios que nos orientarán en turbulencias posteriores, como una brújula que nos señala la vía de escape.

Las olas embravecidas del destino nos zarandean una y otra vez, reviviendo en nuestras mentes las mareas a la que hemos sobrevivido a bordo de nuestro modesto velero de la vida. Pero, cual navegante curtido que avista nubes oscuras en la lejanía y se prepara para enfrentar una tempestad, también aprendemos a reconocer a los piratas que asolan los océanos existenciales. Su manejo requiere cierta destreza, aunque quizá necesitemos un tiempo para refugiarnos en un puerto seguro con el fin de calafatear nuestra embarcación y avituallarnos. Pero un buen día, desplegamos nuestras velas y, de nuevo, partimos con entereza.

Sin duda nos enfrentaremos al abordaje de aquellos que ondean la bandera negra de su alma. Hemos adquirido la sabiduría necesaria para descifrar sus trucos y resguardar nuestro tesoro interior. Permaneceremos impasibles ante su pata de palo, símbolo del débil soporte de sus valores. Nuestra energía superará la de sus garfios amenazantes. Su ojo parchado revela sus medias verdades, al tiempo que el loro de su hombro tratará de persuadirnos para replicar conductas tóxicas… No nos sorprenderán, como tampoco lo harán sus botas manchadas dejando huellas, ni una bandana de lunares camuflando sus pensamientos. Sus tatuajes superficiales no esconderán su verdadera naturaleza y no nos intimidará su hebilla ni su sable. Asimismo, sortearemos su engañosa bitácora y su falso mapa del botín.

En conclusión, el perdón es una poderosísima herramienta de liberación. Ahora bien, no ignoremos las lecciones forjadas a partir de las experiencias dolorosas. Más bien, utilicémoslas como timón. Los piratas que en algún momento han saqueado nuestra alegría serán reconocidos por lo que realmente han sido para nosotros. No se trata en absoluto de tener presente a quien nos dañó, sino solamente eso que hemos aprendido de aquellas experiencias. Desde esta perspectiva, el perdón se convierte en un acto de amor propio y resiliencia, tan necesaria hoy en día.

……..

Lourdes Justo Adán

Especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica. 

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar.

Docente.

Escritora. 

Columnista. 

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

https://lourdesjustoadan.blogspot.com


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