Luces de navidad que todo lo iluminan y todo lo tapan | Por Francisco José Chaparro
En estos días de enero en los que se acaban de apagar las luces navideñas que nos han acompañado en calles y hogares, nos encontramos con la realidad que parecía que el fulgor de las coloridas luces nos ocultaban al cegarnos con su espléndido brillo.
Vivimos tiempos en los que la sociedad tan dada al consumismo, compite por adornar balcones y calles, incluso los Ayuntamientos de las ciudades y pueblos se retan unos contra otros para conseguir ser el que más luces pone, el que construye el árbol más grande, el que más carrozas de Reyes Magos saca a la calle, en una espiral de gasto, derroche y abundancia que nada tiene que ver con lo que se oculta detrás del brillo y que además, se aleja de la esencia y los valores que inspiraron esta costumbre navideña. Y ello, para ponerse al servicio de unos interese económicos que ya han conseguido instrumentalizar, mercantilizar y hasta politizar, estas fiestas, poniéndola a su servicio al objeto de obtener beneficios económicos o réditos políticos, ante el pasmoso servilismo de una sociedad que se ha vendido de inmediato, dejándose arrastrar a esta corriente sin freno, sin plantearse nada más allá sobre lo que está ocurriéndole sin que lo sepa.
Han sido días de comidas navideñas, rodeados de familiares, amigos y compañeros de trabajo, de estudios, de gimnasio o del club de filatelia, da igual si estamos a gusto o no lo estamos, lo importante es estar, no sea que me pierda algo. Hemos jugado al amigo invisible, ha llegado Papa Noel, el Grinch, los Elfos y todo elenco de personajes navideños que irremediablemente nos han arrastrado a tirar de tarjeta para que no falte un regalo ni un perejil, ¡que no se diga! Que si eso ya se pagará más adelante…
En las comidas y cenas de noche buena y noche vieja, navidad y año nuevo no faltan las mejores viandas y excelsos licores en la mesa, todos nos reunimos en familia, magnífica oportunidad de vernos después de mucho tiempo, de estar con nuestros mayores, conocer a los nuevos miembros de la familia a la par que aguantar al cuñado pedante, la suegra entrometida o la nueva novia del primo mal educada y sin modales a la mesa, pero da igual… es navidad y brillan las luces en la calle y en el hogar.
Entre mediados de diciembre y mediados de enero, nos visitan los picos de máximo contagio de los virus respiratorios, que acuden de forma recurrente a su cita por estas fechas, como lo hace el turrón a nuestra mesa; la gripe, la bronquitis, el catarro común y como no, ese último invitado que es el covid, llegado de China, dicen, pero que ha decidido quedarse al fulgor de las luces navideñas. En estos días todo el mundo está más o menos enfermo, malestares, dolores de cabeza, estornudos, fiebre y demás síntomas nos acompañan en mayor o menor media días antes o días después, pero eso sí, ya me cuidaré yo de estar bien para el día de la cena, de la entrega de regalos o del viaje pagado por el abuelo por sus bodas de oro, que ya si eso, más adelante ya me pediré la baja.
Llega la noche de Reyes, la más mágica del año, ver la ilusión de los niños reflejada en su cara es algo por lo que merece la pena vivir, es para ellos sin duda la más auténtica manifestación de inocencia y para sus padres la manera de fortalecer con ellos su vínculo, alimentando su imaginación con una tradición bíblica que se traduce en regalos por la mañana, si han sido buenos y las notas han llegado bien, so pena de recibir carbón si no se ha sido tan bueno, aunque seguro que al final algo siempre les llega, pues lo mágicos Reyes son buenos y los quieren a todos.
Pero, ¿Qué pasa con los que no son niños?, pues eso, que también queremos Reyes; y las grandes firmas comerciales, conocedoras de esa ciega conducta que nos lleva al consumo irreflexivo, nos fomenta, nos alimenta la ilusión de recibir regalos como cuando éramos niños, si bien para ello hay que pasar por taquilla y devolver al menos lo mismo que se recibe, generando una corriente de derroche consumista sin freno que no tiene igual en ningún otro momento del año. A Fulanito tal cosa aunque sé que ya lo tiene, a Menganita tal otra a ver si este año acierto y con Sutranita no tengo problema porque ella misma se lo compra y yo le hago luego un bizum… seguimos tirando de tarjeta que si eso, ya se pagará a partir del veinte de enero en que empiecen a llegar los cargos, ahora lo que toca es disfrutar, que es Navidad y ya queda poco para que se acabe.
Y se acaba, vaya si se acaba; llega el día en que las luces de navidad se apagan por doquier, para no volver a alumbrarnos hasta el próximo año, y el lunes después de Reyes, nos despertamos a la cruda realidad de tener que volver al trabajo, a la rutina y los hábitos que estos días de fulgor luminoso nos han tenido tapados, ocultos, hemos estado como anestesiados en un estado, a veces, de forzada ilusión, de obligatoria euforia, que de golpe desaparece para encontrarnos con que nos toca volver a convivir con el compañero de trabajo al que no soportamos, el jefe que me tiene presionado, la gripe que ahora sí me lleva a pedir la baja y la cuesta de enero en la cuenta corriente derivada de los excesos de días anteriores.
Entonces nos damos cuenta de que la Navidad de los últimos años ya no es lo que era, la tradición y sus valores han quedado sepultados por el mercantilismo; y el estado de bienestar natural que provocaba una festividad en origen religiosa con vínculos familiares, ha pasado a ser un forzado estado de falsa euforia que a veces nos obliga a hacer lo que no queremos, estar donde no nos apetece y ser lo que no somos.
En estos días mucha gente hemos sido felices, disfrutando de los nuestros y de las cosas que nos gustan, pero también ha habido muchas personas que lo han pasado mal, recordando a los que ya no están, a los que no han podido venir, o a sí mismos cuando eran más jóvenes o estaban sanos. Son fechas de contrastes, de alegría y de tristeza, de euforia y de hundimiento, contrastes que afloran a la luz de las luces navideñas y que se tapan también al color de las mismas.
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